viernes, 30 de diciembre de 2011

Soldaditos De Oropel…

Soldaditos De Oropel...




Manuel y Bernardo...



Manuel




Manuel Terrazas como todo inicio de semana iba en el autobús del Colegio que lo transportaba semana tras semana desde su pueblo allá en lo más alto de la campiña: Como siempre a muy temprana mañana se levantaba y ya su vieja le tenía el baño listo, esa vieja de mediana edad, recia, alta y esbelta echa para trabajar en el campo, con la piel más dorada que el sol, con el cabello rubio cenizo trenzado desde luego como antaño; llamase Dolores, sus dos hermanos pequeños aún dormían en sus camas, en ese cuarto grande con la vista de la huerta, los otros dos quizá ya se habían levantado, la mujercita quizá ayudando en la cocina, el varón quizá ayudando a su padre con el coche ―lo sabía por que desde hacía rato que lo escuchaba allá en el patio en escandalosos arrancones y es que a Antonio su hermano mayor le gustaba todo lo que se tratara de mecánica y le gustaban los coches, sobre todo los coches y por eso era quién se encargaba de esos menesteres…

Él yacía en su cama todavía desperezándose y aunque hacía rato que había escuchado el primer canto del gallo y que su madre ya había avisado una primera vez con su característico golpetear la puerta dos veces con los nudillos, muy discreto ―pensó que era por si estaban en estado inconveniente; su madre siempre tan respetuosa―, él por su parte todavía no quería levantarse ―aunque no hacía un frío extremo; lo calientito de la cama y esa comezón que de repente le había comenzado a venir desde un tiempo para aca, sobre todo en las mañanas. Es que desde un tiempo para acá las levantadas se tenían que tomar con anticipación ya que caminar por el corredor hasta el cuarto de lavar era una verdadera odisea, no fuera que los ojos inquisitivos de su madre se fueran a posar en la protuberancia que se le levantaba en el camisón de dormir, que por más que tratara de cubrirse, esta prominencia era imposible…

Su madre aún estando todavía dormidos les había encendido una lamparita poniéndola muy bajito, apenas si se alcanzaba a distinguir una silueta por allá y por acá; ya su uniforme de colegio estaba listo sobre una silla, ese uniforme verde olivo bien planchado y almidonado que a cada rato le recordaba sus deberes desde hacia dos largos años, aventando las cobijas un poco se descubrió hasta las rodillas, y si, allí estaba esa prominencia, altiva y enérgica ―estirándose un poco pudo sentir la sensación que se provocaba haciendo dicha maniobra, poniendo especial atención en esa parte de su anatomía, pudo apreciar también que su miembro viril había alcanzado una considerable longitud, y también era de una fijación casi fetichista por no decir que era algo machista su ese su pensamiento―, ya con anterioridad había puesto atención como su hermano se autosatisfacía en la soledad de ese su rincón privado que era su habitación, así mismo él ahora se tomaba con una mano ese pedazo de carne ardiente que era su verga, se cogía los huevos todavía aún sin vello y así sin mas comenzaba un jaleo un poco sin ton ni son, claro, aún sin mucho éxito porque no le cabía en la cabeza que se pudiera hacer más, así que solo le dedico a lo que a su buen entender tenía…

Un grito femenino desde donde creyó que era la cocina le dieron a entender que había llegado la hora de terminar con sus exploraciones:

―Anda Manuelito que se te va hacer tarde ―grito su madre.

Se puso de pie y cogio la bata que yacía al pie de su cama y se medio acomodo la erección mañanera echándosela hacia arriba y así se dispuso a dirigirse hacia el cuarto de lavar; al salir de su habitación pudo alcanzar a ver a su padre y a su hermano en el patio ―una aceleración del motor por parte del hermano mayor le indicaron que era hora de apurarse, más aún al escuchar a sus espaldas un... ―déjate de pavadas garañón―, así a pasó firme se dirigió a lavarse, al pasar por el comedor y la cocina pudo ver una silenciosa reprenda de su madre que ponía la mesa con la ayuda de Teresa su hermana…

Ya emperifollado con su flamante uniforme se encontraba almorzando en silencio en compañía de sus padres y de sus hermanos mayores ―una mujer ayudaba con los quehaceres de la casa grande así mismo a servir en lo que fuera―, como siempre sus padres y su hermano lo acompañarían hasta donde pasarían los autobuses del Colegio Principal…

Todos los pueblos y rancherías de la región mandaban a los estudiantes que dicha Institución de estudios habían elegido para estar en sus líneas, sendas caravanas de luces se miraban bajar de todas partes envolviendo la oscuridad, ya en la estación todas los coches esperaban los transportes ―no sé sabría cuantos eran pero se decía que habría unos ciento cincuenta mil estudiantes de todo el Estado, también se había especulado que muy pronto se tiraría una línea férrea que cubriría en su totalidad la transportación de alumnos, así mismo la de pasajeros y mercadería facilitando el movimiento comercial y la del trafico…

Casi al punto de las 5:00am a la distancia se miraron venir en una caravana lo que sin duda eran los autobuses, los estudiantes se iban apostando en diferentes grupos todos ordenadamente, algunos todavía se despedían de sus familias; Manuel Terrazas a su vez se despedía de su madre con un fuerte abrazo y su hermano dábale una ultima reprenda, su padre casi nunca se despedía de él, siempre se quedaba en el coche ―pero eso si todo el tiempo dábale indicaciones, sobre todo que obedeciera y que estudiara mucho―, más tarde iban en camino, él siempre dormitaba en ese trayecto de hora y media, porque a ese punto no había nada que mirar, más sin embargo con la claridad del día podía uno admirar la magnificencia del valle agrícola; ―enormes campos de cultivo plegaban el suelo raso, en muchas propiedades podía también admirarse la casa grande y muy de vez en cuando las casas chicas que eran algunas trecientas que era lo que en su mayoría debía tener cada propiedad de trecientas hectáreas…

A eso de las 6:30am entraron en el Periférico Central y a ese punto de hora las calles de la Ciudad todavía estaban desérticas más sin embargo la caravana era bastante notable, los alumnos todos con sus uniformes iban en estruendoso relajo, pronto se miraría la Avenida Proaño la que los llevaría hasta el Colegio Principal, quince minutos a las 7:00am ya todos los estudiantes estaban frente a la construcción de siete pisos por el ala Este compartiendo con sus amigos; Terrazas estaba con unos seis de distintas estaturas, su mirada buscaba con insistencia a algo o a alguien ―se notaba algo angustiado y como que un escozor le picaba en la garganta―, miraba y miraba, y volvía a mirar hacia el lugar donde los coches particulares se aparcaban…

Uno de los más pequeños de su grupo se le acerco como no queriendo... ―era un chiquillo que parecía delgaducho dentro del uniforme que más bien parecía quedarle algo grande. Con el cabello rojo y el rostro pecoso, eso si bastante atractivo, se puso a su lado y sin verlo le espeto a raja tabla…

―Tranqui… mi Terrazas, De la Torre ya llegara, ya sabe que los riquillos son así… algo disolutos de por si ―burlón se miraba las uñas de los dedos de la mano derecha pero a la vez viendo su reacción. Pero por más que inquiría no encontraba nada y es que Manuelito como le decían era uno de los más reacios del grupo de los siete…

Continua:

―¡Piensan que ya por qué se limpian el culo con papel de seda no les apesta, no es verdad Manuelito!

Él lo miro entre burlón y enojado, pero el pecoso ni siquiera lo miraba, seguía en su afán por querer molestarlo…

Dice:

―Terrazas, Sánchez, y si tal vez tengas razón, pero Bernardo es distinto…

―Uy Bernardo… y si tú lo dices…

―Ya pues Fito déjate de ironías que estas con amigos…

Rodolfo Sánchez se caracterizaba por ser así y así como era, era que se daba cuenta de que en el fondo esos dos se traían algo, pero no nada más él todos eran del mismo pensar…

Manuel giro la mirada hacia el Boulevard principal, específicamente a la entrada y a lo lejos miro un coche negro tipo camioneta que se acercaba bastante apurado, y si, era el, era el coche de la familia de Bernardo, Bernardo De la Torre, el ultimo del grupo de los siete ―el solo mirarlo venir a lo lejos el brillo de sus ojos verdes se hizo más intenso, como si la felicidad se le acentuara aún más en ese rostro dorado, masculino si, pero todavía infantil, con esas sus arqueadas cejas, sus pestañas como abanicos, su nariz afilada, sus labios grandes y sensuales, el mentón cuadrado, alto y esbelto, de físico recio como todos los rancheros de la región, sin temor al trabajo, si, así era Manuel Terrazas chico rubiales de trece años, de carácter indómito a veces reacio, a veces algo machista, liberal, soñador, romántico, protector, buen amigo y desde un tiempo para acá con una curiosidad como el que más―, del 3ro de bachiller, con una ferviente vehemencia por estudiar las propiedades de la tierra, qué quién sabe si lograría terminar…

El choche se detuvo y sin más bajo un chiquillo alto y esbelto de cabello muy negro, la piel muy blanca ―un hombre con uniforme se apresto presuroso con una maleta y un pequeño maletín, el chico se detuvo un minuto y miro hacia el interior del coche, pero el hombre adentro no lo miro, pero si hizo una seña de que se siguiera ―él no insistió más cogio su maleta y sin siquiera girarse se cruzo la Avenida―, los seis ya lo esperaban, en especial el rubiales un poco alejado y algo indiferente, al estar junto a ellos los saludo de uno en uno hasta que le toco a Terrazas. Su abrazo con el rubiales fue más que efusivo. Así terminado las puertas se abrieron de par en par y todos los alumnos entraron bajo el escrutinio de una veintena de hombres en traje formal, rato después la Avenida estaba desértica…



Con el sol bastante alto Manuel estaba en uno de los devanes que servian todavía como invernadero, estaba tirado en una destartalada cama de mimbre y palma, la luz del mediodía le llegaba desde todas las ventanas acristaladas desde el techo; tenía la camisa desabotonada, el cabello revuelto, el saco estaba aventado por allí, la correa destrabada ―era obvio que se estaba saltando alguna clase…

El rechinar de una de las ventanas llamo poderosamente su atención, apago el cigarrillo y se puso atento al movimiento, que para llegar hasta el lugar donde estaba él tenía que franquear varios árboles pequeños; su gesto era de asombro pues tenía entendido que solo su grupo tenían conocimiento del secreto lugar, pero cuando la blancura que casi le cuajaba en el rostro apareció sonriente tras unas palmeras, volvió en si, era Bernardo…

Bernardo luego luego llegando se tiro sin más en el abdomen del guaperas, el guapo rubiales se quedo algo descolocado ante su despreocupada actitud, sonriente Bernardo lo miro curioso como si quisiera saber el motivo por que se encontraba allí…

―¿Porque esta el chico más estudioso del grupo aquí y así?

―¿Así cómo?

―Así pues, saltándote las clases…

―Veras Bernardo, no es que me las este saltando pero estoy arto del sistema absolutista de algunas de las clases…

―Absolutistas, dices tú absolutistas, de cuando acá piensas de esa manera, si desde que vino ese supuesto cambio todos por igual tenemos la oportunidad de estudiar una carrera…

―Si, ya lo sé, ricos y pobres por igual…

―Entonces cual es tú descontento, Manuelito…

―Manuel, Bernardo…

―Esta bien, Manuel… pero y entonces…

―Que no me gusta que se nos imponga una obligación…

―Que se imponga, de que hablas, si hasta donde yo sé el sistema nunca nos ha obligado a nada, por el contrario te da todas las opciones para que tú elijas lo que más te llame la atención, y siempre ha sido un gran negocio para todos, tú familia incluso se ha beneficiado del sistema. Tienen bastantes tierras, y gozan de una buena posición bastante privilegiada y...

―Uy si, ya hablo el idealista incorregible, Señor idealista… Si ya lo sé, pero eso es precisamente lo que nos obliga a terminar, por que de lo contrario todo el buen negocio se puede ir a la basura…

―Ay Manuel, no exageres ―sonrío y lo miro con malignidad.

―Pero dime acaso estas aquí por otra razón ―le espeto y lo miro inquisitivo.

Él desvío la mirada hacia el azul del cielo ―era como si quisiera evadirle esa su pregunta.

Dice:

―No te entiendo Bernardo, no sé a que te refieres…

Él trigueño sonrío y lo miro; miro su rostro dorado con los pómulos ligeramente más colorados, los ojazos de un verde aceituna con ascuas todavía más oscuras, esos sus labios gruesos y sensuales, su menton cuadrado y fuerte ―sonrío y movió la cabeza de un lado y a otro, era como si no sé creyera lo que se estaba imaginando. Podía alcanzar a palpar su calor, su olor, el sudor que se entreveía en su frente, en sus pómulos, en el labio superior, un poco en la cavidad torácica, sintiendo un raro escozor en la ingle y un deseo le corrió por todo el cuerpo, sintió ganas de besar esos sus labios como melocotones…

Manuel lo miro incrédulo al ver que su deseo se veía en el brillo de sus ojos y se le palpara por todos los poros de su cuerpo, era como si una chispa hubiera de pronto explotado y aventado toda su energía…

Él pensativo dijo:

―¿Sucede algo más Bernardo?

Bernardo lo miro con sus ojos brillantes de deseo ―pero quizá todavía sin saber realmente lo que estaba sucediendo dentro de su cabeza y su cuerpo.

Dice sin mucha convicción:

―¿No sé, dímelo tú?

Él sonrío y lo miro escudriñador, dice:

―¿No sé Bernardo, te noto algo diferente, como si…?

―¿No sabes que Manuel?

El lo miro de arriba a bajo como escudriñando ese algo nuevo que su mejor amigo expelía por todos los poros de su ser, ese nuevo y novedoso sentimiento que a su vez él también tenía y que le corría como lava ardiente por todas sus cavidades, ese algo que le creaba comezón en el bajo vientre que le producía ese embriagador olor que se le expandía por todos los recovecos de su cuerpo e hiciera que al pasar de lado de alguien esté volteara como tocado por corriente alguna. Esa su voz de pronto grave, esa su picazón en los huevos y esa su necesidad de tocarse, de acariciarse, de a cada rato ponérsele dura y levantada, esa sensación que le corría como la electricidad toda vez que de pronto algo lo excitaba, cómo a hora que tenía el calor, el olor, el deseo, las miradas cargadas de picardía de su mejor amigo…

Se despatarra en la cama, se empuja contra su cabeza, quizá intentando darse ese placer que lo abrumaba. Miraba y miraba como Bernardo se consumía de deseos, como su bulto en la entrepierna iba creciendo…

Dice:

―Veras, no sé como explicarlo Bernardo…

Él sonrío y lo miro atento, dice:

―Dilo así como es, cómo te nazca…

―¿Así cómo sea?

―¿Si, ya dilo?

Él cómo que se lo piensa, dice:

―Sabes Bernardo, de un tiempo para acá eh tenido sueños recurrentes. Vamos, sueños eróticos y, me despierto con mi picha dura como un hueso y llena de babita, los huevos me pican, y me dan unas ganas por tocarme… pero…

Él lo miro acariciador, burlón. Dice:

―Por eso estas aquí, porque quieres tocarte, no es así Manuel…

Él se ruborizo y bajo la cabeza apenado. Sus mejillas se pusieron todavía más coloradas. Parecía que su calor se iba a desbordar por todos sus poros. Lo miro con intensidad. Dice:

―¿Será que tú sabes algo al respecto Bernardo?

Él respiro hondo.

Dice:

―¿Saber qué Manuel?

Sonrío y lo miro acariciador. Descarado se toma el bulto en la entrepierna. Se lo soba. Se magrea a sus anchas a la vista del atónito y avergonzado Manuel.

Burlón:

 ―Saber lo que estas sintiendo. Que desde un tiempo para acá te levantas con la picha parada, que te están saliendo pelos en los huevos y en los sobacos. Claro que me eh dado cuenta ―ríe― que si me eh dado cuenta, que si tienes la picha más bonita…

Se sonrojo y abrió sus enormes ojos azul oscuro ―azorado, tal vez avergonzado por lo que acababa de confesarle a su mejor amigo, que para su suerte estaba más confuso por lo que miraba que por la repentina declaración, y es que sin quererlo se había puesto tan cercas de su bulto en la entrepierna, claro, que de haberlo deseado, tan solo con haberlo querido habría podido abrir su boquita, con esos sus labios gruesos y sensuales, sacar su lengüita y pasársela por sus hinchadísimas bolas, casi a punto de estallarle ―sonrío burlón por ese su pecaminoso pensamiento. Respiro hondo tratando de no pensar más pelotudeses, quizás aleteando ese su deseo por el adonis rubio ―ah pero eso si se restregó gustoso en sus piernas y a sabiendas de que él no hacía ni decía nada, por el contrario se dejaba hacer, totalmente entregado a ese sentimiento homo erótico a esa su velada seducción…

Lo miro como si quisiera comérselo.

Dice algo distante; ―era como si en realidad no hubiera querido decirlo:

―Claro Manuel, que si te hemos visto y es que si te paseas por todo el dormitorio con ese pedazo de verga a la vista, y cuando te bañas en pelotas en las duchas te das unas magreadas que pareciera que te quisieras sacudir a tus anchas ―sonríe― y si tienes un pijonon "rechulo" además de grandísimo y gordo, que si apenas te cabe en el calzoncito, si haces malabares para acomodártelo…

Él sonrío apenas, quizás cohibido por su audacia o por su adulación ―no sabía con certeza que era pero todo eso lo estaba llevando a que su picha creciera más y más, comenzara a babear con profusión que temía que Bernardo lo notara y acrecentara sus temores...

Dice burlon:

―Mira, y si que te has dado cuenta, si que eres bastante observador Bernardo ―sonrío picaron y malicioso―. Y será que quisieras verla un poco más de cercas… digo, si tanto te gusta mirarla…

Él sonrío y sus ojos brillaron de deseo.

Dice:

―¡Qui… Creo que se nos hace tarde para la siguiente clase, Manuel!

―Si ―dijo él un poco desilusionado por su repentina respuesta―. Será que me arreglé un poco…

―Si, será mejor que te arregles…

Bernardo se giro un poco pero sin dejar de mirarlo de reojo ―admirando como se tomaba su tiempo para acomodarse su ropa, era como si el Rubiales supiera de antemano que lo estaba mirando. Sobre todo por como se acomodaba ese enorme sexo rodeado de un vello castaño dorado y rizado, como se magreaba de arriba a bajo ―era como para volverse loco, quizá para tirársele encima, comérselo a mordidas, a besos o a lamidas…

De rato el lugar se quedo totalmente en silencio…

Pero el calor, el olor, el deseo estaba allí, quizá un día, si, quizás un día…



( Bernardo ) 





Sentados en el recibidor Bernardo y sus padres, estaban en silencio era como si fuera un deber guardar total silencio, su madre en el sofá para dos ―tan sumisa como siempre― su padre de pie junto a la chimenea echa en ladrillo industrial. Fumaba un cigarrillo oscuro, el muchachito estaba en el sillón muy cercas de donde estaba su padre ―podía alcanzar a ver desde donde estaba que muy pronto saldría el sol, la claridad entraba a raudales por todas partes. Podía sentir su respiración, el olor de su colonia, su calor, casi podía sentir como le palpitaba esa cosa enorme que era su sexo, podía sentir como se lo comía con la mirada: ―Rodrigo De la Torre, hombre de cuarenta años, alto, esbelto, cabello negro azulado, abundante y en rulos, con una blancura que le cuajaba en el rostro, con un físico que hasta un jovencito podía envidiar.

Se le acerco tanto que casi podía sentir en su cuello el enorme bulto de su entrepierna, ese su sexo que muchas veces se había escurrido hasta sus entrañas, allá en sus tiernos años. Ese hombre que le causaba miedos y escalofríos, y también un placer malsano. Podía incluso sentir cómo se le restregaba, cómo su aliento le llegaba como brisa matutina, esa brisa que le traía consigo los recuerdos más escalofriantes de que tenga razón: ―todo a la vista solapada de su inerte madre…

La manaza del padre se poso en su hombro provocándole un respingo.

Él con su voz grave y a terciopelada le dice:

―Por tú bien Bernardo te aconsejo que tengas cuidado con lo que haces. Y por sobre todas las cosas que ni se te ocurra enlodar mi carrera política. Ahora que tengo todo el apoyo de la Señora Montenegro  en mi asenso como Senador de la Republica… Por tú bien no me vayas a fallar…

Él sintió como una corriente eléctrica le corrió por todo el cuerpo ―sabía como se las gastaba el Señor De la Torre, su padre, en lo que ambiciones se tratara. Cómo poco a poco fue ascendiendo en su carrera politica, cómo también había logrado que el Consejo le otorgara una magnifica franquicia para que todos los miembros de su familia estudiaran en el Colegio Principal, así mismo por esto y por aquello había logrado obtener un magnifico puesto en el gobierno Federal, también por eso mismo se había vuelto todavía más arrogante al grado de oprimir a todos los miembros de su familia incluyéndolo a él…

Con amargura los recuerdos se le vinieron como una avalancha desde su niñez. No sabría cuantos años tendría en esa época ―un sollozo silencioso y unas lagrimas corrieron por sus blancas mejillas―, pero un nuevo apretón lo hicieron volver en si…

―Pobre de tí que tires una sola lagrima. Yo críe a un macho no a una mariquita. Ahora lárgate a tú maldito Colegio ―se le acerco tanto que podía sentir su aliento a tabaco suave―; su aliento que había veces que lo enloquecía hasta delirar…

―Ándate y cuida eso que es mío!

Sintió estremecerse, más por lo que le provocaba sentirlo así tan cercas, que sus amenazantes palabras que siempre llevaban una doble intención, por que a su buen entender era que el Senador lo amaba quizá más que a su propia madre, lo amaba con una desaforada pasión, que podía decirse como si fuera enfermiza ―ya desde muy joven el Señor presentaba una obsesión por el chiquillo de cabello negro como el ébano, piel tan blanca como la nieve, cuerpo bien torneado, ojos de un azul oscuro, labios gruesos y sensuales, sensualidad a flor de piel, carácter dócil, a veces retraído y a otras alegre. Entregado enteramente a sus estudios…

El chofer ya lo esperaba en la entrada con su maleta y su maletín; ―su madre cabizbaja le dedicaba una tímida mirada, solo atinaba a decir adiós―, él no decía nada…

Ya en el coche surcaban las desérticas calles de esa cada vez más grande Ciudad.

Así las imágenes surcaban su mente trayéndole recuerdos de esas perturbadoras noches en que una sombra se escurría hasta su cama en sus sabanas, como sentía ese cuerpo caliente y lleno de sudor pegársele al suyo diminuto, replegarse hasta hacerse uno mismo, luego esas manos enormes bajándole su pijama, jalándolo para que se pegara más y más, luego sentir ese algo enorme, eso muy caliente, ese algo tratando de escurrírsele entre su intimidad, ese algo que no atinaba a deducir que era pero que se apostaba hasta lo mas recóndito de sus recovecos, como intentaba escurrirse hasta ese su interior ―de momento no sentía dolor pues ese intruso solo se posaba en sus pliegues: Esas sus manos violar su piel virgen con audaces caricias, sus labios comerle la boca, su cuello, todo su cuerpo, esas manos tomarle su virilidad todavía imberbe a veces haciéndole daño pero otras veces provocándole algo que no atinaba que era pero que le gustaba. Los susurros eran como música de ángeles que lo hundían en ese torbellino de no sabía si de deseos o de temor. Esa cosa caliente que se escurría por entre sus muslos; que iba y venía por entre sus glúteos, que iba hasta chocarle con sus huevitos, provocándole todavía más placer, todavía más mojado, todavía más caliente, todavía más duro, tomarlo todavía con más fuerza hasta casi quitarle el aliento. Luego el silencio volvía, volvía la quietud y una sensación de humedad en sus nalgas ―se sentía mojado como si se hubiera orinado.

El resuello en su cuello seguía, el calor seguía, seguía ese olor de su colonia, el olor de su tabaco, el olor de su licor favorito seguía, pero sobretodo ese olor casi agridulce, casi salado que se levantaba, que se le impregnaba hasta las membranas mismas, quedándosele ahí apostado cómo un leve ensueño, cómo una pesadilla, cómo un mal recuerdo…

Luego esa voz inconfundible que le decía al oído:

"Duerme mi niño, duerme amor mío"

 

Bernardo se despertó con los ojos llorosos ―todavía no amanecía― tenía un raro sentimiento que le carcomía la garganta y el alma, sudaba copiosamente, Manuel dormía en la cama de al lado como siempre despatarrado, mezcla de picardía e inocencia, medio en pelotas tan solo con un calzoncito y su medio cubrir dejando a la vista todo eso, a veces con ese culazo en popa, otras veces mostrando más de lo que debía en ese pantaloncito corto de dormir holgado y pequeño, dejando entrever la raja de su culo y sus bolas, otras veces se podía ver su enorme pija dura y levantada, y otras veces hasta esa su babita que se le escapaba ―se quedo un momento admirando ese monumento de muchacho, sereno como quien posara para un escultor; su enorme pijonon estaba duro y levantado, era obvio que el rubiales estaba en un profundo sueño erótico, típicos de su edad, se relamió pensando en lo que podría suceder si se brincaba hasta esa su cama, tomara con su mano ese pedazo de carne vibrante y sin preámbulos se la metiera en la boca y a lametones lo hiciera que se corriera en su interior sin dejar escapar ni una sola gota del elixir, el solo pensarlo le causaba todavía más amarguras―, lloro, lloro con un llanto intimo y callado para que ninguno de sus compañeros lo escuchara…

¿Pero sería así?

Unos ojos verdes lo miraban desde hacía rato, unos ojos que en la oscuridad parecían todavía más oscuros de lo que eran; miraban como era devorado, como sus ojos ponían especial atención en su enorme tranca que entreveía su cabezón de un suculento rosado, como sus ojos bailan al compás de los involuntarios movimientos de su pija ―estaba que ni pestañeaba que ni respiraba, totalmente anonadado ante todo eso, podía alcanzar a ver, como se entregaba al embrujo de su culebron…

Un sollozo callado se escucho en el silencio de la madrugada.

El rostro del Rubiales se asomo por encima de la almohada.

Dice:

―¡Te sucede algo Berna!

―Oh Mannu, perdona…

―No chico… no hay por que… pero dime…

―No sé, están difícil… hay cosas…

El Rubiales se medio removió dentro del cobertor, luego se corrió y se destapo un poco…

Dice:

―Anda Berna vente a mi cama…

―Pero Mannu y si nos ven…

―Que te importa, además somos machos, compañeros, amigos, casi hermanos, casi ―pensó quizás cómo amantes; sonrio, que bueno fuera―. Cómo lo que quieras...

―Si…

―Claro pelado, déjate de pelotudeses que no estas en condiciones de repelar, somos amigos y los amigos son eso, amigos en las buenas y las malas…

El chico se lo pensó un segundo y al otro ya estaba en la cama de su amigo a su lado, muy juntos, tan juntos como uno mismo ―sentir su calor, su olor, su piel…

―Ahora dime porque estabas llorando…

―Ay Mannu, no me entenderías…

―Bueno Berna, quizás si me explicas…

Trago saliva:

―Es mi papá Mannu…

―Ah, era eso, tú papito…

―Si, mi papito, como tú dices… él es el culpable de todos mis males…

Lo abraza, lo acuna en su regazo.

La situación era en extremo para volver loco a cualquiera; estar así tan juntos, tocándose, rozándose, sintiendo todos sus recovecos. Su exudación, su olor a sexo imberbe, apenas con ese algo de esencia viril, con sus pezones en sus hombros, estos haciéndole cosquillas, su sexo restregándose en sus caderas, sus piernas enroscadas en las suyas, sintiendo sus vellitos, sintiendo su aliento a tabaco suave ―que ironía, él que los robaba al padre violador, al padre amante, al padre que lo tenía allí cautivo para que nadie pudiera verlo, para que sus ojos no pudieran ver a nadie que no fuera él, su Señor Padre; nuevamente que ironía, porque allí precisamente estaba él, Manuelito…

Él con todo eso que a casi todos gustaba; porque hasta alguno que otro profesor, estudiante les gustaba, que no decir de las chicas que se morían por sus cabellos como el sol, por su piel dorada como la arena, por sus ojazos verdes como la selva, infinitos y profundos, por su cuerpazo como esculpido, por su carácter, por su don de gente ―es que cada día se sentía más atraído por el adonis rubio que como cosa más extraña era en él que ponía su atención; desde esa primera vez en que se habían visto en esa clase en que el profesor los había puesto en un grupo para hacer un trabajo ―ya no recuerda cual era― él lo había mirado de pies a cabeza, como quien se ve a un semental, le calibraba los pros y los contras ―él como era había dicho; mira peladito que si me sigues viendo como tú me ves, pues me la voy a creer, que si me ves con gusto― había dicho sin más, con su sonrisota franca de oreja a oreja, el cuerpo erguido, tipo militar, claro como todos allí en el Colegio, se había presentado sin más, extendiendo esa manizima grande y ruda, calurosa, sin trabas ni recovecos, francote como era ―soy Manuel Terrazas, Cadete 1ro de la Quinceava Compañía; había reído apenas y se había cuadrado en seguida señal de respeto― él un poco menos caluroso solo había dicho; soy Bernardo De la Torre, Cadete a secas solamente ―así a secas, pero ya desde ese momento se habían prendado mutuamente…

La luz de la luna y la de alguna que otra farola a lo lejos entraba por todas las ventanas de ese dormitorio, de esa Compañía que era como se les llamaban a los pisos, quince camas alineadas a cada lado dando un total de treinta formando los tres pelotones de esa Seccion, comandados por tres Cadetes 1ros que debían mantener el orden y la disciplina: Terrazas era uno de ellos, quizá por ello tenía algunos privilegios, y en verdad que a él poco le importaba el rango, pero no podía evitar que se le respetara como tal, aunque más bien era de los justos por no decirlo que era por compañerismo, amistad o hermandad, quién sabe…

El silencio de la madrugada era roto de vez en vez por sus voces que apenas se escuchaban, ya que más bien esa conversación era solo cómo una pausa a las verdaderas intenciónes de esa su intimación; por ello mismo los dos estaban muy juntos, casi tan juntos que podría pensarse otra cosa, pero también era cierto que era para evitar el escándalo, aunque Terrazas fuera Cadete 1ro tampoco podía darse el lujo de hacer disturbios y menos a tan altas horas de la madrugada y en esa situación… Eso nunca jamás…

Pero tener el cuerpo tibio, su piel blanca y suave, su calor, su olor aleteando en el ambiente era para volver loco a cualquiera; por eso mismo quizá de vez en vez rompía con la conversación poniendo una de sus manos en uno de sus pezones y quizá sin mal intención jugueteara con el, poniéndolo todavía más nervioso, y que sin más se dejaba hacer. Podía él sentir la dureza de su verga en uno de sus muslos, su mano jugando con uno de sus pezones, su aliento embriagándole la existencia, su calor tan tibio, su olor a brisa de mar, la mirada apenas de sus intensos ojos verdes, comiéndoselo cada vez que lo veía, como se le acercaba tanto que casi lo podía besar, podía incluso casi sentir el calor, la forma de sus labios gruesos y sensuales con los suyos ―era quizá pura seducción solapada quién sabe…

Él se acerca tanto que casi podía besarlo, dice:

―Ay Bernardo, si a todas luces todos sabemos como se las gasta tú papito, el Señor Senador de la Republica, que de alguna manera te tiene aquí contra tú voluntad. Porque no vas a negar que ha movido sus influencias con la Casa Montenegro para hacer contigo lo que hace…

Él abrió muchos sus ojos ante la audacia de sus palabras:

―Cállate Mannu, no sabes lo que dices, sabes lo delicado que es complotar contra la Sociedad de la Casa Montenegro…

Él parece sonreír, dice:

―Para lo que me importa ―lo tomo de la barbilla, lo miro burlón―. Además no sería de extrañar que la Señora Montenegro sea la única que frene las petulancias del vejete de tú padre, o no Berna…

Él respiro hondo; en parte tenía razón, de alguna manera la Sociedad Montenegro era la única que tenía autoridad sobre los alineados ―le gustara o no a su padre…

―Nos guste o no la Sociedad es un negocio redondo para todos, verdad Berna…

Él sonríe, dice:

―Si, así es Mannu… incluso para a mí, así De la Torre no me puede tocar…

Él lo tomo de la barbilla girándolo para que lo viera:

―Lo dices en el buen sentido Berna…

―¡Claro Mannu, de que otro sentido podría ser! ―exclamo presuroso para que él no mal interpretara las cosas―. El nunca debería saber su oscuro secreto, no sabría como lo tomaría, ni él, ni nadie, incluso la Sociedad debía de saberlo…

Miro que su amigo cabeceaba y parecía ya casi no seguirlo, incluso el mismo se sentía cansado, quería irse a su cama pero el Rubiales lo había llevado hasta su pecho y echado la mano por el cuello, y si intentaba zafarse lo tenía que despertar ―pobre había sido tan bueno al escucharlo y confortarlo que sería muy descortés de su parte volverlo a despertar, además se sentía tan a gusto en los brazos del chico más guapo de la Compañía y era tan alucinante tenerlo tan cercas, sintiendo su calor, su olor, su aliento, su piel dorada, tostada por el sol, sin quererlo sintió unas oleadas de deseo que le iban desde su picha que estaba dura como un hueso, le pasaban por la raja del culo y le iban hasta la espina dorsal le corrían como la electricidad hasta el cerebro y ahí le estallaban; creyendo ver en la semioscuridad el tremendo bulto que hacía el vergon del Rubiales que para su colmo por el rabillo del ojo podía ver una insipiente sonrisa de esas como las de los pequeños en su hermoso rostro sereno ―quizás sería al sentir como su verga crecía y crecía y se la restregaba en el muslo; su verga exageradamente mojada casi al punto del orgasmo y con unas corrientes eléctricas corriéndole por todo el cuerpo. Se arrobo ante su calor, su olor que se le venía como brisa matutina invadiéndole hasta las membranas mismas; así se quedo sintiendo todavía más eso que desde hacía mucho tiempo sentía por su joven mejor amigo…

Se durmió pensando en que el rubiales le hacía el amor; le hacía el amor en una playa desértica del Pacifico a donde se habían escapado después de franquear mil obstáculos como el de su padre, como el de la Comunidad Montenegro, como el de la frontera del Estado ―mierda que feo que te tengan encarcelado en tu propia tierra; maldito sistema Comunal, malditos to… dos…

Cuando la primer diana sonó Manuel se despertó sobresaltado, buscaba con insistencia a Bernardo. Sánchez lo miraba malintencionado; era como si intuyera algo, dice:

―Deja ya el drama Terrazas, tú Berna ya hace rato que salio de la Compañía ―burlón― parece ser que algo lo despertó antes que a todos y antes de la primera diana salio chintiado para sus clases… tú que dices a todo esto Mannu…

El rubiales aventó las sabanas y se puso de pie. Sin quitarle la mirada de encima se le acerco tanto. Parecía mirarlo como si quisiera comérselo. Se metió una de las manos en la entrepierna y se magreo a conciencia…

―Sabes Sánchez, me tienes harto con tus frases con doble intención… El día menos pensado te voy a dar verga hasta que pidas esquina…

Pero esté por el contrario se inmuto menos, dice:

―No me asustas Terrazas… pero quién sabe si a quién deberías de darle pija no sea a tú amiguito…

El Rubiales le aventó el pecho, este inflado como un globo.

―Ojala, y aunque un día te mueras de la envidia…

Burlón:

―Uy si chulis…



Estaban los siete amigos en la explanada cuando pasó un chico de unos dieciocho años, cabello rizado, castaño claro, al igual que sus ojos miel, piel clara como la arena de la playa, rostro juvenilmente varonil, alto y esbelto. ―Este chico era conocidísimo por todo el Colegio Principal ya que era uno de los protegidos de la Señora Montenegro la benefactora y principal Socia y fundadora de la Comunidad Montenegro…

Al pasar de lado Terrazas se mofo del chico en sus propias narices.

―Miren, allí va el chulito de la benefactora…

Sánchez se le acerco diciendo:

―Si, dicen que en su tiempo fueron amantes…

―Dejen de estar murmurando, Hugo es un chico sano que no se mete con nadie ―dijo Bernardo un poco hastiado ante los comentarios de sus compañeros pero sobre todo el de Manuelito porque no le gustaba cuando se ponía en ese plan canson y menos cuando se aliaba con Sánchez para despotricar contra el prójimo…

Manuel se le acerco tanto que casi podía sentir su aliento a tabaco suave.

Dice:

―Ya Bernardo, ya sabemos que como pertenecen a la misma prole pues es obvio que lo defiendas…

Él lo miro acariciador ―era como siempre lo miraba, con ese aire de amor que se le desbordaba por todos los poros, qué de ser alguien más quizá se le hubiera aventado y comido a besos―, pero no, se contenía…

―Ay Mann… uel, no es que lo este defendiendo ni nada que ver… pero eso de estar hablando pestes del prójimo me parece poco elegante…

Él se le acerco tanto que casi podía besarlo.

Burlón;

―¿Me estas llamando bestia?

Sánchez agrego:

―Uy Terrazas el emperifollado te llamo corriente…

El rubiales le dio los cinco de la mano en señal de complicidad.

Él un poco descolocado se sorprendió ante el ataque; de Sánchez no le sorprendía pero de Manuel…

―Yo no dije eso Manuel… y es más, me voy por que yo si tengo que estudiar…

Se paro y se fue sin voltear a verlos y sin despedirse.

Rodolfo se le acerco a Manuel y remato:

―¡Uy si, ya se va la mariquita!

Manuel lo miro como si quisiera comérselo, su mirada era centellante:

―Ya Fito, no te pases…

―Ya va, no te esponjes, era solo una broma…

―¿Si, y de mal gusto por cierto… Sabes que clase tiene Bernardo, después de esta?

―Si, por…

―¿Cual?

El pecoso lo miro ladino, dice:

―La de gimnasia… y es su favorita…

Él lo miro inquisidor:

―¿Y eso?

Cínico:

―Ay Manuel, como si no lo conocieras… Es la que más le gusta por que puede ver en pelotas a todos en el Colegio ―espeto todavía más divertido―, puede relamerse a sus anchas con todos los culicimos, los huevos y las vergas de todos los calibres…

―Ya va…

Se paro y se fue ―atrás quedo Rodolfo con su sonrisa y su mirada malintencionada…




( El Gimnasio )



Desde hacía rato Bernardo miraba a Manuel rodeado por una veintena de muchachas y muchachos de distintas edades y de distintas clases de deporte, y alguno que otro que se saltaba alguna clase. Y es que el chico era muy popular entre los del 1ro y los del 6to que era donde residían ellos ―a excepción de otras cinco clases, la de deportes era donde se unían las chicas y esta era donde más se reunían y donde más se reunían los pinteros…

Lo que no le cabía en la cabeza era que hacía él allí, y menos después de la discusión en el receso donde lo habían echo blanco de sus mordaces ataques ―Manuel no era de los que sabían pedir perdón y menos cuando se sabe culpable―, algo se traía entremanos el Rubiales, y esa su actitud despreocupada le era demasiado ficticia él no era así, no era revanchista y el estarse pavoneando con las chicas, menos…

El Rubiales coqueteaba descarado con alguna chica después miraba hacía donde estaba él y sonreía con su actitud de suficiencia que no le cabía en el cuerpo ―tratando de no darle importancia al asunto se dedico a terminar su clase; pero no podía negar la amargura que le causaba que Manuel se dedicara a coquetear con las compañeras y menos en sus narices, él siempre tan atento, tan gentil―, cuando la diana sonó para dar fin a la clase se dirigió presuroso hacía los vestidores, eso si sin ver de ninguna forma a su torturador, no quería darle largas a su sufrimiento ―iba cabizbajo cuando unos brazos lo tomaron por el cuello―: Era el Rubiales que había dejado a sus compañeras, le había dado alcance allá casi por la entrada del gimnasio donde estaban los vestidores, se le acerco tanto que sintió su aliento que le quemaba en el oído provocándole oleadas de placer…

Le siseo acariciador:

―Estas enojado Berna…

Él lo miro con su expresión de amor.

Dice muy convincente:

―No, por que Manuel…

Ese Manuel lo abrumo como una tempestad:

―No sé, me figuraba… como me viste y ni siquiera me miraste…

Él río apenas.

―Uy Manuel, que querías que dejara la clase… además estabas bastante ocupado…

Él lo atrajo hasta su hombro y le dijo muy bajito:

―Para tí siempre voy a estar peladito ―todavía más bajito, le dijo― ¡Perdóname!

Él se estremeció al escuchar ese "perdóname" desde el fondo de su corazón, eso le provoco oleadas de placer que se le hicieron parecidas a la verga del rubiales en la entrada de su culo rozándole la misma próstata arrancándole fulminantes orgasmos y sin haberse tocado siquiera…

Lo miro como si quisiera comérselo, dice:

―¡Ya va pues Manuel, que nos van a ver!

Él lo atrajo todavía más:

―Y que me importa, que sepan que te quiero y que…

―Estas más loco que una cabra…

―Si, estoy loco por ti y que…

Los dos entraron abrazados a los vestidores…

Luego luego al entrar en ese gran recinto se quedo en choque ―algo más temprano recordó lo que Fito le había dicho―, muchachos en todos los tamaños y colores se paseaban campantes en calzoncillos y otros más audaces completamente desnudos; ya unos haciendo sus deberes y otros más conversando  recargados en los casilleros y otros sentados en los largos banquillos anclados en los relucientes pisos en mármol de los pasillos, sugerentemente desnudos y tocándose sus partes pudendas. ―Pero extrañamente no había conciencia de libidocinad por el contrario era algo casual que entre chistes y risotadas unos y otros se mostraran y asimilaran el crecimiento, el tamaño ya sea de sus músculos y por sobre todo el tamaño de sus sexos decorados con insipiente pelusilla por vello…

En el ambiente se palpara un fuerte olor a testosterona a sudor y a humedad que le creaba cierta atmósfera sexual provocando que uno que otro terminara con los sexos algo levantados y otros entre inocentes juegos se restregaran sin recato ni pudor en los musculosos cuerpos, los pomposos culos y malintencionadamente en las vergas. Algunos más osados dejando caer las miradas en los magníficos culos del compañero de al lado, escrutando hasta más allá de donde podía alcanzar a ver la mirada, palpando esa intimidad secretamente ocultada, guardada con celoso recelo, pero también expuesta de vez en vez provocando miradas brillantes, sonrisas satisfactorias. También los había quienes miraban, la definición, la prominencia del pecho con los pezones erguidos como astas, duros como pequeñas vergas; las musculosas piernas, los abultados culos, los abdómenes planos como lavaderos, los sugerentes vellos en las axilas, la pelusilla en la cavidad torácica y que se iba como caminito de hormigas hasta más allá donde sobresalían las enhiestas y juveniles vergas, los huevos lampiños colgando cual frutas maduras. Plegados de sudor y deseos, de deseo plegado en sus ojos brillantes, en su piel reluciente, sus sonrisas congeladas como mascaras, viendo, mirando como el lugar se palpaba de sensualidad, de sexo joven, de tantas cosas que se sentían en el lugar…

Una voz a sus espaldas que se escuchara como un susurro.

Dice:

―Vamos Manuel, que nunca haz visto tanta carne a la vista...

Bernardo sonrío malévolo al ver la perplejidad del Rubiales, esté se volteo y lo miro un poco cohibido con los pómulos ligeramente más colorados, se le acerco tanto que casi podía besarlo, podía incluso sentir su tibio aliento a ese raro sabor albaricoque que él tenía, su olor emanando por todos sus poros, su calor tan tibio llegándole como la electricidad, parándole los vellos…

Se quedaron largo rato mirándose, comiéndose con la mirada, podía incluso decirse que era como si estuvieran haciendo el amor, de una manera que solo ellos sabían, que entendían, era como si nadie a su alrededor existiera, solo ellos dos.

Una voz fuerte y masculina se escucho en el recinto ―inmediatamente Bernardo hízole un gesto imperceptible pero que sabía bien que era un aviso de que no se moviera ni dijera nada―; lo conocía tan bien que era capaz de adivinar sus más íntimos pensamientos. El movimiento de sus labios de una forma que nadie se daba cuenta, pero que él era capaz de descifrar sin error alguno lo que quería decirle. Quedándose de una sola pieza mientras a sus espaldas Monterazas, uno de los Subdirectores de física los miraba con ojos inquisidores.

Dice;

―De la Torre y Terrazas Cadetes, como siempre juntos. De la Torre como siempre su entrenamiento es excelente. Y usted Terrazas me parece muy bien que le de ánimos a su compañero; aunque creo que debería estar en sus clases a esta hora…

Los muchachos se miraron rápida y fugazmente; ―Bernardo con esa sagacidad que lo caracterizaba, se apronto a decir sin ningún dejo de apocamiento.

―Oh Señor Subdirector, es que el Director le dio una licencia para conocer las instalaciones, porque como usted sabe el Cadete Terrazas no tiene estas clases y su deseo es de inscribirse para el nuevo ciclo…

El subdirector lo miro todavía más inquisitivo; pero aún así no puso en tela de juicio lo que alguien como De la Torre afirmara con tanta convicción.

Sonriendo le espeto:

―Me parece una buena decisión, yo siento que es un desperdicio que usted no se dedique a cultivar todo eso que salta a la vista y que es un beneplácito para muchos ―miro a De la Torre con cierto recelo, pero con un dejo de picardía en su tono.

―Sería un placer tenerlo en algún equipo. Solo espero que no tardemos mucho en verlo en nuestras filas…

Los muchachos se miraron ladinos y sonriendo esperaron a que desapareciera de su vista el hombretón de dos metros ―Manuel fue el primero en fruncir el ceño. Bernardo lo miro burlón.

―Estas bien Mannu…

Él lo miro acongojado, dice:

―No sé si debimos mentir Berna…

―Por dios, te desconozco Mannu, tú siempre tan perspicaz, tan, tan…  

―No me digas como soy…

―Vamos, estas haciendo una tormenta en un vaso de agua, el Subdirector no va a ir preguntando por allí algo que ni él mismo se cree, a poco no te diste cuenta de la doble intención que tenían sus palabras, por favor…

Se le acerco mucho, dice:

―Quieres que te diga por que no lo hará ―lo miro burlón, como si quisiera ver más allá de lo que su mente era capaz de reconocer en su amigo; burlón―, no lo hará por que realmente quisiera tenerte en sus filas. Oh cielos, eres ciego, imbécil o eres las dos cosas, Manuel… ¿No lo hará porque esta enamorado de tí?

Manuel abrió como ascuas sus enormes ojazos verdes; ―era como sino estuviera creyendo lo que su mejor amigo le había revelado de sopetón, ya desde mucho tiempo atrás se había dado cuenta que Bernardo no era todo lo inocente que pretendía ser, que esa cabecita escondía a alguien exageradamente experimentado en todo, sobre todo en las cosas de la vida y del sexo…

Dice un poco sorprendido ante la revelación:

―Cómo es posible que pienses eso de la gente Bernardo… así con tanta seguridad…

Él lo miro acariciador, burlón dice:

―Por dios Manuel, esto esta plegado de hipocresía y embarrado de mierda hasta el cuello. Desde luego te creía más astuto pero me equivoque, que lastima…

Él sonrío y lo miro muy fijamente, dice:

―Ah, a poco tu si… no me digas que tú lo sabes todo… a caso tú sientes algo por mí…

―Vamos Manuel, no estamos hablando de mí…

―No te salgas por la tangente Bernardo, ya me di cuenta que de inocente no tienes nada, serás pequeño, pero de que te las sabes de todas, todas, de eso no hay dudas…

Bernardo sonrío y fingió con esa convicción que lo caracterizaba ―Manuel pensaba que era como si se maquillara de algún personaje de una obra de teatro, se instalara con todo y el set, y era más que imposible sacarle de allí―, sonrío malignamente lo miro con fijeza, era como si de pronto se fuera a jugar su ultima carta…

―Vamos Bernardo ya no hay porque fingir… a poco crees que no me eh dado cuenta cómo me miras, cómo alucinas cuando me ves en pelotas, incluso tiemblas cuando estas junto a mí, vamos, cómo me comes la verga, si la verga Bernardo, quitémonos las caretas, basta ya de hipocresías. Te mueres por que te la ponga en tú culo… lo que no me cabe en la cabeza como es que sabes de estas cosas, como un chiquillo como tú se destrampe, como haz llegado hasta ese punto… 

Se le acerco todavía más, quizá aprovechando su desconcierto, tanto que casi podía sentir como se llenaba de ese su nerviosismo tan conocido, temblara como cual gallina a punto de ir al matadero, comenzara a sudar y a movérsele involuntariamente su labio inferior, señal de nerviosismo…

―Vamos lo sé todo Berna…

Él evadió su mirada apenado:

―Y…

Él se le acerco tanto que casi podía besarlo. Lo abrazo con su brillante mirada. Burlón:

―No sé, dímelo tú, eres quién se sabe de la A a la Z en lo que a sexo se refiere…

―Yo…

―Si, tú…

―No sé si deba, eres tan bueno, tan, tan…

Él se carcajeo, dice:

―Déjate de tonterías… yo también quiero comerte…

―Si…

Se le acerco y le siseo al oído:

―Si, quiero sentirte todo, comerte ese culo respingón, tus labios como melocotón, comerte tus tetitas ―sonrío y miro para todos lados para comprobar que todavía había menos muchachos en el lugar, se le acerco casi hasta tocar sus labios con los de él; burlón. Y porque no, comerte también tú bonito sexo, que despide ese olor agridulce tan caracteristico del macho joven tan a punto de estallar en ebullición…

Bernardo se arrobo ante el rápido movimiento de su mano que se poso sin pudor alguno en la prominencia que se le marcaba ya en ese su pantaloncito corto de deporte, arrancándole suspiros de emoción, su otra mano en su mentón halándolo hasta estar muy junto a sus labios casi besándolo, casi tragándose su embriagador aliento, arrobándose con su calor, su olor, sintiendo ese su cosquilleo que le corría por todo el cuerpo como la electricidad, provocándole espasmos que lo estaban llevando hasta no sé sabe que parte del paraíso, haciéndolo sentir sensaciones que nunca había sentido ―los huevos los sentía hinchados y casi a punto de explotar, era casi como si uno hirviera la leche y se levantara en ebullición, si, así se sentía―, era como si algo hirviera dentro de él y estuviera a punto de bullir en un torrente y si, así estallo en un fulgurante espasmo que lo hizo despatarrarse en los brazos del rubiales que lo acuno y lo acallo oprimiéndolo contra su pecho, sus lagrimas le corrían mojando sus carnes ―era ese su llanto de felicidad―, la felicidad de haber tenido su primer orgasmo ―porque por más que su padre le mostrara, nunca podria guardar mas de lo que su mente pudiera―, nunca en su tiempo había sentido tanta felicidad, tanta felicidad como la que le daba el Cadete Terrazas, era un especie de amor, amor de hombre y entre hombres…

Ya nadie había en el lugar solo ellos dos, abrazados como en uno solo.

El silencio y la quietud se rompió con la voz del Rubiales que era como un susurro:

―Quisieras acompañarme a mi Hacienda Berna…

Bernardo estaba todavía en sus brazos, le susurra.

―No puedo Mannu, mi padre me mataría…

―Estas seguro…

―Si, síguete… Yo aquí te esperare…

Así en ese idílico lugar que como cosa rara desde no sé sabía de donde comenzó a brotar un vaho que poco a poco fue inundando la estancia levantándose por toda la cámara, formando difusas figuras que se adherían extrañamente a los cuerpos perlados por una película de vaho, el cabello ligeramente mojado y alborotado: En ese momento el lugar estaba impregnado de deseo, de sexo imberbe y por primera vez sintió la calidez, el calor, la forma de sus labios, su sabor. Sus brazos apretándolo hasta quitarle el aliento, así se dejo llevar por todos esos sentimientos que desde hacia tiempo venía arrastrando cual pesada cruz ―si, se entrego, sintiendo como Manuel correspondía a ese sentimiento que lo arrobaba―, así se quedaron mucho rato comiéndose devorándose mutuamente. Sus manos iban y venían por ese cuerpo que a él le parecía sinuoso, sin nada que pudiera decir que fuera hombrecito; con la espalda todavía aún estrecha, la cintura pequeña, las caderas sinuosas, las pompas redondas, los muslos torneados, más bien todavía con sus formas de muchacho, la piel todavía sin vello, todavía sin vello en la cara, pero con ese enorme sexo levantado como asta, aprisionado dentro del pequeño pantaloncito de deporte, ya sin camisa, sintiendo sus pieles, sintiendo sus recovecos, sus protuberancias, su calor, su olor que se volvía como uno solo…

Jadeantes se separaron un poco, se miraron como si se fueran a devorar.

Burlones.

Se comían con la mirada.

Se devoraban en caricias audaces que los llevaban al mismo cielo.

Manuel lo tomo de la barbilla. Lo hace que levante el rostro. Se miran.

Dice:

―¿Por que no quieres acompañarme Berna?

Bernardo lo miro burlón, dice:

―No seas obvio Mannu… Hay que fingir…

―Para que, si más tarde que temprano, lo haremos, para que detener el momento…

Tomo una de sus manos y la llevo hasta su bulto en la entrepierna. Él se estremeció con la caricia del pijonon del rubio, esa verga caliente y vibrante que casi amenazaba con estallar en su mano.

Sonriente el rubio.

―Mira como me tienes… mira como estoy de arrecho, cual burro en celo…

―Si, ya lo sé Manuel… Tú exudación se siente en cada recoveco de tu cuerpo y así mismo en cada rincón de este lugar... Que si eres puro sexo…

―Tú no te quedas atrás Berna, el solo pegarme a tí me pone como un burro…

―Basta ya Manuel, será mejor que salgamos de aquí o alguien terminara descubriéndonos y adiós fin de semana, y tú no quieres eso, verdad…

―Si, será mejor que salgamos de aquí, además tengo que entrevistarme con el Director. Y si no salimos  de aquí terminare violándote en las regaderas y sobre las baldosas…

Bernardo se carcajeo con la ocurrencia.

Saliendo de los vestuarios se encontraron con el rostro pecoso de Rodolfo que los miraba suspicazmente, recargado por allí ―era como si se adivinara toda la escena allá adentro…

Dice:

―Vaya con los tortolitos. Me podrían decir que hacían solitos allí encerrados…

Manuel se le adelanto a Bernardo y se le puso enfrente. Lo miro burlón.

―No es asunto tuyo, Sánchez… Y deja de meterte en lo que no te importa…

Enseguida le aventó el pecho haciéndolo a un lado de un empujón. Este por más que trato no pudo hacerle frente, era mucho más pequeño, así que se quedo con las ganas de verificar lo que tanto sospechaba. Sonriendo los miro alejarse con rumbo desconocido, ya que era un complejo bastante grande y era imposible seguirles por mucho tiempo. Pero no pudo menos que sonreír al verles en ese estado de alteración…

Se pensó:

"Ya lo veremos Manuelito".


La Entrevista...



Era Viernes y era también casi la hora de que sonara la diana para terminar las clases y la semana, y así regresar a su casa con su familia; más temprano estos se habían entrevistado con el Director y ahora le tocaría su turno de pasar a su entrevista ―realmente le extrañaba que hubieran citado a sus padres; no era realmente un alumno problema a acepción de que se saltaba algunas clases, estas sin importancia tal vez para él pero no así para el Sistema, más algunas faltillas que tenía por ahí―, lo que realmente le preocupaba era que alguien hubiera escuchado su descontento con el Sistema y hubieran corrido con el chisme, eso si era un gran agravio contra la Casa Montenegro y esta si le infringiría un castigo ejemplar o mucho peor a su familia…

Ahora esperaba en la oficina sentado en espera de que el Director llegara, el secretario le había dicho que esté estaba haciendo unas diligencias fuera del complejo, que tendría que esperarlo. No había nadie en el lugar más que él cuando una de las puertas se abrió y apareció como una aparición venida de algún lugar fuera de la realidad, esa mujer toda de negro, con el cabello castaño dorado en ondas, la piel como la arena, alta y esbelta ―si, debia ser ella, si, con seguridad, sabía tan poco de la benefactora, pero ese poco que sabía por los que la conocían que no podía haber error alguno, era Dolores Montenegro "La Señora" mujer de inquietante belleza, personalidad arrolladora a simple vista era alguien que provocaba escalofrío. Ella lo miro burlona, era como si le hubiera leído el pensamiento, se le quedo mirando un segundo…

Luego ella giro la mirada hacía el escritorio de madera donde sobresalían dos carpetas amarillas, las tomo y las miro, luego volvió a mirarlo con esos sus ojos fulgurantes, esa su sonrisa congelada ―era cómo para salir corriendo de allí―, luego cómo que se piensa y cómo que se va desprendiendo de su aura todo poderosa y sonriendole afable,

Dice:

―¿Y tú eres?

―Soy Manuel Terrazas Cadete 1ro de la Quinceava Compañía de la Sección 25 del Primer Pelotón, Señora…

Ella sonrío y siguió leyendo la carpeta. Luego volvió a mirarlo, dice:

―¿Deja los formalismos para otra ocasión… Y ahora dime que haces aquí?

―Señora, yo…

―Si tú Terrazas…

El cómo que se piensa lo que va a decir, dice:

―La verdad que no sé porque me llamaron…

Ella sonríe con malignidad, dice:

―Ah sí… No me digas que estas aquí solo porque el Director quiere verte, no te creo ―sonriéndole lo miro afable y siguió leyendo lo que parecía un informe, lo volvió a mirar pero algo burlona―. Vamos Terrazas, creo que yo te voy atender…

Se encaminaron por un acceso que era como un pequeño corredor después de las oficinas de la secretaria y la del Director, más allá un pequeño recibidor, luego una enorme puerta de madera que a simple vista era un trabajo admirable por la hechura de la misma. Con decisión la Señora Montenegro se apresto abrirla, pero antes de que la puerta se abriera lo miro burlona ―se pensaría que era como si quisiera distraer su atención; lo supo por que sin dejar de mirarlo, movió de cierta manera la mano y la puerta se abrió "quizá tenía algún código" quién sabe…

Al entrar en el lugar inmediatamente se quedo impresionado ―era un lugar cómo pocos, cómo pocos que él haya visto, incluso nunca había visto uno igual: Desde la entrada a mano derecha un escritorio…

―¿Habías venido alguna vez aquí Terrazas?

―¡No Señora, la verdad que no soy muy asiduo visitante, ni de la Dirección ni mucho menos de aquí!

Ella lo miro muy detenidamente; era como si lo estuviera estudiando con la mirada ―y vamos que si sabía mirar, con esa su mirada poderosa, tan capaz de ver hasta los más íntimos pensamientos…

―Si lo sé, eres un estudiante novel. Pero dejémonos de palabrerías, siéntate Terrazas que esto va para largo.

―¿Sabes porque estas aquí?

―¡No, ya se lo dije, no tengo idea!

Lo miro muy fijamente, era cómo si quisiera intimidarlo, quizás preparandose para interrogarlo:

―¿No aquí precisamente. Me refiero al Principal?

El lugar se lleno de tensión que a pesar de las aparentes buenas intenciones de la mujerona ―y es que era imposible que uno pudiera sentirse cómodo con semejante portento, que no podía uno imaginar si te quería comer, abrazarte o destruirte. Es que era imposible buscarle un adjetivo que pudiera definir con precisión realmente cómo era o cómo deseaba que se pensasen de ella; su forma de mirar, de sonreír, hasta como se conducía, era algo realmente imposible, y ella no era de las que daban tregua alguna, su personalidad no era la mejor del mundo, era muy parecida a quienes se dedicaban hacer un interrogatorio o quizá a una diosa viviente…

―¿Te haz pensado alguna vez por que estas en El Principal?

―No Señora…

―¡Bien Terrazas, te lo voy a explicar porque eres mi amigo! ―connotación en mi amigo, por decisión de ella que es como si tratara con alguien muy intimo; cómo un amigo o un amante…

Bien, no es de la índole de nadie saber de las decisiones de la Compañía ―cómo él sabe, y lo mira cómo solo ella sabe mirar. Pero al buen entendedor pocas son las palabras. Desde hacia mucho tiempo se venía planeando un sistema que en un principio solo abarcara a unos cuantos ―dígase a los más necesitados― se les daba una oportunidad. Que en un principio solo era uno por familia; se le daba lo que necesitara, incluyendo servicios sociales, todos, incluyendo también una gratificación monetaria por mes y así mismo un tanto para sus familias ―sonríe― esa parte se la excluye: De unos veinte se hicieron trecientos, y así hasta llegar a los que podían pagar su propia asistencia, hasta llegar a lo que es ahora, un verdadero consorcio ―la Compañía tiene, la Sociedad Comunal tiene, el pueblo es la Sociedad. Esas fueron las bases para la estructuración de un sistema que a funcionado muy bien en beneficio de todas las partes ―pero se preguntara cómo, como quizá muchos lo hacen todavía, cómo entran ellos los que no tienen nada ―bien― también eso tiene una explicación; ya se dijo que es un consorcio, es un bien comunitario―: Un ejemplo es él y su familia a la que se le otorgo un préstamo a largo plazo a retribución de que entregara a uno de los suyos a la Compañía ―lo mira mucho y muy detenidamente para ver su reacción ante sus palabras que son un poco distraídas―. Sin malas interpretaciones, claro, no se haga ideas al respecto. La interpretación de la Compañía no es un bien absolutista como se a ido escuchando por allí…

Sus ojos de una fuerza y una profundidad que causaba escalofríos lo miraron fulminantes. Esa su sonrisa que era como una mascara congelada, petrificada ―era como estar viendo a la muerte si es que existiera…

Como es bien sabido la Compañía financia sus estudios y ofrece un estatus privilegiado a los miembros de la Comunidad y sus familias, estos a cambio se comprometen a cumplir con el contrato estipulado en las cláusulas que suelen ser distintas en cada caso; ―como en su caso primero fue su hermano, ahora es él, después será su hermana y así sucesivamente―, eso les da para trabajar en una finca que en si es propiedad de la Compañía, pero no es en beneficio propio también lo es de quién la trabaja y así todos ganan…

Manuel la miro reflexivo; en parte tenía razón, no era una ganancia de solo una de las dos partes, aún recuerda cuando hasta hace pocos años todavía su familia hacía lo imposible para salir adelante en esa destartalada casa, como el hambre los perseguía en todo momento, como las tierras yermas no daban cosechas, los pocos animales que tenían se morían de flacos… todo era pobreza por doquier y que decir de sus vecinos. Todos incluso ellos rogaban todas las noches por que la Compañía los alcanzara con su infinita misericordia, como por años esta iba avanzando a pasó lento por todo el valle, hasta que un buen día los jefes del Gabinete llegaron una mañana y mirando aquí y por allá, y la fortuna llego para todas las comunidades. Todo fue de a poco a poco hasta llegar a lo que se es ahora…

―Ahora dime Terrazas, después de haberte explicado todo, como te sientes, a cambiado en algo tú forma de pensar…

―Yo Señora, no entiendo su pegunta…

―No te hagas el ingenuo Terrazas, odio la mentira y la traición. Veras, por si no lo sabes también te lo voy explicar, parte de este Sistema como lo llaman ustedes es que nada escapa a mis ojos y mis oídos. Yo lo sé todo, incluso la más minima cosa que suceda aquí en el Principal, en la Ciudad y en todo el Estado, incluso sé lo que sucede contigo y con Bernardo en el invernadero. Te sorprendes, yo no, una de las cosas que me llena de satisfacciones es que nada escapa a mis conveniencias ―sonríe con malignidad al ver su rostro desencajado― Oh vamos todo tiene un porque, te lo voy a explicar en pocas palabras Terrazas, tú eres un punto clave en mi estrategia en contra del Señor Senador. Cómo, te estarás preguntando, como ya te dije, conozco todos y cada uno de los recovecos de este lugar ―sonríe― claro, yo lo construí con solo ese propósito, de saber y conocer todos los movimientos del mismo ―lo mira burlona; parece pensarse.

Oh si, se me estaba olvidando ―ya sabe como es Bernardo, es alguien sin carácter y quizá hasta un poco retraído, solo quizás―. Y tú eres como eres; bueno, eran una pareja de la que se podía sacar provecho, así que los puse en la misma compañía con él solo interés de saber cosas… Desde luego no me equivoque, temo decir que yo nunca me equivoco. Pero nunca me espere que surgiera eso que ustedes tienen, vamos eso no es asunto mío, digo, mientras cumplan con lo que yo quiero…

―Que es lo que quiere usted Señora…

―Bien Terrazas, me gusta que tomes con inteligencia las cosas… Quiero que por lo pronto todo siga como hasta ahora, Bernardo no debe saber nada, esto tiene que quedar entre tú y yo, incluso nadie del personal debe saber nada, me entendiste…

―Si Señora…

―Bien, ah, otra cosa Terrazas, nada de hacerte el héroe…

―No entiendo…

―Si que lo sabes, de la relación que existe entre Bernardo y su padre ―avento el cuerpo hacia adelante, dandole énfasis a sus palabas y viendo que no reaccionaba, dice―; Y que nadie sepa del romance entre Bernardo y tú…

Luego él parece pensarse, dice:

―Como es eso de la relación entre Bernardo y su padre…

―Ah, no me digas que Bernardo no te lo ha dicho, que el Senador lo abusa desde que era un niño, mal negocio. Me sorprende que no te tenga esa confianza… Bueno ya lo sabes y nada de hacer tonterías, tengo planes fabulosos para ti y para Bernardo…

Lo miro muy detenidamente mientras éste estaba reflexivo a solo unos pasos de la puerta; mirándola, imaginándose toda la película, tal vez guardando todo lo que ahí se había hablado, lo que no podía dudar era que ahora más que nunca estaba más segura de que él estaba más que convenido de que eso era lo mejor, para él y para todos…

―Solo algo más Manuel, no te quepa la menor duda de que haremos algo al respecto, te aseguro que su bienestar es también el de la Compañía, pero eso tiene su precio, y ese es la fidelidad, estamos…

El Rubiales respiro hondo y dijo.

―Estamos Señora…



―¿No va a decirme nada Padre?

El hombre lo miro pensativo y rascándose la nuca, dice:

―Veras Manuel, siempre me eh caracterizado por ser un hombre, un esposo y un padre justo… Y no soy de los que precisamente se dejan influenciar por una imposición cómo lo es el Sistema… Pero por sobre todo porque tú eres mi hijo y eso no lo va a cambiar nada ni nadie…

Pensativo Manuel miro hacia el poniente donde poco a poco el sol se iba perdiendo tras la línea de la Cordillera a lo lejos su hermano y los demás peones terminaban con las labores del día. Ellos más antes se habían alejado del grupo eh ido a sentarse en una cerca de madera que hacia las veces de división y también como de decorado y, como no queriendo habían comenzado con la platica que ahora sostenían, allí sentados mirando al horizonte con el sol rojo fuego pegándoles de lleno en el rostro…

El muchacho evitando la mirada del padre, dice:

―Pero Padre, eh infringido una falta grave…

―Si, lo sé Manuel, gravedad que por supuesto amerita un castigo, pero eso también será a la medida del tamaño de tu honestidad… Si crees que eres culpable, entonces tú solo te impondrás un castigo…

―¿Cómo Padre?

―Si Manuel, si eres lo bastante honesto contigo mismo, tú solo te impondrás el castigo y ese será no volviéndolo hacer…

Manuel siguió mirando al horizonte; pensó que de alguna forma ya había escuchado esas mismas palabras; tal vez más temprano.

Inclino la cabeza, dice:

―Hablas como ella…

―¿Cómo quién?
  
―Cómo la Señora Montenegro…

El hombre frunció el ceño, desde luego no quería que su hijo lo asociara con la benefactora y su doctrina, temiendo que su razonamiento no fuera genuino, se apresto a corregir de alguna manera sus palabras…

―Si Manuel, tal vez por que somos del mismo pensar, que si infringimos un castigo entonces no es educar con inteligencia y con respeto. Yo en lo personal no la conozco, sé que su sistema impera en todo el entorno, pero no influencia propiamente en como educamos a la familia ―lo miro burlón y esté también lo miraba―. No vas a creer que su desfachatez llegaría a tanto, o si…

Manuel sonrío y pensó que de alguna manera el Sistema si abarcaba todo el entorno, y si era casi como una doctrina que de alguna manera se escurría malignamente por todos los círculos, se quisiera o no así era ―pensó que ya estaba arraigada en la piel de todos los habitantes…

El padre lo cogió del hombro y lo llevo hasta su pecho, ahí le espeto:

―De cualquier manera nos guste o no las cosas no se pueden cambiar…

Lo miro muy detenidamente; Manuel estaba de perfil, podía ver su rostro de una perfección casi ambigua, era como si hubiera sido creado por una meticulosa reproducción a propósito ―se decía que desde hacía treinta años se llevaban acabo estudios en laboratorios secretos para alterar los genes naturales por unos adulterados, que sin duda estos escogidos por la Compañía con el fin de sacarle el mayor provecho. Fuera como fuera las nuevas generaciones eran una raza perfecta de superdotados, incluso eso se podía ver hasta en los lugares más alejados. Ahora le quedaba claro porque muchos de los estudiantes eran escogidos así por que si, y porque la Compañía se tomaba demasiadas atenciones.

¿Pensó que era escalofriante para que eso fuera verdad; que todas estas nuevas generaciones hayan sido genéticamente manipuladas para solo un propósito por mentes sin escrúpulos?

―A todo esto Manuelito te he notado últimamente medio raro, tienes algún problema... Sabes que puedes confiar en mi verdad…

Él lo miro un poco descolocado y algo sorprendido por esa forma melosa de dirigirsele ―eso le indicaban que muy pronto entrarían en una materia todavía más privada, lo intuyo por su manera de dirigirse a él. Su padre jamás lo llamaba de esa manera y tenía entendido que lo odiaba realmente…

―¿Dime Manuel, hay algo que me quieras contar?

―No sé padre…

―Vamos, puedes confiar en mí, soy tú padre…

―Si, lo sé, pero no tengo nada que decir…

El padre lo cogió y lo aproximo hacia su hombro, infringiéndole confianza, dice:

―Estas seguro Manuel…  Y dime que hay con ese amigo tuyo, Bernardo, creo que se llama…

Manuel sintió que de pronto todo se le nublaba, incluso la boca la tenía seca, no entendía a que se refería con esa su pregunta o no quería entender a donde quería llegar: Tal vez el Rector le había hablado de su estrecha relación con De la Torre ―aunque la dualidad no era un asunto perseguido abiertamente en una sociedad dominada por el poder de la Sociedad Montenegro la que estaba abiertamente separada de la iglesia católica. Pero también estaban los mayores y sus retóricas enseñanzas donde por supuesto no estaban permitidas tales afecciones…

Dice:

―Padre yo…

―Vamos Manuel, no soy ningún retrograda, yo también sé de estas cosas, no soy ningún ignorante. Tú madre me pidió hablar contigo, sé que es algo incomodo hablar de esto…

―Pa'…

―Mira no quisiera ondear en un asunto tan escabroso. Lo que creo es que eres todavía estas muy joven, que quizás estés algo confundido al respecto, no crees…

Él se ve que se piensa. Luego respira, dice:

―No sé Padre, le juro que eh tratado, pero es un asunto de aquí adentro ―se lleva la mano al corazón y mira a su padre que esta de perfil―, no es que sienta cosas por todos, es solo con él, es algo que no sé como explicar, es cómo amor Padre… Lo llamaríamos amor, si así quiere verlo…

El hombre parece fruncir el ceño, dice:

―Bien Manuel, no voy a meterme en tus decisiones, solo espero que con el tiempo llegues a pensarlo mejor y que quizás cambies de parecer…

―Quizás Padre...



El pelirrojo entro en la oficina del Director.

Esté ya lo esperaba sentado con su actitud impasible:

―Siéntate Sánchez, y bien ahora comienza contándome esa historia que dices que es muy interesante…

―Vera Señor Director…

Como él sabe de esa extraña amistad entre los Cadetes Terrazas y De la Torre, se ha visto algo demasiado perturbadora para los demás Cadetes ―usted sabe cuan perturbadora es―, se van a solas a los lugares más recónditos del Principal y se pegan tanto que podría pensarse que se estuvieran besando, se cogen de las manos ―los ojos del pecoso lanzaban chispa de odio― y hoy más temprano los miraron muy juntos en el gimnasio y se cree que hasta estaban haciendo cochinadas, estaban con sus cosas a la vista ―usted sabe de sus cositas que se ven bajo el pantaloncito de deporte…

El hombre de cabello negro se removió bajo su silla; era cómo si esas palabras hubieran removido una fibra muy sensible de su ser ―sus ojos brillaron ante la escena que el Cadete describía con tanta precisión que no le cabía la menor duda de que él mismo se hubiera encargado de verificar la información. Por los informes sabía que Rodolfo Sánchez era maligno hasta la saciedad, pero ellos no tenían la culpa, la culpa la tenía ese maldito sistema ―Lo miro con fijeza como si estuviera invitándolo a proseguir con su relato.

Él sonrío. Y su voz y su actitud se volvieron todavía más impersonales.

El Bernardo estaba recargado en el casillero cuando le puso una de sus manazas en la poronga, se la cogió por encima del pantalón, claro no podía ser de otra manera y así comenzó un jaleo, el Rubiales bufaba como un desquiciado con esas sus caricias un poco inexpertas ―pero en fin placenteras pues como bien sabe siempre es rico cuando alguien así, te coge la poronga, lo calientito y lo tosco de un primerizo. Se comían con esa su mirada, sus bocas babeaban, sus cuerpos estaban algo sudados, se podía ver el sudor corriendo por sus pieles, sus pezones algo levantados y duros, su olor impregnado en cada rincón de ese recinto, de por si con el olor a verga, a culo sudado de los demás Cadetes que habían terminado con la clase de deporte, si, así es de alucinante ―él sonrío malévolo, el hombre se estremeció con ese su detallado relato, trago saliva y se removió otra vez en su silla pero esta vez sin siquiera pestañear y cuando aquel se distrajo se llevo una mano hacia su entrepierna, la que estaba levantada y dura como un hueso. El Rubiales se bajo él zíper y se saco el cipotote ―sonrío y lo miro inquisidor, lo miro que estaba sudando y creería que se le hacía agua la boca―, si usted viera que vergon se carga el Terrazas, Señor Director ―él se relamió, dijo; no, dímelo tú Sánchez―, si viera, si ese Manuelito se carga un tremendo vergajo no solo de unos cuantos centimetros sino de unos pobres veintisiete centímetros y bien gordo, casi, casi cómo una muñeca ―él sonrío incrédulo, él lo miro fijamente como para ver su reacción; era para ver hasta donde era capaz de llegar el Rector en sus cochinos pensamientos…

¿No cree lo que le dice?

Si, si viera lo que el Terrazas es capaz de hacer cuando se baña en las duchas. Se despelota de todo lo que lleva encima, luego se pone a platicar con uno que otro Cadete todavía estando en la compañía, se ve que lo hace de puritita  maña para que le miren el fierricimo y no conforme con eso sino que se lo empieza a manosear, luego se le pone medio duro y es allí cuando es imposible dejar de vérselo, porque el condenado lo tiene cómo un burro y los huevos son cómo los de las gallinas, y así flaquito pero correoso como es ―cómo qué es medio narcisista, le gusta alardear de su cara de angelito y su cuerpo de sátiro, su mirada destella chispas de lujuria y que si no fuera por que somos machos ya nos hubiera montado a todos―, si, así como lo ve de chiquito ya se chaquetea; bueno todos lo hacen, a veces se reúnen en el baño y comienzan entre broma y broma, primero viendo quién tiene el cuerpo más musculoso, luego de allí entre risitas se van a las porongas ―y va usted a creer que el condenado es el que la tiene más grande y eso que es de los medianos, todos los otros trece restantes tenemos unas pingitas de niño al lado de la de él, si la viera usted, se la coge con una mano, luego la otra y le sobra ese capullo, nos mira y se sonríe burlón, satisfecho, con la pingota en la mano sacudiéndosela abajo y arriba…

Después de dejarse manosear un rato, se intercambian los papeles ―si, si los dos son unos maricas―, el Manuel le saca al Bernardo la poronga por la pernera y por fin se besan, se comen las bocas, Manuel lo arrincona en los casilleros y le da una magreada con la mano que hace que el maricon explote y grite, y entre bufidos se despatarre en su hombro, aquel lloraba ―va a creer que tuvo su primera corrida―, y que decir de Bernardo, si cualquiera que lo mire se le pone a uno dura ―y es que si viera usted Señor Director que culo tan respingón tiene, la cinturita pequeña, la espalda apenas musculosa y las piernotas sin vellos, es casi cómo si fuera una muchacha, y cuando se tumba en la cama con el culo levantado― por eso el Manuel se levanta antes que todos y se queda todo inmóvil viéndole la raja ―cómo ido se toca por encima del calzoncillo hasta que se moja, pero el chaval no se corre porque todavía no sabe cómo― será qué la mariquita todavía no se la come, será que todavía no le enseña todo lo que sabe ―porque todos saben que el Señor Senador, su padre, se lo monta desde que era chiquillo, él lo sabe, todos lo saben, y quizá hasta Terrazas lo sabe, por ello mismo lo protege con una fiereza de fiera―, pero Bernardo todavía no da a conocer todas las porquerías que el padre le enseña, no, no quiere que su príncipe se de cuenta de la putona que lleva dentro…

―Ah que Sánchez, si que es una historia muy interesante… y podría saber como es que sabes tanto, digo…

El Rector sonrío pícaro ante su repentina curiosidad.

―Vera Señor, todo eso me lo contó un pajarillo que lo sabe todo, todo lo que sucede aquí y haya afuera…

―Ah…

Solo con escuchar esas palabras su corazón se le encogió de pánico. Sino se equivocaba esa rata de Sánchez era uno de los secuaces de la Señora Montenegro; no había duda era peligroso intrigar hasta con el pensamiento. Se decía que la Compañía Montenegro tenía espías en cada rincón, y que no se sabía ni quién era quién, si alguna vez lo dudo ahora no le quedaba duda alguna ―ese era un mensaje bien claro para él, sino cómo era que sabía todas esas cosas, cómo…



El sol ya se había metido por completo, solo quedaba la poca luz del destello del horizonte tras la cordillera, los tres iban en la camioneta, iban en silencio, Antonio su hermano al volante tarareando una vieja canción, su padre del otro lado mirando pensativo como pasaban los sembradíos, iba con el ceño fruncido. Todavía faltaba para llegar a la casa grande; cada quién metido en su mundo cuando el característico repiquetear del sonido de un celular los saco de la monotonía.

El padre saco el artefacto de su bolsillo. Lo miro; era el numero de la casa grande.

―Si… Sucede algo querida…

―…

―Ah…

El padre dirigió la mirada hacia Manuel, dice:

―Es para tí, es Bernardo…

Manuel lo miro con ojos asustados, dudando todavía en coger la llamada. Él le devolvió la mirada, pero a diferencia tenía una actitud tranquila, más bien pareciera que ya adivinaba todo lo que sucedía.

 Dice:

―Tranquilo Manuel, el Rector nos hablo del asunto… bueno nos dijo que sus padres irían a la Capital y que si el chico se podía quedar el fin de semana con nosotros, tú madre dijo que si…

Manuel abrió azorado sus ojazos verdes. Con la mirada pregunto lo que sucedía.

El padre pareció intuir en la mirada sus dudas, dice:

―Bueno, solo dijo que se quedara aquí unos días… Pero no te hagas ideas… ahora contéstale…

El cogió el teléfono:

―Bueno…

"Manuel"

―Si Bernardo…

"Estoy en tú casa, el Rector me dio una licencia para venirme unos días"

―Si…

"No te alegras"

―No, no es eso Bernardo, es un poco complicado, espérame allí…

"Bien"

Sin mirar a su padre le dio el teléfono, el cual estaba húmedo. Con seguridad estaba nervioso, sonrío.

―Vamos Manuel cálmate…

―Vamos Padre, como quiere que me calme, después de todo lo que a sucedido, y sobre todo lo que me ha sacado ―volteo a mirar a su hermano que iba como distraído al volante; aunque quién sabe si supiera el resto.

El Rubio sonrío y le espeto a rajatabla.

 ―Ya deja el drama Manuel, ya todo el mundo sabe de tus amoríos con De la Torre… A poco crees que algo como eso nunca se iba a saber, vamos Enano, como si no conocieras el Sistema, un Cadete se lo dice a uno y ese uno se lo dice a otro… Y si por si todavía no lo sabes yo también me la pase ahí seis años, y hay un grupito que se dedica al espionaje, vamos que están con el fin de informar de todo lo que sucede en el complejo a la Central… Pero si todavía no te cabe en la cabezota también hay cámaras micrófonos y de más argucias…

Manuel lo miro con esos sus ojos muy abiertos. No sabía si de pena o de incredulidad.

Podía verlo sonreír de perfil al volante, con su rostro dorado, la frente amplia, el cejo bien definido, su nariz afilada, sus labios gruesos y sensuales, el mentón cuadrado y fuerte, con el cabello castaño dorado en rulos apenas asomándole por el sombrero. Era guapo y muy masculino, rudo hasta decir basta, podía sentir su calor, su olor a macho, con sus veinte años lo era, se sabía y se sentía guapo. Tan parecido a sus padres, tenía la masculinidad de su padre, también su carácter y su fuerza, la belleza, la elegancia y sensualidad de su madre, en si todos eran muy parecidos…

Los ojos del chico rubio se volvieron turbios de pronto. Era obvio de que estaba apunto de estallar, no porque se sintiera ofendido sino por la manera en como se habían metido en su espacio. Manuel era quizas más celoso, quizas mucho más que otro cualquiera celoso de su espacio y lo defendía con garras y dientes, y en el fondo era muy belicoso.

El padre conociendo los caracteres de sus chicos opto por intervenir:

―Vamos chicos no querrán pelear entre ustedes. Vamos esto no es para hacer un circo de diversión, debemos estar unidos y respetarnos mutuamente; sobre todo tú Antonio que eres él mayor.

―Pero Pa’ si yo no dije nada… solo le dije unas cuantas verdades al Enano, para que vea como se las gastan allá y sobre todo como se las gasta la Compañía Montenegro y que con ellos no se juega…

―Ya lo sé, y después de todo esto creo que Manuel también lo ah entendido, verdad…

Él pareció entender porque cerro los ojos como afirmando que entendía: Entendía todo; más aún después de haber escuchado horas antes a la mujer más poderosa de la Compañía Montenegro, y la que con su sola presencia le había echo sentir que una gran sombra se cernía silenciosamente sobre sus cabezas. De alguna manera esa mujer se las había ingeniado para mantener bajo su poder a todos y cada uno de los ciudadanos de todo el Estado, claro, creando por sobre todas las cosas fuentes de trabajo, bellas construcciones, hospitales, escuelas, centros de diversión y demás, también vías de transporte; como carreteras y con estas también vías férreas. Habiendo logrado penetrar en la difícil competición comercial a escala mundial y en millones de toneladas, poniendo al Estado a la par de los grandes comercializadores. Indudablemente por esto y por lo otro era alguien indiscutiblemente necesario, nos gustara o no era así.

A la vista la Casona Terrazas Montalbán con su cerca de piedra y hierro forjado, su inmaculado pasto, sus setos y sus pinos, más allá esa casa en piedra maciza con escalinatas, terraza y porche, de una planta pero tan alto como si fueran dos, su portón puerta, sus ventanas como las de antaño estilo Frances, se podía alcázar a mirar el interior del salón exquisitamente decorado…

La camioneta se detuvo justo en la explanada. La dueña de la casa, los chicos y los jóvenes sentados en la puerta.

Podía alcanzar a ver el espigado Bernardo sentado en amena charla con su madre que se reía sin parar, quién sabe que sería lo que le estaría contando; Bernardo siempre tan orador, a pesar de todo lo era. Su hermana Teresa con el mantel que parecía nunca terminar. Desde adentro se venía una musiquilla que apenas se escuchaba. Nada más llegando gente desde a dentro salio presurosa a ayudar. Los tres bajaron de la camioneta y se dirigieron al grupo, el primero en ponerse de pie fue Bernardo, que luego luego llegando se abrazo al chico rubio. Parecía de pronto agitado, y parecía querer decirle algo al oído, por eso cómo que parecía abrazarlo efusivamente.

 ―¡Manuel, creo que algo malo le va a pasar a mi familia! ―él lo aparto y lo miro mucho cómo preguntándole con la mirada sobre eso que decía.  Él giro para todos lados la mirada para ver si su familia los miraba.

―¿Si, Manuel, sé que algo malo les va a pasar, sobre todo a mi Padre?

―¿Estas seguro Bernardo?

Él volvió a mirar para todos lados pero ya los Señores y los chicos de la casa se iban encaminando hacía el interior. Ellos se sentaron y miraron a lo lejos que ya no había luz.

―Si, esta mañana hubo muchas cosas que me hicieron pensar que así pasaría…

Él lo miro incrédulo; como preguntándole más sobre el asunto:

 Él giro la mirada cuando varias luces en la terraza y la explanada se encendieron y el hermano mayor estaba parado en el quicio de la puerta, quizás desde hacía mucho tiempo; podía alcanzar a ver una leve sonrisa de malignidad, parecía no mirar pero algo le decía que estaba bien atento a lo que sucedía a su alrededor. Se le acerco al Rubiales tanto que casi podía sentir su calor, su olor; ese olor que exudaba testosterona pura, canonizada a su particular exudación de la que se hacía acreedor y que era conocida por todos. A él mismo se le hacía un vuelco quién sabe donde cada vez que el chico se le acercaba: ―Era como una especie de atracción magnética que le corría por todo el cuerpo cómo electricidad parándole los pelos, era puro sexo, aunado a su personal forma de ser.

l le sonrío acariciador, como sabiéndose dueño de eso que su amigo sentía por él. Lo miro con esa su mirada brillante plegada de amor; un amor que le producía escalofríos y que lo llevaba a una vorágine de sentimientos, y estos lo llevaban a no razonar con coherencia. Sin pensarlo lo tomo de una de las manos y con la otra lo tomo de la barbilla haciéndolo que lo mirara…

―¿Te parecería si nos vamos al río acampar?

Él lo miro a su vez con mirada de amor y luego le sonrío apenas, como sino quisiera realmente ―su mirada despedía casi como un orgasmo mismo, casi como si fuera a estallar en un torrente…

Dice con voz melosa y aterciopelada:

―Si, si quiero… además necesitamos hablar, hablar a solas…

Manuel volteo hacia donde estaba su hermano, todavía parecía no darse cuenta de nada; bueno eso parecía. Hizo como que buscaba algo en el piso, luego volteo despistadamente hacía Bernardo, le dijo muy quedito:

―Después de la cena nos vamos al río? Yo pasare por ti a tu cuarto, te estas listo… porque por lo regular Antonio se queda viendo televisión hasta tarde, para cuando se de cuenta de que no estoy en cama ya estaremos bien lejos…

Él asintió con la mirada. Y Le dedico esa su mirada de amor.

Él sintió turbarse de emoción; al parecer adivino que habría algo más y sintió una corriente eléctrica correrle por todo el cuerpo en especial una punzada en el bajo vientre que le causaron un dolor en la punta del garrote presionado por su piel y la apretada ropa: ―Siempre la pasaba esto cuando este sentía la estimulación externa, se le escapaba para todos lados y hacía malabares por acomodárselo de manera que no se notara, pero esas dimensiones eran casi imposibles de esconder, y con la obsesión de su madre por que usara prendas cómodas era todavía más imposible que esa anaconda se quedara quieta…

Ligeramente emocionado le cogió una de sus manos y se la llevo a la entrepierna presionándose donde tenía esa parte que le estallaba en oleadas de deseo, podía sentir el temblor de él, también podía sentir su nerviosismo, su escalofrío, la piel helada, chinita como de gallina ―sonrío― a que Bernardo, todavía a esas alturas se sorprendía. Sin quererlo se arrobo ante este juego de candor y picardía de él.

El calor y el ardor que le venían desde esa parte le causaron un estremecimiento que le estallaron en un extraño nerviosismo que le volvieron la piel chinita como de gallina; más aún al sentir el tremendo relieve que se le levantaba en el pantalón, podía calcular semejante grosor y longitud a lo largo de la pierna que le iba hasta la rodilla ―sonrío― la había mirado solo en reposo pero nunca en su totalidad, en sueños despiertos se la había imaginado deslizarse por su boca y otras veces en sus entrañas llenándole en su totalidad, sintiendo como lo horadaba sus paredes y clavándoselo hasta la empuñadura haciéndole estremecer cuando lo llenaba en su totalidad, era allí en ese momento cuando estallaba en un torrente, despertándose con su calzoncito mojando, sudando y temblando por lo que había sentido en sueños, miraba al chico en su cama, ya medio cubierto, ya medio en pelotas, sonreía y se volvía a dormir.



(Una Noche Bajo la Luna Llena)



La luz de la luna iluminaba el claro que hacía esa parte del río que era bastante caudaloso, más allá árboles que llegaban al cielo mismo, la semioscuridad de la noche era cortada por la fogata que se levantaba en llamas de un rojo centellante iluminando dos cuerpos que estaban muy juntos, tan juntos, en una sola manta haciéndose uno mismo; eran Manuel y Bernardo. Más allá la casa de campaña, también iluminada por una farola de baterías en la entrada.

Antonio podía ver toda la escena a escondidas desde donde estaba; había intuido que esos dos no podrían estar tanto tiempo separados y conociendo particularmente a su hermano adivinaba que de alguna forma se las ingeniaría para salirse del Caserón eh irse a uno de los tantos lugares a los que se habían ya escapado juntos, ya que desde siempre Manuel lo había seguido por donde él fuera; de alguna manera le había enseñado de ciertas cosas, cosas de las cuales el chiquillo tenía que conocer...

Como el gusto por las chicas, como mirarle las piernas, las pantorrillas y, dejar caer la mirada en los pechos, también fumar a escondidas a rascarse los cojones y otras veces darse unas jaladas en el garrote y el Enano siempre aprendía, y era un deleite verlo con el pijonon a dos manos en desesperado jaleo, con ese su poco vello casi al ras y los huevícimos lampiños saltando y contrayéndose todavía que su mano chocaba con su base ―era algo insólito mirarle despatarrado en la manta, tan abierto de piernas como algo imposible, casi alcanzándole con la mirada escurrida en la raja del culo.

El Enano, era para volver loco a cualquiera y con la escena esa, él mismo no se la creía el verlo ―pero desde su entrada al Principal sus escapadas se hicieron más esporádicas, más aún desde que un día llego hablando de un amigo que en un principio no tenía nombre pero que se notaba al hablar que se le iba la vida en puros elogios― ahí intuyo que el pelado se había enamorado y él sufría horrores con eso y con ese fulano al que llamaba, mi "amigo" cariñosamente…

Se limpio las gotas de agüilla que le caían por sus mejillas, con desden. Se sentó en cuclillas haciendo el menor ruido posible ―era casi como un felino―, Manuel a cada rato le reprochaba esa actitud cuando de pronto se aparecía en la habitación y lo miraba desde sabe que tiempo, parado allí sin hacer ruido, comiéndoselo, devorándoselo con la mirada y con su mano tocándose por encima de la bata, podía alcanzar a ver su excitación, su brillo en la mirada, su sonrisa le causaban escalofríos, era escalofriante pensar que su hermano pudiera anidar un sentimiento semejante.

Desde hacía rato los miraba en amena charla; primero separados y con ropa, después muy juntos y desnudos, dándose abrazos y besos esporádicos ―sonrie― se toca por encima de la ropa, siente que la ropa le aprieta, que le duele, siente como el placer le invade cómo electricidad, estremeciéndolo, arrobándolo hasta la vida misma.

Desde el momento que los vio abrazándose sin recato delante de sus padres se imagino que eso sucedería. Y también de haberlos visto en esa banca de la terraza, donde el trigueño le sobaba la verga por encima del pantalón, con su mano en su mano y ya no le hubo quedado duda de que algo tramaría para estar más a solas con el culito escurrido de Bernardo…

Bernardo se le echo en las piernas…Lo miro acariciador, dice:

―Es hermoso este lugar Manuel. Mira la luna en lo alto del cielo, los árboles, todo es acogedor, es como en las películas, solo falta que los animalitos y las aves comiencen a cantar…

Manuel también miro al cielo estrellado. Luego lo miro; le acaricio el cabello y las mejillas, y los labios con el dedo pulgar. Él se lo metió a la boca y lo succiono haciendo que el rubio se estremeciera y sintiera como su verga se ponía dura bajo su cuello, sintiendo como estaba de caliente.

El todavía no reacciona bien a sus insinuaciones. Esta como distraído.

Dice:

―Si, así es Bernardo, el lugar es idílico, mi familia y sus antepasados nacieron aquí donde vive la peonada. De más antes cuando mi hermano y yo éramos más jóvenes andando por allí lo descubrimos, en un principio solo lo usábamos para uso personal, después todos vinieron a divertirse, si te fijas allá hace una hondonada natural de varios metros, en verano esto esta repleto de gente…

Se le acerco tanto que podía sentir sus labios con los suyos, podía incluso sentir su aliento, dice:

―Ahora dime que me querías decir cuando llegamos…

El volteo a ver para todos lados como viendo si estaban completamente solos, pero solo se escucharon a lo lejos algunos grillos y el agua correr; ―la luna llena en lo alto, era hermosa...

―Hace días fue un agente del Consejo a visitar a mi familia, pero no era uno cualquiera del Gobierno, era uno de la Compañía, uno de la A.S.S.I… sabes lo que eso significa, significa que le van echar el guante…

El sonrío:

―Y eso te preocupa…

―¿La verdad no, pero ser hijo de un Señor Senador te da cierto estatus, lo veamos como lo veamos, lo es?

―Ah… pensé que era otra cosa…

El lo miro, dice:

―¿Cómo qué?

―¿Cómo lo que sucede entre tu padre y tú…

―¡Ah, era eso!

―Si, te molesta hablar de ello…

El trago aire. Y el pecho se le inflo como globo; parecía como que iba a estallar en llanto.

Lo miro mucho, pero no pregunto nada ―la realidad era que no quería dar ninguna explicación―, bajo la mirada y guardo silencio.

―Vamos Berna, ya lo sé, creo que eso desminuye tú pena…

 El respiro hondo y lo miro.

―Vamos Manuel no me trates como un retrazado. Sabes que nunca me eh sentido aludido por eso…

El sonrío.

―Bueno yo pensé que era por eso tú actitud…

―Pues te equivocas a veces son solo artimañas para salirse con la suya. En especial con mi padre el Señor Senador que siempre ah creído que soy muy poquita cosa ―sonrío ladinamente y lo miro acariciador, dice;― sabes que en una entrevista con la Señora Montenegro me confronto porque dijo que yo solo fingía…

―Si, me imagino, yo al cabo de conocerte me eh dado cuenta de ello también… ¿Pero cómo fue?

El río:

―¡Vamos Manuel no querrás detalles, verdad!

El lo tomo amoroso de la barbilla. Sonrío picaron.

―Bueno, no estaría demás, no crees… No, cómo crees…

El sonrío apenas, dice:

―No sé, creo que fue por accidente; una noche, no recuerdo con claridad, creo que estaba enfermo y mi Padre me estaba cuidando y accidentalmente me tenía acogido en su regazo, quizás el roce, después vino por más… bueno, la verdad no sé cómo comenzó…

―Esta bien ya no importa, dejémoslo así…

―Si…

Luego muy rápido se le puso a sus espaldas y lo acuno. Se le junto tanto que comenzó a sentir como su ardor reaccionaba ante la suavidad de su piel nívea a sus curvilíneos contornos, a su calor, a su olor, a su estremecimiento corriéndole como electricidad por toda su piel; pudo sentir como su cadera se acomodaba a su pelvis, como su cavidad se amoldaba a su miembro ya erecto, pudo sentir como se le escurría por sus cachetes y le iba a chocar con sus huevos y su verga dura como roca. Sus caderas levantadas y su cintura arqueada, su boca comiéndole la suya; Su mano en su sexo moviéndolo arriba y abajo, el culo en popa y aventándoselo indiscriminadamente hacia su entrepierna, alli lo acuno.

El poco a poco fue amoldandose todo ese pedazo de carne caliente y al rojo vivo; sentía como sus brazos lo cogían con fuerza hasta quitarle el aliento, como su boca se comía su boca, como su lengua devoraba la suya, como se enroscaban devorándose, como le comía el cuello hasta hacerle daño, gimiendo con ese su ataque al cuello lo pusieron tan escurrido que cuando le puso su sexo en la  entrada de un solo golpe se le fue hasta lo más profundo de su ser y que con una sola de sus estocadas se escurrió en un descomunal orgasmo haciéndolo gritar que hasta el cielo mismo, las lechuzas, los árboles y la luna se estremecieron y se detuvieron admirados ante el estremecimiento de todo su ser.

Extenuado se desparramo en sus brazos; él gemía, sudaba copiosamente y podía escuchar su corazón palpitándole en su espalda, su resuello pegándole en su oído, podía incluso sentir como su miembro se le escurría en su interior y como algo le escurría entre las piernas ―había acabado inundándole su interior con su esencia, podía sentir cuan aguado y adolorido se sentía su interior, con su liquido escapándosele por todas sus partes, todavía caliente, todavía viscoso, todavía abrazándole, todavía arrancándole suspiros.

Su boca comiéndole su boca, sus manos como pulpo recorriéndole todo.

Jadeante le susurra al oído:

―Ahora eres mío, ya nada nos puede separar… Eres mío Berna, para siempre…

―Si mi niño, si mi amor, para siempre…



(La Cabaña)



Rodolfo entro en la que parecía una sola gran habitación ―que por cierto bastante bien arreglada―, con dos ventanas al frente, desde la entrada a mano izquierda el comedor y la cocina, también con dos ventanas a los costados, desde la puerta de la entrada a desnivel subiendo una pequeña escalera estaba lo que parecía el dormitorio, donde se podía ver una cama. Hacía unos minutos había llegado al lugar en su deportivo de marca, había seguido las indicaciones al pie de la letra; había manejado por dos horas hasta esa parte de la planicie donde parecía que era más bien un lugar de pastoreo, más allá de esta estaba el río y a lo lejos hasta donde la vista alcanzaba las plantaciones. Esas más de veinte mil hectáreas pertenecían a los Terrazas y unos cincuenta lugartenientes, cada uno con sus trecientos subordinados. Pero esa parte pertenecía en su totalidad a la Compañía, incluso la cabaña en piedra maciza, con el techo a dos aguas y en teja de terracota, con terraza, generalmente montada en cimientos de varios metros con el fin de tener una buena vista del entorno, ocasionalmente había una persona que vigilaba días y noches cuando el ganado pastoreaba…

Luego luego al entrar se fue a sentar enfrente de donde estaba un chico rubio despatarrado en el sofá; sentado con las piernas muy abiertas, el sombrero muy junto a él, la camisa medio abierta, una de sus manos manoseándose descarado la entrepierna.

Miraba sin mirar.

―Cuando recibí tu invitación por teléfono no me lo podía creer, Antonio Terrazas. Hacía tanto tiempo que no te dignabas a hacerme un invitación de esta índole ―los azulados ojazos del pecoso brillaron malignos y se relamió los labios lascivo, también se magreo la entrepierna donde sobresalía un bulto de considerable tamaño…

El Rubio solo rumio y siguió magreándose a conciencia el bultazo que se le levantaba en los tejanos.

―mmmm…

El pecoso se incorporo un poco cómo para ver mejor al chico que tenía delante de sus ojos ―sonrío ladino al ver que ahora estaba mucho más guapo, con el cuerpo totalmente musculado; sus facciones eran todavía mucho más masculinas, su mirada centellaba una chispa de deseo qué le despertaban los deseos más salvajes, capaces tal vez de las peores bajezas y conociéndole de antemano no dudo un poquito que le esperaba una noche muy placentera.

Pero él esta cómo ido, cómo en otra orbe, quién sabe; tal vez en otra dimensión.

Su deseo parece brotarle por todos los poros , pero a la vez esta como distraído; su deseo esta distraído, tal vez en otra parte, en otro lugar, quizás no muy lejos.

El Rubio lo miro de una forma que lo estremeció hasta la misma alma.

Dice:

―Vamos Rodolfo deja ya el drama, si sabemos de antemano a lo que te dedicas en el Principal, y que en buena parte estas aquí por que en realidad quisieras saber un poco de lo que esos dos están haciendo allí solos…

Él sonrío malignamente ante su ataque. Sus ojos de un azul glacial se volvieron todavía más intensos como que la malignidad se le desbordaba por todos los poros. Sonrío socarrón y le espeto a rajatabla:

―Vamos Antonio, no deberías subestimarte tanto, podrías darte una buena dosis de crédito ―sonriendo de una manera que causaba escalofríos, pero que a al rubio no parecía importarle, al contrario parecía divertirle esa su actitud; además parecía conocerlo bastante bien porque para nada le sorprendía que Rodolfo fuera como fuera.

―Y dime de donde salio este lugar, cómo es que sabes de él, como es que te escapaste… 

Él sonrío maligno. Miro a su alrededor. Dice:

―Ah, ya sé que te mueres de la curiosidad; después de que esos dos no se pueden separar ni para ir al baño, a mis padres poco les importa lo demás hacen malabares para andar detrás de ellos. Además siendo fin de semana les pedí permiso para irme a la Ciudad, piensan que le estoy tirando toda la mala onda al Enano y no quieren guerrear con los dos allá…

Él sonrío burlón. Aventó el cuerpo hacía adelante, dice:

―¿Y no es así Antonio?

Él no lo mira dice:

―El lugar queda en las inmediaciones de los llanos y el río cómo ves; él río delimita entre el llano y los plantíos, así un día coincidimos en el río los tres, Manuel, él y yo, así fue como nos hicimos amigos. Desde entonces nos a dejado venir a este lugar y nos a dejado la llave por allí, cómo sabes el pastoreo es por temporadas…

Rodolfo sonrío levemente, casi imperceptible; era como si usara una especie de mascara que le cubría sus oscuras y verdaderas intenciones: Su sonrisa congelada tipo muñeca Barbie, con los dientes blancos al semblante, la mirada brillante de sus azulados ojos de un azul glacial, casi gélido ―la sonrisa de las hienas; diría Bernardo.

Lo miro sensual como presto al combate.

Se saco la casaca y se desfajo la camisa, se desabotono botón tras botón todos los botones, se abrió la camisa y se entrevió un pecho algo escurrido pero firme de una blancura que le cuajaba. Él lo miraba sin pestañear, ahora metido como tempestuoso viento en la escena, el ambiente se torno febril, y de pronto se soltó un extraño olor a sexo que se impregno en todos sus poros.

Sus ojos se tornaron brillantes por el deseo, sus bocas se resecaron por la contención febril, sus labios temblaban al ardor, al calor de sus deseos…

Él se medio incorpora, poniendo sus codos sobre sus rodillas, para verlo mejor: Lo mira como su deseo le brota a borbotones por todos sus poros, como su calor le desborda por sus brillantes ojos.

Se contiene.

Él se contiene.

Su deseo flota en el aire. Las llamas en la chimenea  los abraza con su luz, con su calor. Él lo mira, dice:

―Tú quieres a Manuel ―le espeta a boca de jarro; era como escupiéndole a la cara algo que había descubierto apenas había llegado y mirado como estaba como fiera enjaulada; a pesar de que hiciera lo que hiciera no podía evitar sentirse celoso por que aquellos dos estuviesen allá solos.

―Me di cuenta por tu actitud apenas llegando, tu actitud es la de un perro rabioso. Te mueres de celos porque quisieras ser tu el que se monte a tú hermano ―hizo un gesto de desdeño― es asqueroso que se te antojen los culos de tu propia familia…

Él sonrío y abrió muchos sus ojos agatunados de un verde felino, parecidos mucho a los de las panteras…

Le sonrío y lo miro inquisitivo; era obvio que Rodolfo iba por otro camino: Si se jactaba de conocerlo y conocer a las personas, y conociendo especialmente a Sánchez y como se las gastaba en su afán por ser insidioso…

Las llamas de la chimenea le pegaban de lleno en el rostro dorado, haciéndolo ver todavía más sensual y erótico de lo que era, exaltándole todavía más sus ojazos verdes tirando mas bien a grises. El olor de afuera se le colaba hasta las fosas nasales; a la tierra mojada, a estiércol, a pino y al laurel, a las florecillas que en el llano se daban a raudales…

Se le acerca tanto que casi puede besarlo, puede incluso sentir como su calor que se le sale por todos los poros, su olor se le escurre por las fosas nasales, puede sentir como su ardor le recorre como electricidad por todo su ser, estremeciéndolo y llenándolo de un temblor que le estalla en oleadas de deseo. Podía sentir como su cuerpo temblaba y se llenaba de un escalofrío que lo arrobaban hasta la inconciencia, casi hasta quedar en un especie de ensueño…

Le sisea muy junto al oído, casi escupiéndole las palabras.

Dice:

―Tal vez Rodolfo, pero sea como sea tu eres el menos indicado para refunfuñar y es que nos conocemos tanto que creería que también tú te mueres por las caricias del Enano, siento sinceramente que te mueres por Manuelito, a ya desde que llego al Principal, incluso que te escurrías todas las veces que se duchaban en las regaderas…

Sonrío y se le acerco todavía más. Su calor le brotaba a borbotones por todos sus poros. El solo sentir su calor, su aliento muy cercas de su oído era para ponerlo a temblar. Podía sentir como su aliento le corría en oleadas y se le escurría hasta las membranas de su ser, so olor su calor embriagándole la existencia…

Él no lo mira. Parece temblar en la semioscuridad.

―Si, no me cabe la menor duda, te vi muchas veces mirándolo, te mire como la pichita se te levantaba toda vez que lo mirabas en pelotas ―sonrío ladino y le cogió el bulto por encima de los pantalones, con rudeza se lo estrujo, abarcándolo todo con su manaza, arrancándole un sonoro gemido de dolor, de placer o las dos cosas…

―Pero como el putillo nunca te hizo caso, te me insinuaste como lo putona que eres ―sonrío― recuerdas como te me metiste en las regaderas cuando me cascaba una paja ―volvió a sonreír― ya se te olvido todo lo que hiciste para que mi tremendo pijonon terminara por entrarte en ese tu culito tragón, no es mucha la diferencia entre las dos, solo que la mía tiene la dureza de un verdadero macho y la de él solo es la de un crío vale pito…

Le cogió una de las manos y se la puso en el bulto que se le levantaba poderoso dentro de los apretados pantalones, lo miro sonreírse y recorrerle con avidez toda la longitud de la erección, luego con prontitud él mismo comenzó a destrabarle la correa y a desabotonarle uno a uno todos los botones hasta que surgió ese enorme banano que tenía por miembro en toda su magnitud calculando que tendría por lo no menos de un antebrazo y de un grosor innombrable llegándole a sobrepasar el ombligo.

Antonio lo miraba sensual, sonriendo de una manera que podría pensarse como de regocijo y entera satisfacción. Y si, allí lo tenía en primer plano y en toda su magnitud todo ese su pijonon ya que no traía interiores, bien dispuesto y echado para un lado, presto y ya bien cogido por su mano. Él más bien esperanzado a que su boca le diera los primeros chupetones, los azules ojos de él le dedicaban una mirada brillante de deseo y la boca haciéndosele agua y de la puntilla de la tranca saliendole una agüilla clara que con su dedo gordo espacio por todo el sonrosado y brillante cabezón. Él lo veía con ojos de deseos, esperanzado a que terminara por ponérselo en la boca y comenzara a comérsela como solo él sabía hacerlo pero por el contrario solo se dedicaba admirar y a palpar…

Mirándose ambos se pusieron de pie y comenzaron a quitarse cada uno sus ropas; ya sentado y sin ropas con sus piernas muy abiertas, y con su sexo en la mano esperando de que el pequeño terminara de quitarse las suyas, mientras tanto se magrea de arriba abajo y muy despacio, sus ojos brillan al mirarlo ya sin estorbo alguno parado enfrente…

Él lo mira que lo ve con detenimiento, viéndolo como se magrea el falo ya erecto y de una blancura que le cuajaba, con esa su matilla de vello en el tronco y recortado casi al ras sin un solo vello en los huevos y con el cuerpo totalmente depilado, algo escuálido y escurrido haciéndolo ver todavía más femenino de lo que se veía, él esta con su pijonon en la mano despatarrado en el sofá machacándoselo con parsimonia como invitándole a que se haga en caricias de el, y sin tiempo a que le invite dos veces se pone a horcajadas y colocándose sobre su cintura, y con la verga en medio de sus nalgas comienza a moverse muy lentamente mientras la propia se restriega en su abdomen, se medio inclino y lo beso; primero solo con los labios luego aquel entreabrió los suyos y se dieron un beso largo y poderoso, podía sentir como este le introducía su ardorosa lengua y jugaba a succionar la propia, sentía como sus manazas presionaban sus nalgas y lo atraían haciendo que su verga se friccionara más y más provocándole un ardor que le recorría hasta la espina dorsal, sintiendo como le corría su estremecimiento haciéndolo temblar a la vez que esta le escurría más y más empapándole la raja de su chochito, haciéndole que de el brotaran todos los aromas y se esparcieran por toda la estancia y se les colara hasta las membranas mismas…

Se levanto un poquito y con su mano le cogió el cipote y se lo puso en la entrada del su orificio y poco a poco fue sentándose, de poco a poco hasta que sus gónadas fuero a topar con su hoyito, el rubio lo tenía bien cogido por el rabo y a cada sentada su verga en su abdomen se le ponía más y más dura. Podía sentir como sus músculos interiores le cogían el rabo con una fuerza inusitada qué creería que se lo iba arrancar ―río con la idea; lo que le iba arrancar sería la leche de sus gónadas que si seguía montándolo de la misma manera terminaría por vaciarse en su culo llenándoselo con su espesa y caliente esperma… 

El pecoso comenzó a moverse descontroladamente introduciéndose todo el vergonon hasta la empuñadura, él se dejaba que se deshiciera como quisiera que en la segunda montada se desquitaría; adivinaba que en cualquier momento aventaría la lechada sobre su abdomen y sobre su pecho haciéndose una misma, gimiendo y desasiéndose en alaridos que se debían escuchar hasta sabe donde. Sentía como su verga se le ponía todavía más y más dura, y sus músculos le apretaban como si fuera un corcho, pero por más que hiciera su aguante era superior a todo lo que le hiciera. Él seguía montándolo y gimiendo como una vil perra, sentía como los estertores de su orgasmo le corrían como electricidad por todo el cuerpo haciéndolo moverse sin control, sentándose y arremangándose sobre el pijonon que en ningún momento decaía, por lo contrario se mantenía con una rigidez y una dureza que nunca había vivido; con las manos en los cachetes se lo arremangaba todavía más causándole en la abertura un doloroso placer que le corría como la electricidad haciéndolo estallar en violentas convulsiones que lo estaban a llevando hasta el quinto infierno, esas sensaciones que le corrían como lava por todo su rabo, le pasaban por los huevos y le estallaban en el hoyo del culo…

Ya sin poder controlarse se desparramo en su pecho y en un alarido se dejo abrazar por la corriente eléctrica que le corría por todos los recovecos de su cuerpo, dejándose llevar por ese tumulto de sensaciones se dejo ensartar todavía más por ese monstruo de carne viviente que a cada momento le taladraba provocándole una incontrolable sensación de placer y de dolor: Se quedo allí empalado mientras las sensaciones del orgasmo le pasasen; sabía que eso todavía no había terminado, sabía que él venía por más, sabía que estando así de fiero de alguna u otra manera terminaría por reventarle el culito, lo montaría tantas veces y de todas las formas que se le antojaran que terminaría con el fundillo ardiéndole y escociéndole, deslechándole tantas veces como a él se le diera la gana, y él solo tendría algunos dos o tres, así era…




El rubio lo cogió por la nuca y le dio un beso largo y poderoso. Este aún sin poder reaccionar porque todavía no se recuperaba del fulminante orgasmo que le recorría por todo el cuerpo como la electricidad, todavía con el falo escurriéndole del liquido viscoso que se había esparcido por su abdomen y por su pecho haciéndose uno mismo con su sudor, y a sí que sin más se dejo arrobar por ese tumulto de sensaciones que lo embargaron hasta la inconciencia. Éste en cuanto lo sintió que se dejaba hacer lo rodeo con sus brazos por la nuca y por su cintura, y lo izo en vilo, cogiéndolo fuertemente lo atrajo hasta estar muy pegados casi podía sentir como con la faena él contrajo su cuerpo y se puso algo rígido, tan rígido que sintió como su cuerpo lo aprisionaba que casi le arrancaba el aliento y la existencia…

Lo hizo que lo cogiera con los brazos por los hombros al mismo tiempo que él le puso sus manazas en cada uno de los cachetes y sin preámbulos lo comenzó a montar como toro desbocado  ―podía sentir cómo el pecoso le aventaba su aliento en el oído, cómo todo desesperado sofocaba su resuello en su cuello, cómo se abrazaba a su cuerpo con desesperación que si bien pensaría que querría volverse uno mismo con él, podía incluso sentir su erección muy pegada en su abdomen que pareciera que le iba a estallar en un torrente, cómo sus entrañas le aprisionaban la verga que pensaría que se la iba arrancar ―él gemía y gemía, y se deshacía en palabras ininteligibles que se le hacían por momentos en el gruñido de una perra al ser montada― lo sostuvo en vilo y lo empotro hasta que escucho muy quedito entre gemidos y chillidos; ―para que me voy a correr otra vez, para que me vas a matar de tanto gusto― él sonrío y juntos se dirigieron hasta el sofá, lo puso sobre el respaldo y lo abrió de par en par, y lo comenzó a joder muy lentamente ―él lo miraba que se daba el gustazo de su vida yendo y viniendo con su pijonon recorriendo por sus entrañas, por momentos solo le ponía la puntita y a otras se la dejaba ir hasta la empuñadura que pareciera que le quería reventarle el orto, podía notar como esas sensaciones le corrían por todo el cuerpo abrazándolo hasta quitarle el aliento; adivinaba que en cualquier momento reventaría y terminaría con su abdomen y su pecho mojado…

Antonio tenía sus ojos cerrados pero no por ello dejaba de participar en la enculada y se daba un gustazo jodiendole el culo; le encantaba la sensación que le daba su ojeteé toda vez que se lo ponía hasta la empuñadura y como esa sensación de estreches le invadía en un espasmo que le iba a estallar en sus cojones poniéndoselos todavía más contraídos que pensaría que le iban a reventar de puro gusto, cómo esa sensación de su pene contrayéndose toda vez que lo empalaba hasta el fondo, que le iba hasta su orto y como este le succionaba el rabo envolviéndolo en sensaciones todavía más delirantes, volviéndolo todavía más salvaje que lo envestía con una fuerza y un poder que le nublaba todos los sentidos. Después de un ratito se tornaba más dócil, más cariñoso y lo jodia con una levedad pasmosa que le causaba un sopor y su picha se le medio bajaba cayéndole escurrida en su abdomen, luego se la metía toda hasta los huevos y se movía muy lentamente, solamente moviendo su pelvis, pero la sensación de sentirse lleno, de sus manazas paseándose de vez en vez por su pichita medio escurrida y, su boca y su lengua jugando, y hurgando con sus pezoncillos, dejándose hacer  por ese hombretón de más de dos metros que lo hacían a su antojo, que lo cogían a veces tierna y a otras violentamente, pero que de todas formas lo llevaban a explorar hasta la cúspide más alta  las sensaciones jamás inimaginables casi al grado de aullar, de llorar con lagrimas que le corrían como un torrente y que se la hacían una mismo con su exudación, de abrazarse a su cuerpo cubierto de sudor, de su olor a sexo que se le colaba hasta las membranas mismas, provocándole lo que sé decía vivir una muerte chiquita, él éxtasis…

Rodolfo se dejo caer despatarrado en el sofá mientras que él lo siguió penetrando todavía por unos cuantos minutos; miraba como se arrobaba ante el ardor de su placer, lo cogió de los hombros y lo empalo hasta la empuñadota y le dio unas cuantas meneadas solo con la pelvis y con toda su erección, hasta que gruño de dolor, de placer o las dos cosas, y en un fulminante orgasmo se corrió nuevamente en su abdomen…

El también bufo y se vacío en su interior en un intenso y fulminante orgasmo que lo ensordeció y lo hizo caer desfallecido en su pecho ―pudo sentir como su interior lo seguía cogiendo con fuerza y en algo que no supo de donde le salio, dijo:

―¡Manuel! ―

Y se quedo un momento cómo echo de piedra, allí en su pecho escuchando como su corazón palpitaba agitadamente, sintiendo todavía cómo temblaba y se estremecía, se quedaron muy juntos hechos uno mismo.

Un rato después él sin decir nada se puso de pie y fue directo a la cama que estaba a solo unos pasos; le dedico una mirada un tanto fría, cómo etérea, caminando con pasó firme, su cuerpo se miraba a contra luz de una belleza como esculpida. Se giro un segundo y lo miro…

Dice:

―Búscate un lugar donde dormir porque lo que es a mi me gusta dormir solo… si es que te quieres quedar hasta mañana…

El lo miro un segundo un tanto desconcertado, solo un segundo, después como que lo pensó mejor; ya sabía como era Antonio y para nada le extrañaba su forma de ser, sabía que así terminaría su encuentro sexual ―era de los típicos machos que solían decir; bésame y olvídame después.

Se tiro sobre el sofá así como estaba, todavía su miembro estaba medio tieso y escurriendo liquido. Miro hacia donde estaba él acostado, estaba bocabajo ligeramente cubierto por una manta, podía alcanzar a verle una parte del rostro, podía alcanzar a ver que sonreía, si, así era Antonio Terrazas…




Manuel miraba el cielo estrellado y la luna llena en la cúspide, y un leve olor a pino se le colaba por las fosas nasales así mismo el olor del musgo y alguna que otra florecilla silvestre ―Bernardo dormía en la casa de campaña, sabía que Antonio se había ido al pueblo a según le había dicho su padre allá en la labor, allá más temprano; pero algo no le cuadraba por eso mismo había llamado prontamente a uno de sus amigos en el Colegio y le había preguntado por alguna novedad―, ―después había reído ante la nueva novedad y en una oportunidad en que Bernardo se hubiera distraído en una conversación con su madre se había escapado hasta el lugar en que su hermano solía escaparse a pasar sus ratos de ocio, y justo después de un rato de estar vigiando el lugar había llegado ese coche deportivo y bajado ese personaje bajito y de figura escuálida ―sonrisa picara― a según él camuflajeadó; con cazadora y boina, la que casi siempre traía y que era parte de su look pero hiciera lo que hiciera lo había visto desde lo lejos y lo había reconocido apenas se había bajado del coche, adivinando después que su hermano estaría dentro de la cabaña y después se había echo toda la película…

Sabía de buena fuente que esos dos se trataban desde hacía un año y medio; medio después de que él ingresara. Bernardo ya con anterioridad le había dicho que en ocasiones lo había descubierto mirándolo cuando se bañaban en las duchas, pero nunca le había puesto atención a sus palabras ―pensaba que por ser cómo era, era que lo tomaba a un chisme mal intencionado, pero después de atar cabos, ya no le hubo dudas…

Sonríe.

Aque Antonio, nunca pensaría que su hermano fuera de semejantes procederes; más bien se caracterizaba por ser machista y déspota, él mismo lo vivía en carne propia por considerarlo un debilucho, a según él todas esas cosas eran de niña y ahora que conocía su secreto la careta del héroe ideal se le caía sin remedio hasta los pies, aunque no dudaba de que le quisiese y le protegiese de una manera un tanto obsesiva, nunca podría negar de su cariño de hermano, la que ahora veía como erotizado… 

Volteo hacia el lugar donde estaba el chico que había despertado eso que poco a poco fue surgiendo a según iba madurando y que en mucho se debía a las insinuaciones que su hermano le hiciera…

Sonríe y le da un escalofrío al pensar en todo lo que hacía para llamar su atención cuando todavía era un chiquillo y este era ya un jovenzuelo de trece años: Llegaba él del cuarto de baño, lo miraba que lo veía como no queriendo tirado en su cama disque haciendo sus deberes, con esa su bata de baño entreabierta hasta el ombligo, mirándosele apenas los vellitos en el tórax de un rubio cenizo y con sus pezoncitos ligeramente levantados y de un color rosa fuerte ―y cómo era que éste se daba cuenta de que sin querer lo miraba: Le miraba de pies a cabeza cómo ese su vello muy fino comenzaba a subirle por los tobillos, las pantorrillas y alcanzándosele a ver el de las piernas, cuando este maliciosamente se medio entreabría la bata dejándolo que le admirara algo más que los pelos ―sonreia y lo miraba con esa su mirada brillante, brillándole malévola acentuada todavía más por esos sus ojazos agatunados, que si era cómo si quisiera echársele encima para comérselo o para besarlo, quién sabe. Se quedaba mucho rato viéndolo muy detenidamente mientras que sus manos jugaban con impudicia con su evidente erección, relamiéndose los labios, la boca haciéndosele agua, estaba cómo en suspensión, cómo hechizado…

La habitación se llenaba de tensión y de exudación suspendida en el ambiente y que le saltaba a borbotones por todos los poros, por sus ojos y por la poderosa erección que se le levantaba soberbia bajo la ropa y que era imposible de ocultar, y que él tampoco hacía nada por cubrirla, por el contrario hacía todo lo posible por que el chiquillo que estaba tirado en la cama con solo un calzoncito y una camisetilla, con su lapicerito en los labios lamiéndolo de manera sugerente mientras se deleitaba admirando el cuerpazo de su hermano mayor a tan solo unos pasos de él, que si quería podía levantar la mano y tocarlo… pero solo se limitaba a admirar y a comérselo con la mirada; la boca haciéndosele agua…

Trago saliva al recordar todo eso: Es cómo en una película en color que las imágenes le vienen tan nítidas que casi puede tocar, palpar, incluso puede palpar su calor, su olor, el sudor corriéndole por su ancho pecho, por la cavidad, por el surco, su ombligo y; ―maldita sea sin quererlo se coge con una mano la erección que se le levanta en su pantaloncito, poderosa, soberbia…

Vuelve a la imagen que es sofocante, tirante; arañándole su ser:

Lo mira burlón, dice:

¿Es qué si me estas viendo los huevos pelotudo calienta pollas?

Lo mira con esos sus ojazos agatunados de un gris pardo, profundos, con la mirada muy parecida a la de los gatos ―y es que también le llamaban "El Gato"―; que es cómo si lo desnudara, que es un poco cómo si lo estuviera desnudando:

Ronroneante:

¡Es que si me miras con un gusto, cómo si!

Él no dice nada baja la mirada. Apocado, apenado, con sentimientos que le arañan la piel, el alma; es que él no sabe lo que siente, de lo que le habla, solo sabe que algo le corre por el cuerpo, abrazándolo, quemándolo, pegándole de golpe en el bajo vientre, explotándole, quemándole…

Él de pie, ladino, cómo un lobo. Que es cómo si asechara a la presa. Paciente.

¿Es que te gusta?… ¡O es que nunca has visto un huevon a sí de grande!

Lo sopesa con esa manaza, que ya es grande, ruda, viril…

Se la menea…

Arriba y abajo…

Se la toma con todo el puño…

Ante sus ojos desorbitados…

¡Qué cojonudo!

El solo pensar en eso se le había puesto todavía más dura de lo que la tenía ―sonríe― es que sería que Antonio querría montárselo; volvió a sonreír ―y si, ya no le quedaban dudas, el pijo quería empotrarle el pijon en su culo, y sería capaz de semejante acción, porque pensándolo bien el pelado siempre se le había echo un pijo muy atractivo, era vedad que también eso conllevaba algo de admiración como siempre sucedía entre hermanos, pero también a hurtadillas él había dejado caer la mirada descarada alguna que otra vez en el cuerpo del pelado, sobre todo a solas cuando estaban por acostarse y en las noches en que el calor arreciaba allá por el verano y que era imposible de dormir con el pijama, entonces el mayor ya un poco más crecidito todo agotado por las largas jornadas en la labor solo llegaba y se tiraba en la cama con ese su pantaloncito corto ―que era como un pinche fetichismo por lo viejo y raído que estaba pero que todavía siguió usando hasta los diecisiete o hasta que quizás alguien en el Principal le dijera al respecto que ya no los usara― sonrío, si, es que todavía los tenía el pijo guardados en su cofre de las reliquias ―esos pantaloncitos que tan bien le quedaban y que le hacían lucir el culazo cómo de campeonato y que le dejaban entrever su picha y sus huevos que si le colgaban como los de las gallinas ligeramente peludos y cuando se le ponía al palo, que si era un agasajo vérsela que se le escapaba por la pernera, ya así que si la tenía grande, que si daba gusto…

Se relamió los labios.

Se puso de pie. Miro al cielo estrellado.

Sonrío.

¿Que cojones?

Se tomo la reata por encima de la ropa; se magreo un poco.

¿Sería la luna o sería su hermano quién lo ponía caliente?

Sonrío,

Adentro estaba Bernardo.

Era ya Domingo. Mañana otro día más en el Colegio.

Cómo qué comenzó a enfriar de repente.

La luna llena en lo alto, pensó; pero para eso todavía faltaba, si, Bernardo espera…


 ( La Realidad no es Como la Pintan )




Antonio Terrazas entro al edificio principal del Colegio Real Principal; apenas unos minutos después de que su hermano Manuel se perdiera en la entrada de su Sección. Llevaba consigo una carpetilla de piel y dentro de está un sobre grande amarillo que se alcanzaba a ver apenas. Caminando erguido recorría los suntuosos corredores de esa suntuosa y magnifica parte del edificio principal, todavía hasta hace poco recordaba con nitidez como hacía tres años recorría día tras día todos sus corredores plegados de muchachos en flamantes uniformes de todos los colores. Su Padre le había dicho que apenas terminando su entrevista con el rector le marcara a su celular porque él tendría que  hacer unas diligencias allá en la Secretaria de Agricultura.

Hacía unos días le había llegado con carácter de urgente un sobre firmado y sellado con la emblema de la institución del Real Principal; por esos días Manuel todavía se encontraba en el Colegio por eso no se entero de nada. Junto a toda la familia lo leyó con un dejo de intranquilidad en la sala de su casa, casi al instante en que el Señor del correo se lo allá entregado la tarde en que llego ―el sobre venía remitido a su nombre: Antonio Terrazas: A sus Padres se les comunicaba en una escueta y concisa anunciación de que su hijo mayor habría sido elegido para hacer la carrera universitaria, comenzando el próximo año, no sin antes hacer un semestre de bachiller en dicha institución, y que a la brevedad posible se presentara con los documentos pertinentes en las Oficinas Centrales de la Secretaria de Educación.

Por eso mismo esa mañana del Lunes en transito se presento con todos los documentos ante el Rector; y aprovechando que su padre tenía un asunto por resolver con la Secretaria y sin que al Enano le entrara la curiosidad por su presencia se dispuso a resolver el asunto ya que en breve terminaría el ciclo escolar y comenzaría el nuevo. Adivinaba que solo se trataba de una actualización de sus materias ya que solo le requerían de hacer un solo semestre, por ello mismo creería que radicaría en la Primera Sección donde estaba su hermano; así que malignamente se sonrío para su yo interno porque conviviría no solo con su hermano pequeño sino también con el resto de sus viejos compañeros que creía todavía había alguno de ellos en dicha Sección.

El Rector lo recibió apenas entro en las oficinas.

Apenas entrando lo miro sonriente. Dice:

―Bienvenido Antonio Terrazas a esta tu casa de estudios. Veo con regocijo que no has cambiado en nada, aunque… ―sonrío algo ladino y también algo fugaz― algo embarnecido, digo, como más de hombre…

Lo miro un momento de pies a cabeza mientras este tomaba asiento.

Sonrío.

Se le notaba un cuerpazo bien marcado a través de la ropa de campo que traía, aún por encima de la casaca de piel rojo vino que le llegaba hasta el muslo, podía verle los musculosos muslos bien marcados bajo ese su tejano que se le entallaba al cuerpo como una vaina haciéndole que toda su anatomía se le marcara en demasía, sobre todo la impúdica y descarada parte de la que era la entrepierna haciéndosele ver como se le dibujaba toda la longitud del miembro viril echado para un lado todavía más cuando este de manera involuntaria se le ponía al palo y esas sus pelotas como los huevos de las gallinas denotadas dentro de esa su prisión que era su ropa y que decir de la retaguardia que se le levantaba soberbia en esa prominente curva; sus manazas rudas y viriles, esa su cintura pequeña bien marcada como lavadero, esa su espalda ancha, sus brazos como marros, su cuello y la cavidad torácica apenas entreviéndosele por la abertura que le dejaba la camisa a cuadros y ese su rostro de una asimetría ambivalente que más que hacerlo ver desagradable le daba una virilidad de autentico macho, con esas sus facciones fuertes y bien marcadas que le daban una singularidad pasmosa.

El muchacho rubio y de ojos verdosos casi claros, casi tirando a grises que se sabía que ese su atractivo se debía precisamente a sus facciones fuertes y bien marcadas pero también a ese su carácter rudo y belicoso que tenía, y que le brotaba por todos los poros, en esa su mirada fuerte y poderosa, su sonrisa un poco como desencantada, su calor y su olor que hacía estremecer y temblar. Por esa su virilidad que le afloraba a borbotones por todos los poros y él cómo buen semental le sacaba partido a todo, sobre todo cuando alguien descaradamente se le insinuaba, cómo ahora lo hacía el Rector, él, el qué era conocido por su admiración por la belleza masculina sobre todo por la de los jovencitos varoniles y guapos.

Por eso muy malintencionadamente se sentaba con las piernas muy abiertas haciendo que todo el bulto en la entrepierna se le marcara en primer plano provocando las miradas y sonrisas ladinas del Rector que en ningún momento dejaba de admirarlo por encima de esas sus gafas ―él sonrío casi imperceptiblemente y siguió dándose vuelo con la tocadera de sus partes mientras el hombre de cabello negro y ojos azules seguía con la revisión de los papeles que tenía sobre su escritorio― luego sin causa aparente el muchacho rubio por un momento se quedo detenidamente distraído, cómo ido, solo se le podía alcanzar a ver sonreír un poco, casi cómo no queriendo, luego sonrío un poco más y un poco más ―luego el Rector fijo su mirada sin más, es cómo que se va acercando solo con la mirada de poco a poco cómo si se introdujera en sus ojos, en su mente y viera todo lo que él ve…

Si, ahora vemos lo que él ve, vemos con sus ojos...

Es un lugar espacioso, que es como una gran estancia inmaculadamente limpia, es más bien un cuarto grande con camas pequeñas a cada lado, también como lo que parecen ser unas cómodas al pie de cada una de estas, también con armarios empotrados en las cabeceras. Las camas están vacías y desechas, si, están desechas, sin nadie quién las ocupe. Se puede ver por las grandes ventanas que es de noche sin cortinas ni persianas, ya que no tenía, no las necesitaban, también que llueve, que llueve a cantaros que pareciera que el cielo se iba a caer a pedazos en pura agua de lluvia, se escuchan truenos y relámpagos que surcan el cielo de una negrura aterradora.

Volvemos hacia adentro…

Nos acercamos un poco más, si, un poco más cercas. Ya estamos dentro de la estancia: Pero no es la misma, es una donde esta una mesa enorme con muchas sillas, está muy junto a donde esta una ventana que da a un balcón del otro lado hay sofás con libreros y un televisor, todo limpio y ordenado ―nos seguimos con la vista hacia una puerta en estilo francés con los vidrio opacos desde donde se escuchan voces en tono alto y amenazante.

Las puertas se abrieron de pronto de par en par.

Vemos un hombre alto en primer plano con el cabello negro azabache. Este esta de espaldas…

Se escucha una voz como un trueno.

¿Vamos pelotudos, muevan ese culo… Los quiero en cinco minutos en formación… Vamos, vamos?

¿Maldita sea no los escucho?

¿Un coro lleno el salón?

¿Sargento, si mi Sargento?

Luego la estancia se lleno de pronto en un silencio sepulcral que casi se podía escuchar el zumbido de un zancudo si es que lo habría. Dos oficiales más flanqueaban las dos filas de muchachos casi en pelotas tan solo vistiendo sus calzoncillos de todas los estilos y tamaños, y por supuesto sus botas sin calcetines, despuntando la fila estaba Manuel Terrazas Cadete 1ro…

Todos cuadrados…

Todos con el pecho henchido…

Todos que si apenas resollaban…

El hombre de cabello negro camino entre las dos filas, que por sus insignias se trataba de el Teniente Coronel Comandante en Jefe de toda la 1ra Sección, caminando y mirando a cada uno de los Cadetes, deteniéndose luego frente a uno de los más altos de los muchachos, esté sobresaliendo por sobre todos por su cabello rubio cenizo algo alborotado, por sus ojazos verdes casi grises, pero por sobre todo por su impresionante físico, dándole una rápida mirada desde el rostro anguloso pasando por sus brazos como marros, sus anchas espaldas, su cintura pequeña como lavadero, sus muslos y piernas como columnas vivientes, incluso deteniéndose un poco más de lo normal en la parte donde sobresalía un descomunal y soberbio bulto que si apenas era contenido por la pequeña prenda de color blanco, pudiendo incluso a dibujar el contorno del soberbio miembro algo en erección o quizás así se lo imaginó él ―pudiendo percibir también una leve sonrisa de satisfacción en esos sus labios apretados, algo gruesos y sensuales con ese su color y brillo que si era como si lo pusiera a proposito― quizás no pudiendo contenerse al ver como su miembro era devorado por sus ávidos ojos…

Aún así él no se movió ni un ápice.

Lo miro después con esa su mirada poderosa. Era como si quisiera comérselo.

Luego con esa su voz profunda y que retumbaba en todos los rincones de esa estancia, dice:

―Señores, conocen el reglamento, por lo tanto aquí no se puede extraviar nada. Entonces en esta Compañía tenemos alguien que le gusta tomar lo que no es de él… Colación entonces todos y cada uno de ustedes serán capaces de pagar por ese alguien…

Giro un poco su rostro blanco casi como el papel, casi era de una blancura que le cuajaba, hacia el siguiente Cadete.

―Vamos Cadetes saben el castigo que se les impondrá y el que será para todos de la misma manera ―clavo sus ojos de un azul intenso sobre los de Rodolfo Sánchez―. Tiene algo que agregar Cadete Sánchez…

Este palideció por un segundo ante la mirada acosadora de su superior: Sabía como se las gastaba su Teniente Coronel en lo que se debía a interrogatorios de esa especie. Se sabían de él historias descabelladas; como regios castigo que incluían golpes con tablas en las posaderas, baños de agua fría y a saber que tantas lindezas más…

Balbuceando a la misma vez que se giro, dice:

―Mi Teniente Coronel yo…

Este aventó el rostro hasta estar muy junto al suyo, dice:

―Puta, la madre que lo parió Sánchez. Usted y sus putas mariconadas me tienen cansado. Pecho al piso veinte lagartijas… y no lo escucho, maldita sea…

El pelirrojo se tiro de inmediato al piso mientras él lo miraba de cercas, burlón…

Uno arriba, dos arriba…

Vamos cojonudo…

Vamos cojonudos no los escucho…

Todos los demás coreaban al unísono mientras el pelirrojo ejecutaba el ejerció que le había impuesto su superior. Quién en ningún momento le quitaba la vista de encima. Cuando este termino se puso de pie, su rostro estaba todavía más colorado de lo que era, sus ojos estaban encendidos de rabia e impotencia.

Tragándose su impotencia se cuadro ante su superior que no le quitaba la vista de encima. El hombretón se le pego todo lo que pudo, era tanto que casi lo besaba, incluso podía sentir su aliento, su calor, su olor. Aún así no se movió ni un milímetro.

―Y bien Sánchez …

―Mejor mi Teniente Coronel…

―Eso espero Sánchez…

Camino entre los muchachos que si apenas se movían. Todos en espera del verdadero castigo que les iba a venir.

―Bien, veo que no quieren cooperar. Esta bien en diez minutos los quiero en la explanada. Tenientes cien vueltas y una hora bajo la lluvia no les caerá nada mal… vamos vamos…

 ―Vamos putitas no las escucho…

 "Esos civilones no nos pueden imitar…"

El coro se escucho en todo el pasillo, así mismo se escucho durante todo el rato en que duraron las vueltas que dieron alrededor de la explanada de unos mil metros, a lo mismo que el chasquido del agua que hacía el golpetear de los pies con el piso, después todo fue silencio, todos estaban en silencio…

Después de un rato todos estaban parados, cuadrados ―la lluvia seguía― ellos seguían allí inmóviles cómo estatuas vivientes, empapados, escurriendo de agua, también escurriendo el cabello, también sus pieles; es que si era cómo alucinante, que era cómo para volver loco a cualquiera ―que si es que todo se ve con total claridad...

A lo lejos los oficiales reían y comentaban.

La lluvia seguía ya un poco menos fuerte pero todavía capaz aún de empapar.

Antonio miraba de reojo a su hermano Manuel que estaba a su lado, a Rodrigo al lado de este, y enseguida de este a el Poncho, por el otro lado tenía a Sánchez, enseguida a Rodrigo, enseguida de este a Octavio y más allá al blandengue de De la Torre con ese su cuerpecito escuálido al punto del quiebre aún demasiado pequeño. Y apartando al Poncho, los demás eran demasiado pequeños para que soportaran el tremendo castigo, tal vez su hermano sería el único que lo soportaría, pero solo tal vez debido a su constitución y al duro trabajo al que se sometía en el rancho, de allí en más podía ver como uno a uno mostraban ya señaless de cansancio, incluso ver en el fiero rostro de Sánchez una muestra de dolor y quizás una ligera muestra de llanto que encubría la lluvia, parecía denotar gruesos lagrimones correr por sus tersas mejillas, podía verlo como poco a poco se iba quebrando, incluso su cuerpo comenzar a temblar y a ponérsele la piel chinita como de gallina ―sonrío apenas al ver como por debajo del calzoncito blanco podía ya ver la pichita toda encogida, incluso los ensortijados vellos rojillos que le adornaban el sexo…

Una voz al otro lado lo distrajo un segundo, esa voz conocida que decía:

―Compañeros  vamos juntos, juntos vamos, hombro con hombro…

Luego se escucho uno más, y luego otro, hasta que todos corearon al unísono…


Trotando, trotando se me va parando
se me va parando la punta del pie
que bonita punta que bonito pie
que bonita punta la punta del pie.

Vista al horizonte se aproxima por ahí
A esa nube negra tenemos que subir
Prepara tu maleta, agarra tu fusil
Por que esta misma noche vamos a combatir.

Si vestido de negro yo voy por guerrillero
Si vestido de verde yo voy por combatiente
Estoy loco, estoy demente
me gusta la explosión
pisar tu calavera que bella sensación.

Cuando tu me veas corriendo en la pista
no me tengas lastimas soy Cadete
cuando tu me veas hundido en el fango
no me tengas lastima voy para comando

Cuando tu me veas llorar y sufrir
no me tengas lastima voy para Cadete
cuando tu me veas muriéndome de frío
no me tengas lastima es puro cuento mío.

―chévere, que chévere, que chévere, que ché―
―esa muchacha que bien se ve―
―chévere, que chévere, que chévere, que cha―
―esa muchacha que linda esta―
―Cuando estaba ya cansado―
―Y a punto de claudicar―
―Me acorde de que tu hermana―
―Me quería ver llegar―
―Y jalando mucho aire―
―Alcance a mis compañeros―
―Y una vez ya todos juntos―
―Comenzamos a cantar―

(con aplausos a cada paso izquierdo)

―Todas las noches sueño contigo―
―Casi ya no duermo pensando en ti―
―Casi medio loco estoy por tu cariño―
―Casi medio loco estoy por tu amoooor―
―Honor―
―Valor―
―Lealtad―
―Sacrificio―
―Son palabras―
―Que yo llevo―
―Ante mi―
―Yo soy un―
―Cadete―
―Si me llama―
―La patria―
―No me importa―
―Que surja―
―La guerra―
―Qué el  cañón―
―O el fusil―
―Me destruyan―
―Si es así―
―Pues ya me voy―
―A morir―
―No se espante―
―Comandante―
―Mi Teniente Coronel―
―Que aquí llegan―
―Los Cadetes―
―Mucha fibra―
―Mucha garra―
―Casi casi―
―Supermanes―
―CON VALOR―
―Kalimanes―
―CON HONOR―
―Cadetes somos―

Antonio miraba como su hermano se desgañitaba al entonar la canción que ante todo era lo primero que se aprendía. La lluvia había cesado de pronto y el cielo se cubrió de estrellas, la luna ilumino por doquier con su blanca luz. Y el canto como que poco a poco los fue envalentonando porque se escucho retumbar todavía más fuerte, podía incluso alcanzar a ver desde donde estaba la mirada centellante del Teniente Coronel, podía ver cuan fiero estaba. Pensaría que poco a poco los pequeños caerían primero pero no fue así por el contrario fueron los primeros en incorporarse y cantar con más ahínco. Sobretodo Manuel que era de una bravura sorprendente, sabía que el Enano se los cargaba y que tenía su carácter pero eso era a el limite, pero cuando se lo proponía podía ser realmente bravío…

Miro luego como los Comandantes se fueron acercando al grupo y ya después no le hubo quedado duda alguna. Si, de que el culpable estaba en el grupo de los Siete, lo dedujo por que en todo momento los Comandantes siempre se habían dirigido especialmente a ellos. Pero como en todas las ocasiones por uno era que todos pagaban por igual, así tenía que ser y los Siete lo sabían, Manuel lo sabía, sabía quién era el culpable del robo o de lo que fuera, intuía también de que realmente se trataba el asunto; chisme, intriga o conspiración era lo mismo y ya sabían quién había firmado con su nombre y, también intuía que el Enano y Bernardo estaban implicados en el asunto, Sánchez…

El Teniente Coronel los miro con sus ojos fríos e inexpresivos, los miro de uno en uno; miro al hijo del Senador de la Republica con ese su rostro de una extraña e imposible belleza, cuan imposible que era que causaba escalofríos, con el cabello azabache en bucles y ligeramente escurrido cayéndole en ese su rostro blanco y suave como la porcelana, con esos sus ojazos grandes y azulados, con su naricita pequeña y esos sus labios rojos como fresas ligeramente aventados hacia a fuera como en un puchero, con su mentón pequeño casi femenino, y su cuerpo, su cuerpo apenas musculoso, con los hombros pequeños, la espalda casi, casi femenina ―mierda, sintió una corriente eléctrica correrle por toda la espina dorsal y pegarle una fulminante punzada en el bajo vientre que le hizo despertar nuevamente al monstruo que tenía colgando entre las piernas y que osaba con reventar las costuras del pantaloncito del pijama que si apenas podía contener dentro de él semejantes dimensiones.

El hombreton lo miraba y lo volvía a mirar, y así seguir admirandolo por largo tiempo, y así mismo nunca terminar de admirarlo, y por eso era entendible que varios de los más destacados Cadetes estuvieran de alguna manera implicados en el asunto. Es que no conforme con poseer un rostro de una inquietante belleza también tenía un cuerpo que podía hacer estremecer y provocar sensaciones todavía más extrañas toda vez que se tenía algo cercas y ese su calor, ese su olor, con esas sus formas todavía indefinidas, todavía sin saber como era realmente y la suavidad de la piel todavía sin vello en el cuerpo, sus contornos, sus curvas…

Podía entender cuan claramente por que Sánchez lo odiaba, porque Terrazas se sentía como se sentía y uno que otro por allí por lo bajito mirarlo con la mirada escurrida tal vez puesta en esa su cinturita como algo femenino, con las caderas anchas y redondas y esa suavidad de la porcelana que era tan capaz de arrancar estremecimientos, suspiros, erecciones, peleas entre machos y ese su brillo en la mirada tan confuso, tan capaz de confundir. Y tan cierto que era que el muchacho tenía un carácter endemoniado y no todo era realmente como decía ser. No, el muchacho era de una bravura de una fuerza y de una maldad, de una maldad y de la más pura…

Sonreía.

Parecía que era observado y que de alguna manera por su brillo en la mirada que era que se daba cuenta de que era desnudado y de alguna manera hasta casi comido y lamido por las miradas lascivas, no solo por las del Teniente Coronel sino también por la de los Tenientes y por la de ese muchacho mayor que en todo el suceso no le quitara la vista de encima, sobre todo podía verlo como le miraba el culo, las piernas y su boca roja como cual fresa y muy de vez en cuando posar su mirada gris en esa parte donde se le levantaba con impudicia un buen pedazo dentro de los apretados boxer que por extrañas razones podía dibujar con total claridad el contorno, podía incluso captar las formas de una forma que casi era como si estuviera totalmente desnudo, era como si estuviera allí bajo la lluvia, esta cayéndole, resbalándole por su piel lustrosa, cayéndole por su pecho lampiño, el ombligo y haciéndosele como una cascada en esa parte que era su sexo y sus vellos…

Antonio sintió un escalofrío correrle por la espina dorsal, esta correrle como la electricidad y es que después de tanta muina los Comandantes decidieron suspender el castigo y así dirigirles hacía donde estaba la Primera Sección específicamente hacia la Quinceava Compañía donde radicaban los Siete, ya iban cada quién por donde querían, iban en descanso, podía ver como en el camino poco a poco Bernardo y el Enano se iban haciendo uno mismo, hasta que ya dentro mirarse en silencio, comerse con la mirada, quedarse largo rato mirándose, con el cabello todavía húmedo y cayéndoles escurrido, con sus cuerpos musculados todavía húmedos y correrles gruesos goterones que se iban a posar en los más recónditos de sus recovecos ―sus verdosos ojos casi grises brillaron de una forma estremecedora― se miraron mucho tiempo en silencio era cómo si no existiera nada ni nadie, solo ellos dos; se miraron cómo el agua les corría por sus cincelados cuerpos, cómo el agua le daba un efecto alucinante a ese recoveco entre las piernas, cómo se podían ver los vellos rubio cenizos del Rubiales y cómo el pijonon lograba traspasar la tela blanca de algodón trasluciéndose los contornos del miembro; cómo eran los huevísimos lampiños, las venas azulosas, incluso el capullo ligeramente echado hacía atrás dejando ver el rosado cabezón que en ese momento estaba ligeramente en erección, sería al ver como la tibia piel de Bernardo se llenaba de calor al grado que su sexo se le levantaba en una descomunal carpa en el todavía húmedo boxer que a su vez también se le transparentaban los vellos de un vello oscuro, sus huevitos y el miembro de regulares dimensiones, pero por sobre todo ese su brillo que se podía ver a todas luces en el verde y el azuloso de sus ojazos…

Antonio sintió correrle una corriente eléctrica por todo el cuerpo pero por sobre todo una dolorosa punzada en la parte de enfrente de sus tejanos que evidenciaban una poderosa erección echada para un lado, con sus manos al frente que poco podían hacer por cubrir. El Rector comiéndoselo con la mirada y es que era imposible que no se le pusiera dura como un hueso con esas sugestivas imágenes que le pasaban por la mente como una película, es que era para volver loco a cualquiera y sobre todo a un calenturiento como lo era Antonio Terrazas…

El hombre echo los codos sobre el escritorio y fijo sus ojos en un incomodo Antonio Terrazas que en ningún momento dejaba de moverse presa de la incomodidad de tener involuntariamente su herramienta aprisionada en los pantalones de mezclilla.

Burlón dice:

―Pues bien Terrazas, nuevamente eres bienvenido a esta tú escuela. Siempre lo he dicho que personajes como tú siempre es grato tener entre sus filas…

Él sonrío como no queriendo. Sonriendo un poco desencantado.

―Lo que quiere decir…

―Si, Antonio, estas aprobado, nada más. Ahora retírese y prepárese para el siguiente semestre…

Respiro hondo y salio de alli con una sonrisa en el rostro. Sonriendo, sonriéndose para si mismo. Volvía, volvía a estar allí, allí en esos inmensos muros que a veces eran cómo una prisión, cómo una prisión sin barrotes pero al fin prisión. Si Señor…


( La Realidad no es Como la Pintan )



Luego luego al entrar en el recinto de estudios Manuel sintió las miradas acosadoras de todos los alumnos ―pareciera que todos se habían enterado de toda la historia entre Bernardo y él, y por más que aparentara esa su frialdad aparente, las miradas como afiladas espadas se le clavaban una y otra vez en sus ojos y en sus espaldas haciendo mella en su ahora sensibilizado carácter. Así que a toda prisa se dirigió a su compañía, no fuera que en un arranque de ira se fuera a los puños con el primero que se atreviera a reclamarle su actitud y así de una buena vez se pusiera en entre dicho. Aliviado respiro hondo al entrar en el lugar que en ese momento estaba solo ―sin duda era el primero en llegar― pero cuanto tiempo pasaría para que ese lugar se tornara en un hormiguero de chiquillos corriendo para allá y para acá, todos en estampida para estar listos para cuando la primera diana tocara para entrar a la primera clase…

Respiro hondo disfrutando de esa quietud que le regalaba por momentos ser el primero; tomándose todo su tiempo se puso su uniforme de gala, como era debido todos los lunes: Camisa blanca, pantalón azul marino bien planchado, casaca del mismo tono con relucientes botones dorados, guantes blancos, zapatillas de charol relucientes, la gorra estaba en su cama. Estaba al pie de la cama dándose los últimos toques a su arreglo personal ―era uno de sus fetichismos estarse emperifollando bastante tiempo frente al espejo; desde el cabello engominado, pasar luego por ese su rostro limpio de vello, los dientes blancos y perfectos, las inmaculadas uñas de los dedos de esas sus manos: Si, esas manos grandes, masculinas, si, pero hermosas, aristócratas ―esas manos echas para acariciarte, para explorarte, para arrancarte jadeos, para llevarte al cielo o al infierno, para hacerte pajas descomunales, con esos dedos largos y enormes, que se escapaban diestros dentro de tí, hurgando en tu interior, arrancándote suspiros y delirantes orgasmos―, sonrío picaron y bajando descarado la mirada hasta donde una soberbia erección se levantaba como una carpa de circo en el pantalón del uniforme de tela suave y que le caía sin obstáculo, que descarado se tomo con la manaza para más que acomodarse se lo magreo a conciencia produciéndose un escalofrío que le corrió como la electricidad por la espina dorsal, haciéndole lanzar un gemido de placer…
 
Volvió a sonreír; mejor sería dejar todas esas pelotudeses no fuera que lo fueran agarrar infraganti y eso acabaría por fastidiarlo realmente, y eso si sería el colmo.

En eso estaba cuando se oyó un cuchicheo en el pasillo ―eran los demás internos que estaban llegando―, cuando estos entraron él se acomodaba el ultimo botón, finalizando así con esto su arreglo.
 
El primero que entro fue Rodolfo que luego luego llegando se dirigió de lleno hacía él ―traía en el rostro una sonrisa cuajada de felicidad, terciada un poco por su aparente malicia; con una felicidad que no le conocía, una que horas antes había también descubierto en alguien, ese alguien que se había echo ojo de hormiga, que quién sabe a donde y con quién se había metido―, sonrío, con esa su sonrisa que le cuajaba en el rostro, que le hacía que sus ojazos parecieran todavía más verdosos y brillantes de lo que eran, haciéndole parecer todavía más sensual de lo que parecía…
 
Pensó:

"A que Sánchez a si que también había probado ya la morcilla de los Terrazas, no, si de que los había los había, lo bueno de ser influyente es que te ayuda a saber cosas de las que en algún momento puedes echar mano"...

Rodolfo lo miro fiero. 

Él socarrón le sonrío divertido.

Dice:

―Y que novedades me cuentas Rodolfo ―lo miro sensual, escondiendo ladino lo que en verdad acababa de saber del pecoso.

―No sé cual es el chiste para esa tú sonrisota de estupido…

Manuel sonrío y no se dio por aludido. Lo miro desafiante, algo harto por esas sus ínfulas de grandeza. Sonriente decidido acabar con el muro infranqueable del que se había echo acreedor desde hacía mucho tiempo Rodolfo Sánchez.

―Quizás por la misma que te cargas tú en esa cara de perra buscona ―lo miro fiero; luego arremetió sin piedad sobre el de pronto asombrado y desarmado Rodolfo, que sin gesticular se quedo de una pieza ante el ataque.

Se le acerco tanto que casi podía tocarlo con sus labios, casi besándolo, podía incluso sentir su calor, su olor, su miedo desbordándosele por todos sus poros; sus labios temblorosos de miedo o de rabia.

Le siseo a la cara casi escupiéndole la testosterona pura: Era como si un toro se escurriera; como si el falo se le escurriera por doquier con esa su esencia demarcando todo por su pasó; así era Manuel en esos instantes, presto para el combate cuerpo a cuerpo.

Dice todavía más socarrón:
 
―No, si ya me habían dicho que perras santurronas como tú, eran unas busconas… pero nunca me imagine que fueras a buscar la morcilla de uno de los Terrazas ―sonrío y le espeto muy quedito para que solo él lo escuchara― y que te parece el vergonon de mi carnal a caso que si llena todas tus expectativas ―volvio a sonreir― por lo que sé el puto se carga un fierron capaz de arrancarte unos putos alaridos de placer… sino es que te allá reventado el culo, por que a lo que sé y a lo que cuentan las malas lenguas el fulano le gusta reventar culos…
 
Le espeto burlón finalizando con la charla.

Rodolfo lo miraba boquiabierto, estaba sin saber que hacer ni que decir, estaba totalmente desarmado ―como era que había sucedido, sería que Antonio le habría dicho algo; no, no podría ser, de eso ya hacía bastante tiempo, si le hubiera contado ya se lo hubiera echado en cara, esto era nuevo, si, y entonces…
 
Mientras pensaba Manuel lo miraba divertido. Se había puesto su gorra, y no pudo más que estremecerse, estaba realmente chulo, era un puto realmente apuesto, sin dudarlo lo era, era un puto arranca suspiros. 

Pudo intuir que ya casi todos estaban listos, solo faltaba él y por estar haciéndole al villano llegaría tarde a la explanada, calculaba que en unos cuantos minutos tocaría la primera diana para salir de las compañías…
 
Sonriente Manuel se le emparejo. Lo miro; lo miro ya dócil, para siempre. 

Dice:


―Te gusto verdad cabrón… no, si ya lo sabía, ya me las olía Rodolfo, que perras como tú hay que saberlas domar, pa’después montarlas… Pero deja el drama, Antonio no me dijo nada, solo lo intuí y después del telefonazo, y de su repentina ausencia, pues me entro curiosidad ya sabes, luego una llamada por aquí y otra por allá, ton‘s, yo también tengo mis contactos, ahora ya sabes y ándate que se te va hacer tarde, no querrás pasar de ser el chulito a ser la perra que limpie las botas de todos…

Pudo alcanzar a sentir su calor, su olor, ese olor a macho que tenía, que estremecía, que lo ponía a uno a temblar a pensar en cosas, más aún cuando sintió una manaza en su culo provocándole una corriente eléctrica subiéndole por la espina dorsal, esa manaza que se quedo allí por largo rato provocándole sensaciones extrañas y encontradas, luego de este acto que le pareció como una demarcación de territorio se siguió campante hasta donde estaban todos ya listos en el saloncito, todos en alboroto y en franco cuchicheo, sin dudas a sus costillas, había terminado su reinado de terror…
 
El fue a situarse hasta un lugar bastante alejado de todos a acepción de un chico que lo miraba con ojos inquisitivos.

Dice:

―¿Sucede algo Manuel?
 
Él lo miro un segundo burlón luego dice muy serio:
 
―Nada Rodrigo, no sucede nada, aquí no sucede nada…
 
―¿Nada, estas seguro que no sucede nada?
 
―Mira, no estoy para chismes, así que si vas a decir algo dilo de una buena vez…
 
―Me extraña de ti Manuel, conociéndote me extraña aún más… siendo lo que eres, a poco no sabes lo de Bernardo…
 
Manuel lo miro fiero. Era obvio que solo faltaba algo muy delgado para que reventara. Apunto estaba de irse a golpes con quién fuera y no estaba en condiciones de ser condescendiente con él ni con nadie.

Dice:

―¿Sin rodeos Rodrigo habla ya?


―¡A poco no sabes!

―¿Maldita sea habla ya?


―Sucede que esta mañana los de la A.S.S.I. cogieron al papá de Bernardo en el aeropuerto. O porque crees que este no esta por ningún lado… acaso no se te ha echo raro…


Manuel abrió los ojos como ascuas, era como si realmente no supiera nada ―y en verdad que no sabía nada al respecto; intuía que eso pasaría, como el mismo Bernardo había dicho, pero no imaginaba que sería tan pronto, si que sabían moverse.


Hizo ademanes de buscar algo en uno de los bolsillos de la casaca. Él chico de cabello castaño, piel apiñonada, ojos pequeños pero bastante atractivos, le espeto:


―Vamos Manuel, sabes que Bernardo esta incomunicado. Por si no lo sabes esta bajo la tutela C.R.R. por lo que ya sabes…


Manuel lo miro con ojos inquisitivos, dice:

―Vaya, aquí todos están enterados de todo, menos yo…


―No Manuel, no es que estemos más enterados, pero es que tú ya sabes… Y todavía falta…


Lo miro curioso:


―¿Falta qué?


―Falta la nueva… Que al Poncho se lo llevaron a la 4ta sección…


―Y eso…


―Yo que sé… ayer por la noche vinieron unos Polis de la Mili, lo cogieron casi en pelotas y con sus cosas lo sacaron…


―Y…


―Y… Esta mañana estaba en la explanada todo sonriente; nos contó todo el cuento…


―Qué cuento Rodrigo…


―El cuento que luego te cuento. Ahora agarrate por que todavía falta, a la hora llego la nueva adquisición del C.R.P…


―Si…


―Si Manuelito, si, la nueva adquisición… Vaya, yo pensé que te lo estaba contando el chismosito, con eso de que estaban muy platicadores ―sonrío malévolo.


―No Rodrigo, eso era otro tema… ¿y quién es?


―Ah que Manuelito tan curioso… na’ del otro mundo, simplón, buen mozo, si, ya sabe…


―¿Cómo se llama?


―Creo que Emmanuel… apellido no sé, pero creo que es de los riquillos de por aquí…


―¿Qué sabes de Bernardo?


―Colación… Na’ no mucho mi Terrazas, solo que se va a quedar unos días…


―¿Cuánto?


―Una semana…


La diana comenzó a tocar para salir hacer formación; ya en formación dio la orden a sus tres pelotones de salir al ancho pasillo que estaba plegado de pelotones todos listos en formación para salir a la explanada. Al llegar al lugar todas las compañías estaban listas en formación, mientras transcurría el evento pudo reconocer a la nueva adquisición del Colegio Real Principal: Si, lo podía ver de reojo, moreno claro, cabello negro, ojos negros, nariz afilada, labios grandes apretados pero sexys, mentón ligeramente cuadrado; atractivo pues, alto y esbelto, talvez con la medida estándar de 1.75 para los de su edad ―se saludo la bandera, se canto el himno nacional, se hablo de las reglas, de las obligaciones. A los diez minutos para que sonara la diana para entrar a la primera clase el nuevo cadete miraba y miraba para todos lados con insistencia: Y desde hacía rato dos pares de ojos lo observaban con detenimiento, por un lado él, y por el otro los azulados ojos de Rodolfo, este fue él primero en acercarse al muchacho con su característica malicia cuajada en sus azulosos y glaciales ojos…


Burlón se acerco a él.


Dice:

―Estas perdido Polluelo… No deberías aparentar temor en este lugar, las fieras podrían devorarte…


Él balbuceo.


Dice:


―No, no es temor, es solo que desconozco las instalaciones, veras, soy nuevo, me acaban de trasladar. Y nunca me imagine que fuera de estas semejantes dimensiones, realmente es enorme el Real Principal… desde lejos se ve muy diferente…


Él lo rodeo burlón: Era como esos animales carroñeros alrededor de la carroña.

Todavía más burlón lo miro de arriba abajo, observándolo con detenimiento, sobre todo en sus partes pudendas, haciendo que el chico se ruborizara y bajara su moreno rostro.


Él sonrío ladino al ver como se arrobaba ante su asalto. Estaba tan entregado al muchacho que no se dio cuenta que Manuel fue a ponerse a solo unos centímetros de sus espaldas.

Continua, dice:


―Veras Pequeño, aquí se requiere de un amigo fuerte, audaz y muy capaz para defenderte de las fieras. 

Porque aquí se pueden aprovechar de tu inosencia ―le siseo al oído, casi escupiéndole las palabras, casi insinuándosele sensual.  

―Y con seguridad tú eres ese amigo, fuerte y audaz, verdad Rodolfo…

Él abrió los ojos como ascuas al escuchar a sus espaldas la potente voz del Cadete Primero que lo miraba burlón con una mano en el mentón, sus ojos brillándole sensuales.

Dice:

―Gracias Rodolfo, yo me encargo del nuevo Cadete, ándate a cambiar… no sea que seas tú el que tenga que torcer el rabo…
 
Él lo miro con sus ojos negros, pequeños si, pero de una expresión muy peculiar cómo si le estuviera diciendo con la mirada algo, algo que parecería que le gustaba ―el rubiales sonrío al mirarlo sonreír de esa forma que se le hizo cómo si de alguna manera le estaba coqueteando; y no sabía porque pero sintió una extraña corriente subirle por toda la espina dorsal, y una punzada en el bajo vientre despertándole una vez más al dormido pijonon atrapado en sus apretados calzoncillos que poco hacían por mantener todo ese pedazo de carne en su lugar…
 
Cogiéndolo por los hombros lo encamino hacía las compañías en donde se cambiarían de uniforme.
 
Sonriéndole le dice:
 
―No le hagas mucho caso al compañero Sánchez, el suele tomarse atribuciones que no le corresponden, cuando necesites salir de alguna duda recurre al Cadete 2do o a mi, que soy tu superior…
 
Él lo miro con sus ojos muy abiertos; era como si de alguna forma se lo quisiera comer, mirándolo de reojo le sonrío.
 
Dice:
 
―¿Y tú eres?
 
―Manuel Terrazas Cadete 1ro ―se detuvo un segundo, dice― ¿Y tú eres?
 
―Emmanuel Salvatierra, me acaban de trasladar, me escogieron de entre 100...
 
Él sonrío:
 
―Si, me supongo a todos nos a pasado en algún momento…

En el transcurso del camino pensó en todo lo que había pasado estos últimos días; su entrevista con la Presidenta, su primera experiencia y que haya sido con un chico, la detención del Señor Senador, la retención de Bernardo, el traslado de los chicos ―y ese chico que no dejaba de mirarle de reojo; que era que no se daba cuenta cuan obvio era al verlo bajo la gorra, con sus ojos apenas entreviéndolo, con sus labios sensuales apenas asomándose pero con ese su mohín que era qué lo estaba poniendo nervioso. Todo era tan perfectamente planeado que no lo quedaba duda de que ahí había mano negra, incluso ese exótico chico que malintencionadamente se le estaba ofreciendo y que de pronto apareciera así de la nada, lo más extraño que precisamente unas horas después de que Bernardo había sido retenido ―Bernardo; todavía sentía su calor, su olor, la suavidad de su piel muy cerca de la suya, arañándole con sus caricias expertas que le arrancaron gemidos.

Sin quererlo se arrobo y suspiro muy alto:


―Aahh ―viro sus ojazos verdes asustado cómo viendo si él se había dado cuenta de su suspiro; pero solo pudo ver una discreta sonrisilla, que más que acabarlo de apenar acabaron por comprobar de que estaba en completa convicción de que estaba allí con el propósito de metérsele por los ojos.


Sonrío:


"Vaya para metérsele en su cama“…


Ya extrañaba a Berna, apenas se había ido hacía unas horas y ya sentía que lo extrañaba; extrañaba su malicia, su perspicacia, él con su aparente inocencia que se daba cuenta de todo a su alrededor, con su miradas cargadas de picardía, con su calor, con su exudación brotándole por los poros…




( La Realidad no es Como la Pintan )



Dos coches negros tipo camionetas dieron un frenon y se detuvieron en seco, justo en la entrada principal del edificio del Real Principal, de uno de ellos se abrió la puerta del copiloto y salio un hombre de cabello negro con la piel muy blanca, alto y esbelto con traje negro que parecia cómo que fuera militar, miro para todos lados como si comprobara que si alguien lo estaba viendo, cauteloso cómo una pantera se acerco a la parte del pasajero y abrió la puerta; se asomo un poco y cómo que hizo un ademán.

Del coche salio un chiquillo con la piel aún más blanca que de costumbre, con el cabello azabache alborotado; estaba todavía un poco amodorrado y parecía desaliñado. Miro pero sin mirar como los coches se perdían en la Avenida, se fueron sin decir nada, así, solo se fueron dejándolo allí parado con el sol inclemente pegándole en el rostro, ese rostro distraído, como ido, todavía sin saber siquiera quién era o que hacía allí.

Se quedo largo rato parado allí, como esperando algo o alguien, ese alguien que nunca llego o que llegaría, parecía respirar con dificultad, era como si estuviera enfocándose en algún punto de esa su mente en blanco; tenía la boca seca y los labios algo partidos, era como si hubiera estado sin probar liquido por largo tiempo, con dificultad se aproximo al árbol más próximo y se sentó a la sombra y a si se quedo largo rato hasta que ya pudo concordar todo un poco más.

Respiro hondo y miro hacía donde estaba el edificio con sus siete pisos: Bernardo De la Torre todavía se quedo largo rato allí, allí sentado, pensando en todo lo que había vivido allí en ese lugar, en el lugar al que lo habían llevado desde ese día en que había sido interceptado apenas llegado al Colegio esa mañana del Lunes en trancito. Así sin previo aviso esas mismos coches tipo camionetas habían parado y de improviso esos hombres con traje negro lo habían cogido y conducido a un lugar por demás secreto ―se decía que esos hombres eran Agentes Secretos que trabajaban en paralelo con las Agencias Federales, pero qué  en realidad no eran todo lo que aparentaban; que todos esos hombres desplegados por toda la Ciudad eran Agentes Secretos trabajando para la Compa
ñia Montenegro. Pero fuera como fuera lo habían cogido y llevado a ese lugar secreto y por poco más de una semana lo habían interrogado hasta la saciedad al punto de casi desquiciarlo; recordándole en todo momento a esos interrogatorios sucedidos en alguna guerra de la antigüedad o más recientemente. Pero si bien en el fondo le agradecía mucho al Sistema por su esplendido entrenamiento sobre el tema acerca del complot y el espionaje, porque en el fondo toda esa faramalla del Real Principal no era otra cosa que alinearlos de algún modo en asuntos de espionaje y contraespionaje, vaya para convertirlos en Agentes Secretos y él como buen estudiante siempre se tomaba bien en serio su papel de espía.

Por ello mismo desde él momento en que su padre fue contactado por la Agencia Federal aquella noche en que por un descuido había cometido el error de ponerse en entredicho acerca de oponerse a los intereses de la Casa Montenegro adivino que su futuro estaba en juego y que no tardarían en poner escollos en su camino hasta hacerlo caer, y que costara lo que costara lo harían caer. Y él como buen estratega también había movido sus piezas a su favor, para salir airoso sin el menor rasguño posible, no con algo que no pudiera desenlodar en un futuro cercano: Anteponiendo que la Agencia Federal lo cogeria y lo interrogaría se preparo a conciencia física y mentalmente para así mismo no sufrir un daño irreversible, también logro una entrevista previa con la Presidenta del Consejo Montenegro y así llegar a un acuerdo tácito con el consejo para concederle una licencia para salir airoso de lo que se le vendría caer sobre sus hombros.

En todo momento sabía como se las ingeniaba la Compañia Montenegro para salirse con la suya en lo que se tratara de un conplot para con u en contra de quién fuera, sabía de quién era quién, lo sabía porque su padre con anterioridad le había hablado sobre el tema, sabía incluso los lugares y los posibles castigos a los que podría ser sometido si llegara a ser atrapado en alguna conspiración, por eso mismo ni se sorprendió cuando fue cogido y trasportado por varios lugares a la vez hasta donde supuestamente lo interrogarían: Por supuesto nunca se dio por enterado de donde era el lugar pero por las vueltas que dieron adivinaba que se trataba de algún lugar secreto dentro del Edificio del Parlamento en el Centro de la Ciudad de Montenegro donde radicaban todas las Agencias Federales así mismo como las Agencias Secretas con las que disponían los Montenegro…

Desde el momento en que estuvo frente a ese hombre que le hacía preguntas acercas del asunto ese, de ese su supuesto ataque sexual all
á desde su niñez ―él luego luego llegando tanteo el terreno y estudio los pros y los contras―; sabía que las Agencias Federales no contaban con estudios técnicos de interrogatorios como los que tenían las Agencias Secretas, por ello sabía que estos solo le harían preguntas básicas por ello mismo en todo momento solo dio rodeos y nunca hablo con exactitud, por el contrario solo causo todavía más lagunas, estando apunto de salvar el pellejo de su padre pero como ese no fue lo convenido les dio un punto y una razón contundente para que este fuera acusado, procesado sin derecho a poder escapar de la justicia, más sin embargo con esta estrategia él salio un poco más limpio del asunto todo esto gracias a la Compañia Montenegro que se había echo responsable de su defensa, claro a cambio de un contrato con la misma, salvándole el pellejo de momento.


De echo le encantaba trabajar para la Casa Montenegro y eso le constituía un lugar privilegiado en la Compañia y en el Colegio nada más cómodo para él…   
 

Así estuvo largo rato sentado mirando hacía el Principal hasta que apareciera alguien, pero pareciera que ni por sus luces, pero sonrío al ver que del edificio principla salía alguien, en primera estancia no lo reconoció pero a según se iba acercando poco a poco fue reconociéndolo y en su rostro se le dibujo esa su sonrisa maliciosa como si se presintiera una gran satisfacción al ver al hermano de Manuel, Antonio Terrazas, el despampanante rubio, que como si llamado por no sé sabía qué se iba acercando justo a donde estaba él…

De momento el rubio no reconoció al que estaba agazapado allá en la sombra del árbol pero como tentado por un extraño hechizo se siguió hasta donde estaba ese alguien que lo miraba con insistencia, y ya estando frente a frente pudo reconocerlo ampliamente y sonriendo también ladinamente al ver de quién se trataba, y si, ese era el noviecito de su hermanito menor; Bernardo. Pero su sorpresa fue aún más grande al verlo en ese estado de deterioro y tampoco entendía porque estaba allí a su entender el chico estaba retenido por la S.S.C.R.R y más aún cuando ya estando bien cercas que se dio cuenta del estado en que este estaba. En primera estancia este no era santo de su devoción pero verlo en esa situación le enternecía de sobremanera y con ese su aspecto todavía más ―y es qué después este sin siquiera pensárselo se abalanzo y lo abrazo, y casi casi que llorando le suplico por ayuda, el rubio todo desconcertado por ese su abrazo y por otras cosas más que de pronto no entendía pero que si sentía correrle como la electricidad por toda la columna, esas sensaciones que lo hacían escurrirse como un toro en celo y teniendo esa piel que podía palpar, ese su olor que se desprendía por todos sus poros, ese su calor arrobándolo, abrasándole como la lava y que lo hacían pegarse todavía más a su piel hasta casi fundirse en uno solo…

Él en pocas palabras le contó a ese que apenas conocía de vista todo lo que había vivido en esa semana: Ahora sentados en la cocina de su casa ya bañado y arreglado con un buen pedazo de carne aderezado con verduras y con un crujiente pedazo de pan del día, y por sobre todo con un gran vaso de agua de guayaba que tanto le gustaba y que siempre que estaba allí los trabajadores le tenían por montones, montones de todo lo que a él le gustaba, incluso su padre lo mimaba hasta la saciedad, su padre lo adoraba, lo mimaba, le tenía todo lo que a él le gustaba y deseara, él Señor Rodrigo De la Torre lo adoraba por sobre todas las cosas y todo lo que hacía lo hacía en beneficio de un bien comunitario, pero ya en ese momento nada de lo que él pensara servia, eso ya era historia, lo que ahora importaba era como iba a sobrellevar las exigencias del Consejo y por lo que le había resumido Dolores Montenegro era una verdadera y titánica tarea…

Y por alguna razón iba echar mano de todo lo que tuviera a su alcance, de todo, incluso del rubio que tenía enfrente de él, en su silla, allí sentado degustando su sabrosa agua de guayaba ―sonrío ladino al verlo por encima del vaso que se llevo a los labios; degustando el sabor y la textura de la fruta que flotaba a montones por encima del agua, pero quizás también maquinando algo que revoloteaba en su cabeza, algo que malévolamente había planeado apenas lo había reconocido cuando estuvo a unos pasos de él, allá bajo la sombra del árbol ―sonrío apenas, luego rumio algo como para llamar su atención.

Dice:

―Son estas las guayabas más ricas de todo el mundo…

Él levanto la mirada, mirándolo, y mirando luego la fruta en el fino vaso, dice burlón:

―Si, creo incluso que las mejores son las de esté Estado y creo sin temor a equivocarme que las del Valle Montenegro son sino es que las mejores de todo el mundo…

Lo miro un momento, lo miro como algo fugaz como si hubiera cometido una indiscreción, tal vez como arrepentido por alguna tontera suya.

Él lo miraba burlón, tal vez burlón ante la audacia de su razonamiento…

Dice:

―Si, y si algo le debemos a la Compañía Montenegro es el habernos puesto en el ombligo de todo el mundo, y que no te de pena decir que las mejores son las de tus tierras ―burlón― es que si hules a guava, es como si te reventara por todos tus poros, como si apenas, digo…. 


Luego parece sonrosarse por ese su desliz, es qué si era cómo si se le estuviera insinuando…
 

―Digo a guayaba no a guevo, si digo…

Sonrío ladino al ver que éste se había puesto colorado, colorado como un tomate y removiéndose en su asiento, es que si era cómo si algo le picara, le picara, y donde sería, sería en sus cojones o sería en su cul… 


Es que si ya en una ocasión Manuel le contara que el pelado se cargaba un vergonon; ―burlón este como que lo miraba divertido, luego cómo si solo lo tratara de encender, cómo solo de ponerlo a tono a fuego, vaya para calentarlo, luego el chiquillo cómo que se ruborizaba y se ponía todo encendido, era como si nunca hubiera tenido esas conversaciones de hombres, de pelados, de machos y si, así ladino como era Manuel hacía ademanes con sus manos a ludiendo el pijonon del hermano mayor, es que si era tan preciso y tan descriptivo que el pequeño apartaba la mirada todo avergonzado y a calorado― si, decía; es que si la viera, es para hacérsele agua la boca y es que el pelado hasta hace malabares para que se le acomode en el calzoncito, que si se le escapa para todos lados, es que no se queda quieta, imposible ―lo miraba burlón, todo encendido, distraído, es como si se estuviera haciendo toda la película con la verga del pelado, quizás imaginándosela muy cercas de sus ojos, de su boca, relamiéndose, quién sabe…  

Él parecía gozar con esa su conversación que en el pequeño provocaba un ardor y una curiosidad, un arrobamiento que le parecía estremecedor, que si era como si esas cosas hicieran mucha mella en su interior; y si, era como si con ello estuviera despertando su lado femenino, vamos como que si le gustara la pija de macho. Él lo miraba primero extrañado, después como que reía de pronto con mucho gusto al descubrir ese su sentimiento tan celosamente escondido llevado sin más hasta lo más recóndito de su ser; lo tomaba por los hombros y se lo llevaba hasta su regazo y le decía muy bajito como si temiendo que alguien lo escuchara ―si, si es que si es para volver loco a cualquiera con esa su imagen ―le susurraba todavía más bajito, casi como siseándole muy pegado a su oído― si, incluso él mismo no puede apartar la mirada de esa imagen y casi que si dan ganas de cogerla y…― él lo mira de pronto todo desconcertado, cómo todo fuera de sí, mirándolo con esa su mirada de un azul casi zafiro, luego de pronto se torna cómo burlón, cómo cómplice, cómo quién a aceptado su condición, si ―luego se miran mucho, es casi cómo comiéndose, casi cómo devorándose, casi cómo besándose, incluso pueden sentir su aliento, su calor, su olor, correrles como la electricidad por todo su ser― y luego ríen los dos, si, ríen, si ríen ya cómplices…

Él ríe también, ríe de cómo sin querer se había revelado sin querer con Manuel ―suspiro hondo al recordar a ese muchacho que por alguna razón que no entendía le despertaban los sentimientos más extraños― y no dudando siquiera que llegado el momento él llegaría incluso a sacrificarse si éste de algún modo lo necesitara si lo haría sin dudarlo, lo haría sin dudarlo siquiera.

Se arrobo hasta la inconciencia con ese su pensamiento, tanto que se olvido de todo lo demás, incluso de Antonio, de Antonio que lo miraba como no queriendo, metido de algún modo en la escena, casi por solo la casualidad, casi también como haciéndose toda la película ―sonriendo esperando a que el chiquillo bajara de su ensoñación, paciente, muy paciente...


Luego reacciono como si hubiera sido tocado por un rayo; lo miro como para comprobar si él hubiera tenido una fijación sobre su arrobamiento ―sabía de antemano que Antonio no se caracterizaba por ser muy demostrativo por el contrario era frío y hasta un tanto calculador, así que si se había dado cuenta nunca lo habría demostrado. Pero no con él, con él había que irse con cuidado, él no era como uno cualquiera, él era más que todos, él era alguien con quién había que irse con cuidado y él en todo momento había ido maquinando, una idea que le revoloteaba en la cabeza y que si no la soltaba le iba a estallar como un cohete ―sonrío y le dedico una sonrisa seductora, poniendo toda la carne en él asador…
 

―Si Antonio, es que si fuera cómo que hueles a pura guayaba…

Él sonrío y se cogió por un lado la solapa; y si era verdad, él chico tenía razón, olía a guayaba. Lo miro muy fijamente y le dedico una de sus sonrisas, una de esas un poco desencantada, dice:

―Ahhh, no es para tanto, eso es de lo más normal en un hombre de campo, claro, y más si en particular anda entre el guayabal, estamos en temporada de en flor, pos si…

Él sonrío por esa su respuesta un tanto elaborada; que más bien le pareció como un escape a la verdadera razón, una que había surcado su mente y que podía sentir en todos sus poros, que Antonio era un animal sexual incapaz de controlar sus hormonas que le brotaban a borbotones por todos sus poros. Y
él iba echar mano de ese pequeño detalle, detalle que poco a poco iba madurando muy dentro de su mente y de que en cualquier momento iba a poner en practica…
 

Él lo miro luego cómo fijamente, era cómo preguntandose el motivo por el que estaba alli en el Principal quizas un poco desencajado; era cómo que algo no encajaba, dice:

―Y que es lo que hacías en el Principal, a lo que sé ya estas dado de baja…

 ―Oh, eso es muy sencillo, veras es algo que no creo que te interese, pero te puedo adelantar algo si es que la curiosidad te carcome ―sonrío sarcástico descolocando al muchachito que se quedo estático como echo de piedra.

Él abrió los ojos como ascuas. Sabía de cierta manera como era el Rubio, lo sabia por el Rubiales; que era un tanto frío y hasta algo cruel, demasiado. Eso no le extrañaba pero si le parecía demasiado innecesaria esa su forma de ser para con él. Aún más para los planes que tenía, adivinando que sería todavía más difícil de meterse en el mundo del muchacho, teniendo así mismo que llegar a improvisar, sonrío sensual quizás hasta un poco como desencantado, era un poco cómo imitándolo. El Rubio lo miro de pronto de una forma estremecedora y es que por alguna razón el chiquillo se había llenado de un ardor que le brotaba por todos los poros de una forma desbordada, es que su ardor le saltaba a borbotones por sus ojos de un azul zafiro, brillantes y enigmáticos de una forma hechizante, por su piel blanca como la nieve, ligeramente con los pomulos m
ás colorado, por su calor y por su olor que se le colaban hasta la más intima de sus fibras, provocándole ardores y estremecimientos, punzándole dolorosamente en el bajo vientre haciéndole sentir una poderosa y soberbia erección, haciéndole sentir también que su ardor le saltara por todos sus poros de una forma arrolladora.

El chiquillo sonríe. Él también sonríe.

Brillantes los ojos. Es brillándoles de deseo.

Pero el deseo se distrae, ellos se distraen todavía.






Habían pasado unos días desde aquella primera vez en que se había entregado al desenfreno con Bernardo, también en que su padre había sido arrestado por la A.S.S.I. y en que su mejor amigo y amante había sido retenido por la C.R.R. pero por sobre todo en que Emmanuel, ese chico nuevo de alguna manera se había metido en su vida hasta el tuétano. Hacía rato que habían terminado de hacer el amor, aprovechando que los habían dispensado todo el resto de la tarde y ellos como otros tantos les habían dado el resto del día libre para dedicarse a lo que más les placiera y en que sus otros compañeros estaban haciendo deberes toda la tarde y algo de la noche. Él como desde esa su primera experiencia con Bernardo le había dado por dedicarle parte de su tiempo libre al desenfreno y como no estando su mejor amigo y como el nuevo estaba muy dispuesto a satisfacerlo pues para nada le incomodaba que el moreno le dispensara toda su atención y sobre todo sus mimos…

Hacía rato que Emmanuel algo cansado se había tomado un pequeño descanso, mientras que él recapitulaba todos los sucesos pasados en toda esa semana; sentado en el balcón, desde donde podía alcanzar a ver tirado en su cama al nuevo Cadete, podía alcanzar a verlo como estaba recostado, también podría escuchar si alguien se acercara a la Compañía por al pasillo ya que siendo el piso en imitación de mármol de cualquier manera tendría que escucharlos cuando se acercaran y en ningún momento podía bajar la guardia, así que de tanto en tanto miraba y ponía atención a cualquier ruido que le indicaran que sus compañeros se acercaran y como todos de alguna manera siempre se avisaban de alguna manera ya haciendo una gran aldabaría o haciendo algún ruido en particular. Pero fuera cómo fuera el seguía allí sentado mirando como poco a poco la luz del sol se perdía en el poniente y de vez en cuando en su bello rostro se dibujara una sonrisilla algo picaresca, era cómo si por su mente surcara alguna travesurilla que le causara esa su diversión.

Estando como estaba con tan solo ese su pantaloncito del pijama y por arriba con solo una camisetilla de tirantes, ambos en color gris oscuro y en los pies solo unas chancletas, como estaba podía darse gusto con la tocadera de sus partes intimas, su mano derecha recorría por encima de la ropa su evidente y bien levantada erección la cual estaba echada para un lado sobre su inguinal, con su brillante mirada clavada en ese punto y con un gran regocijo al ver como el miembro se le dibujaba en la pequeña prenda que se le entallaba como si fuera una vaina haciéndolo ver todavía más erótico y sensual.

Por su mente le cruzaron miles de imágenes junto a ese su joven mejor amigo: Como esa donde el fin de semana se habían ido al río a acampar y a nadar ―riendo por supuesto de muy buena gana al recordar como estando nadando en las cristalinas aguas y en que el pequeño nadara a según él de muertito cuando desde donde no se supo de que lugar se les vino una pequeña ola y esta con mucha fuerza y la que no solo le arrancara su entallado bañador, sino que también dándole unos cuantos tumbos, provocándoles, primero sorpresa y después la risa de ambos al ver como por los vuelcos que diera parara su culito cómicamente provocando de alguna manera su libidinosidad, él pequeño después como recomponiéndose pero aún todo asustado se tirara a sus brazos hasta hacerse uno mismo con él, el cual lo cogió y lo consoló, luego lo llevo hasta la orilla, ya allí tirados en la graba todavía un poco asustados se quedaran muy juntos mirándose en silencio. Él mirando como el pequeño tenía la piel chinita como de gallina con su todavía muy lampiño sexo todo encogido casi como el de los bebes, sus pezoncitos duros y levantados, todo ese su cuerpecito encogido quizás por el frío o ya por el miedo, él por el contrario con esa su evidente erección denotada en ese su bañador tipo bermuda en un fosforescente color rosa que con la humedad se le transparentaba y se le pegaba al cuerpo haciéndosele ver todavía más evidente y sugestiva esa su erección…

Se miraron a los ojos. Era devorándose, comiéndose con la mirada.

El pequeño bajo su mirada cuando
él bajo la suya verdosa hasta ese intimo lugar que se movía como con vida propia y queriendo osar con querer romper la tela y escapar de esa su prisión, podía ver incluso como se le marcaba el capullo, el contorno de las venas corriéndole por toda esa su longitud.

Él volvió a levantar la mirada,
él sonríe ante esa su mirada de amor, de deseo que se ven en su rostro que esta todavía más blanco que de costumbre; era como si de pronto se hubiera tornado en un manojo de nervios a causa de qué, quién sabe qué. Él se torna de pronto muy tierno un poco como para que coja confianza, él baja la mirada otra vez hacía su erección, él con su mano coge la de él que esta toda temblorosa y la lleva hasta ese lugar que es su entrepierna, la que esta como el acero de dura pero por sobretodo muy caliente, y si, era al rojo vivo.

Y de pronto el pequeño ya esta entrado en un jaleo que lo tenía con los ojos en blanco y con el rostro todo desencajado por las sensaciones de las que era presa al sentir como su mano iba y venía por toda su erección, mientras sus pezones eran devorados por sus labios ávidos. Así se dejo arrobar por esa mano y esos labios que le prodigaban miles de sensaciones que lo estaban llevando a los lugares más insospechados ―más de pronto sus ojos se abrieron como ascuas al sentir algo que nunca en su vida se hubiera imaginado y menos de alguien como Bernardo. 


Si, ahora no solo podía ver como su cabeza subía y bajara pero por sobretodo como era que esas sensaciones que le parecieron alguna vez inimaginables y más que pudieran existir o alguna vez experimentar, pero por más explicaciones que buscara en lo más recóndito de su mente y nunca pudiera encontrar, pero a hora que no solo las podía ver sino también sentir, y si, que deliciosa sensación era sentir como su boca recorriera desde su sensibilizado glande, pasando luego por el frenillo ―y qué cabron qué era, porque era allí donde más ponía su puta atención― cerrando completamente sus labios y presionándolos contra esa parte de su anatomía causándole unas inusitadas e indescriptibles sensaciones que eran como la misma electricidad que le corrían por todo el cuerpo casi haciéndole estallar en un torrente allí mismo, mientras el chiquillo le comía deliciosamente el pico, su mente se emergió en un pensamiento que le iba arañado desde su entrevista con su Benefactora; ―acaso no sabe que el Senador se lo beneficia sexualmente― sonrío para si mismo al entender muchas cosas de su joven mejor amigo; y era que a pesar de su juventud era tremendamente de una viveza y un ingenio muy agudo al grado de que si no eras lo suficientemente apto podía cogerte por sorpresa y hacerte blanco de sus mordaces ironías. Aún así era dueño de un poder y una seducción tan capaz de hacerte olvidar todo lo malo que pudiera tener, incluso esa su maldad era capaz de hacerlo todavía más atractivo.

Él se echo de lleno en el suelo poniendo sus manos sobre su cabeza a modo de almohada, arrobándose ante la soberbia comida de verga que le estaba dando el pequeño: Montado a horcajadas sobre sus piernas podía sentir como le restregaba su culo y su verga dura como el hierro, incluso podía sentir cuan caliente estaba esa parte de su anatomía ―las imágenes de él con su padre teniendo sexo se le vinieron como avalancha poniéndolo todavía más caliente―; se lo imagino a gatas con su padre detrás de él, con su erección en la mano apuntándoselo muy justo a su horto y ya bien dispuesto para recibirlo ―pudo visualizar con nitidez la imagen de él con su enorme miembro en la mano poniéndoselo en la calida cavidad del pequeño que parecía solo dejarse hacer, con una suavidad pasmosa se enterraba una y otra vez en él que ni rechistaba; podía imaginárselo enterrándose una y otra vez en su interior, gozando como nunca cuando en un violento estremecimiento se corrió en sus entrañas― y él en su boca con sus manos cogiéndole bien por la cabeza impidiéndole que se retirara de su erección ―pudo escuchar como de su garganta se escucho un bufido que le pareció al de un toro cuando es sacrificado― y de pronto algo muy caliente y viscoso le corrió por entre sus piernas mientras que su pelvis no dejaba de moverse hasta que las sensaciones de su orgasmo le pasaron ―el muy maricon se había corrido también, no, si de que los había los había en verdad Bernardo era un gran traga vergas de eso no le quedaba duda.

Luego lo abrazo; se abrazaron tanto que se volvieron como uno mismo, pudo sentir como él entro en calor y como su calor y su olor se le colaron hasta las membranas mismas; no pudiendo siquiera poder controlar el manojo de sentimientos que le embargaron todo su ser, casi emitiendo un sonoro quejido seguido de un estremecimiento que le corrió como la electricidad por toda la espina dorsal estallándole en el cerebro ―abrió sus ojos y miro que Emmanuel le estaba comiendo nuevamente la verga y sus pensamientos lo volvieron a llevar hasta la imagen de Bernardo; sonrío con ello…

Adentro estaba muy oscuro y callado.

Él se arrobo ante el tumulto de sensaciones que le corrían como la electricidad, arañándole también el alma de una forma escalofriante y sin poder contenerse, lloro, lloro por todo eso que lo embargaba, lloro por Bernardo, lloro con un sentimiento tan profundo que lo arrastraban a los lugares más oscuros he insospechados, que lo hacían pensar y pensar, no sabía con certeza que era pero que le surcaron la cabeza como una saeta; esa idea le deslumbro la mente de manera violenta ―pensó, pensó que eso era lo mejor, lo mejor para todos… si...

 


Bernardo estaba de costado en el sillón reclinable que estaba en su habitación muy junto a la chimenea por el lado del ventanal, y de sus ojos escapaban unas gotillas de agüilla, y en su rostro se dibujaba una mueca todavía más acentuada de amargura. Por la ventana se colaba un rayo de luz que iba a pegar con un costado de la cama. Él miraba hacía ese lugar idílico mientras un leve olor a tierra mojada y a flores silvestres se le venía desde afuera, su cuerpo reflejaba una tensión que le venía desde el interior haciéndole exudar con profusión que se denotaban en pequeñas gotitas en todo el cuerpo.

Una voz se escucho a sus espaldas.

―¿Y decías que tú amor por Manuel rebasaba cualquier limite, incluso el mismo enorme ardor del hermano mayor? ―Su voz sonaba irónica y despectiva.

Él tenso el cuerpo al máximo, era como para evitar soltar sus verdaderas emociones, emociones que le carcomían el alma, estas  arañándole de una forma escalofriante todo su ser, removiéndole sus más íntimos remordimientos. Pero por ningún motivo deseaba que él lo tomara como un dejo de debilidad, por eso respiro hondo y aparento una indiferencia pasmosa. Seguía en su posición original, solo moviendo los músculos de su rostro ―se dirigió a él, pero sin girarse ni mirándolo…

―Vamos Antonio no confundamos una simple calentura con lo que yo siento por Manuel…

Él rumio solo ante esa su contestación. Esta solo en la imagen, esta despatarrado, esta burlón; mira sin mirar imaginándose mil cosas del pequeño allí a su lado de costado en esa su posición que le parecía risible ―porqué los maricas siempre se ponían asi― no como él o como todos los machos, despatarrados con la verga al aire y rascándose los peludos huevos, y quizás hasta sacudiéndosela un poco como para ponérsela al palo y hacerla más apetecible a la vista de esos los mariquitas lame pijas, siempre con la retaguardia en popa y a la vista listos para volver a recibir, no como ellos que por lo contrario siempre tratando de cubrirse de los intrusos, descarados e impúdicos…





El Rubiales giro un poco la mirada hacía la entrada del dormitorio justo hacia el saloncito de estudios, era como si hubiera sido invocado por fuerzas extrañas de la naturaleza a mirar hacía esa oscuridad, mientras que el morenito le comía con devoción su erección, él había descubierto algo en esa oscuridad que lo llenaron de emoción, un algo que no sabía con certeza que era; pero que lo hicieron pensar en él, en De la Torre ―si, podía verlo agazapado amparado en la oscuridad, solo iluminado de vez en vez cuando la intensa luz del faro en la torre mayor circulaba por esa parte― y que pijo que desde que tiempo estaba allí amparado en las sombras mirando como él disfrutaba a sus anchas por las caricias de su amante en turno. Es que si era como si el muy pijo estuviera disfrutando también de ese su placer, incluso podía verle como se cogía también su erección por encima del pantalón de deporte que traía, incluso podía ver una ligera humedad donde yacía el capullo, allí medio amparado por el quicio de la puerta, comiéndose la escena con sus azulados ojos; es que si era para hacérsele agua la boca cuando él muy mañosamente le diera indicaciones al moreno de que se pusiera a modo de que la escena quedara en primer plano a los ojos del voyeur, que aún a pesar de la oscuridad podía alcanzar a ver el brillo de sus azulosos ojos casi zafiros.

Él desde su escondite podía ver cuan perfectamente la escena donde el moreno se metía el vergon hasta la empuñadura de esas sus dimensiones innombrables: Y es que el chiquillo se la comía con deleite que si daba gusto; estaba el Rubiales tirado en el sillón reclinable con una de sus manazas sobandole el culo con su vista puesta en ese cavidad oscura que de vez en vez era iluminada por la luz del exterior, ellos sin embargo eran iluminados por la farola que estaba justo sobre el dormitorio por eso era que el pequeño podía verlos muy bien y para su beneplácito incluso podía verlos con total nitidez, podía ver como el moreno se la comía con desesperación; como el Rubiales le metía uno de sus dedos en su intimidad mientras que en su rostro se le dibujara una de esas sus sonrisas angelicales que desarmaban a cualquiera, pero que en realidad todo esa teatralidad se la estaba dedicando a él, es que si era como si estuviera actuando para él de una forma más que desvergonzada, que esta era de complicidad, es que a él siempre le había gustado que Manuel fuera así, así un poco desvergonzado un poco como un chulito, esa forma de ser de él le seducía hasta la medula de una forma estremecedora, era como si en lo más profundo de su ser este se lo pidiera a gritos, irremediablemente así era… 


Él por eso mismo más que sentirse herido y traicionado, por el contrario lo disfrutaba como algo inexplicable, como algo que no entendía y que nunca entendería; que él revoloteara en otros cuerpos que disfrutara de otras pieles para él eso significaba la entrega y el sacrificio incondicional del amor. Claro mientras que su amor fuera exclusivamente de él, que se divirtiera de vez en cuando no alteraba para nada el producto. 

Él ahora totalmente entregado a las sensaciones que le corrían por todo su ser como una avalancha consecuencia claro de la tremenda comida de verga del moreno, allí despatarrado sintiendo las sensaciones que le corrían por todo el cuerpo, estas como a punto de ebullición como si fueran lava misma, entreabriendo sus ojazos verdes y volviéndose a girar hacia ese lugar casi oscuro, casi solo alumbrado de vez en vez por la luz que se escurría por entre la sombras como espectro de la oscuridad ―no pudiendo evitar no sonreír al ver que el fisgón se había sacado también su sexo por la pernera y comenzado a sacudírselo muy lentamente, también a humedecerse los labios toda vez que el mamonsete restregase sus caderas contra el sofá. Es que si la imagen por delante era por demás abrumadora, y de una forma estremecedora; es que él lo había puesto de manera que su culo quedara en popa y en primer plano, y a su vista, como listo para que cualquiera llegara y se comiera con glotonería esa su tierna intimidad y esos sus hinchadísimos huevos casi a punto de estallar en un torrente, estos echados hacía atrás mientras que su miembro era presionado por su abdomen y por el sofá, pudiendo incluso alcanzar a vislumbrar sus pliegues, viendo incluso como este, estos y aquel se perlaran de una peliculilla de sudor casi imperceptible pero que a su vista eran abrumadores. Él echo su cabeza hacía atrás olvidándose por un momento de todo y concentrándose en las sensaciones que le corrían por todo el cuerpo como la misma electricidad, adivinando que en cualquier momento le iba a estallar su propio orgasmo lo tomo por la nuca y lo guió a la velocidad que pudiera sentir todavía más ese cosquilleo que le corrían por todo su ser, arrollándole como la lava misma en esas sensaciones que por momentos lo llevaban a la cúspide del placer; sintiendo que el cosquilleo le corría luego por todo el cuerpo y de manera incontrolable le estallaba en sus huevos y como una avalancha le iban por todo el falo, presa de los estertores y del delirio le cogió por la nuca y se lo clavo de lleno hasta los huevos y con un alarido se vacío en su boca en un torrente de sensaciones que lo hicieron lanzar un bufido que sin duda todos en el colegio debieron de escuchar…




( Lobo Con Piel De Oveja )



―¿Le sucede algo De la Torre?

El volteo hacia donde venía la voz ―esa voz que se le hizo enseguida conocida― era el Profesor Bracamontes, uno de los tantos de Física Cuántica, lo conocía bien de vista, era de los más jóvenes, incluso creería que era de los egresados de la U.N.A.M. tampoco le pasó por la cabeza el motivo por el que estaba allí en la zona del gimnasio ya que eran las horas libres y muchos de los profesores incurrían a las instalaciones para ejercitarse; tampoco le tomo importancia que estuviera tan solo con ese su pantaloncito corto de deporte, sin camisa, con su pecho bien trabajado y al aire, con esa su cinturita pequeña como lavadero y esos sus vellitos corriéndole hasta la liga del calzoncillo que se le entreveía, con sus piernas como magnificas columnas tupidas por ese espeso vello negro que lo hacían imaginárselo como una bestia mitológica ―él sonrío sensual al sentirse admirado y adulado por la escrútante mirada del efebo más famoso de todo el Principal. Sin poder contenerse sintió su ego henchírsele cómo globo cuando el chiquillo recorrió con la mirada lasciva su cuerpo cubierto por una película de sudor que lo hacían todavía más erótico y sensual, más aún cuando dejo caer la mirada descarada hacía donde se le levantaba un soberbio bulto en la entrepierna, cual magnifico le apuntaba justo en sus labios gruesos y sensuales con ese su brillo que parecían gritar "pónmelo en la boca ya" y cómo hechizado los entreabrió, haciéndolo bufar he involuntariamente su miembro se moviera dentro de su prisión, cómo desbocado, cómo toro en celo, cómo si se estuviera escurriendo en un espasmozo y violento orgasmo…

El hombre se le acerco tanto que él pudiera sentir su ardor, su calor, su olor que recién reventaba por el ejercicio, sus músculos tensados al máximo, su sonrisota y con esos sus dientes blancos al semblante, su mirada brillándole sensual, su hermosa melena ondulada y ligeramente mojada cayéndole escurrida. El macho estaba en un dejo de pudor, de desvergüenza; que si el chico le daba entrada allí mismo lo poseería con la fuerza que era capaz un hombre bien nacido, lo reventaría con su lanza caliente, lo taladraría hasta reventar en sus entrañas, se correría en su interior inundándole con su esencia, luego vería como el peque
ño se contorsionaría todavía estocado, solo un poco, si, solo un poco y se corriera sin siquiera tocarse, inundando su pecho, su cara, su boca, acogiéndole su virilidad con su esfínter casi al punto de hacerle daño ―el solo pensar en ese su orto se le ponia todavía más duro, todavía más escurrido, si, todavía más audaz…

Bufa. Se le insinúa.

Dice:

―Te sucede algo Bernardo ―lo tutea con descaro.

El lo mira entre pícaro e inocente; quizás olvidándose de la tragedia vivida tiempo atrás dice:

―Profe Bracamontes… ―dicho esto con un erotismo candente, casi cómo si le estuviese escupiendo su deseo:

―Profesor yo…

―Si tú Bernardo ―le pone la manaza en el hombro desnudo, la recorre por el cuello, la espalda, otra vez el cuello y la espalda, allí la deja, tocando pero sin tocar, cómo queriendo y no queriendo.

Dice chancero, socarrón, bonachón:

―Llamame Jesús, si quieres…

El lo miro. Le sonrío. Dice:

―Si, si quiero Jesús ―esto lo dijo cómo sin pensarlo, cómo idiotizado, cómo quién sabe…

El dice:

―¿Si quieres qué Bernardo?

El bajo la mirada justo donde estaba su descomunal carpa. Luego subió la mirada hasta topar con la suya. 


Entreabriendo sus labios, apenas dijo:

―Si, si quiero Jesús, si quiero a eso…

El lo halo un poquito por el cuello, solo un poquito, nada más hacía donde estaba su bulto, justo donde estaba ya una espesa mancha sobre la inguinal…

―Estas seguro Pequeño…

―Si completamente Profe…

―Ya pues…
 

Luego lo cogió de la nuca y lo guió de lleno a su bulto; primero se lo restregó por la cara haciéndole sentir cuan excitado estaba, luego sin más se lo saco por la pernera y se lo apunto con la mano hacia su boca, se lo pasó por esos sus labios húmedos y entreabiertos, estos lo acogieron con ternura y con primor le dio los primeros chupetones a su erecto mástil que estaba a reventar, con esos sus venones de un azul translucido, su cabezón hinchadísimo y de un rosado oscuro ―enseguida se lo metió de lleno a la boca y comenzó a lamer y succionar muy rápido que lo hicieron bufar como un desesperado le cogió de la cabeza y le cogio la boca en serio, su vergon se deslizaba como cuchillo en mantequilla por su interior procurándose las sensaciones más indescriptibles ―que si el peladito sabía mamar como un autentico y jodido ternero, que si seguía así iba a terminar llenándole su boquita con su espeso y caliente semen. Él por su parte se saco el suyo y comenzó a cascárselo frenéticamente al ritmo que le entraba la del macho, con un salvajismo animal, pudiendo sentir como en una de esas sus entradas lo sintió que reventaba y a punto de estallar, su vaivenes se le hicieron todavía más intensos, sus bufidos todavía más hilarantes, sus aullidos que se debieron escuchar en todo el recinto, y asi se vacío en su boca como un toro, llenándosela con una espesa y caliente leche de macho recién ordeñado, tragándose de un solo todo el espeso y caliente semen y no despegándose hasta que la ultima gota salio de su ya flácido e inerte sexo… 

Él siguió cascandosela un poco más mientras el moreno le acariciaba amoroso el cuello, la nuca y la espalda escurrida de sudor ―seguía lamiendo y succionando su miembro ya flácido como un moco, él con su semen esparcido en sus deportivas y en el piso, él se le aparto sonriente y se guardo la verga dentro de su pantalón de deporte, se recompuso y se acomodo algo la melena azabache algo alborotada...

Lo miro sonriente, dice:

―Ahora me vas a decir que era lo que te pasaba Bernardo…

Él volvió a sentir de pronto que su corazón se le escurría por el dolor...

Acongojado dice:

―Ay Profesor Bracamontes a veces uno siente que puede confiar en todos, que todos son buenas gentes… y desgraciadamente uno se equivoca con las personas… es allí que uno tiene que ser cómo…

Él sonrío, dice:

―¿Cómo tú eres Bernardo?

Él no lo mira, dice:

¿Es malo ser cómo se es?

Él lo ve que llora, llora. Se toca el mentón reflexivo, dice al fin:

―No, no creo, pienso incluso que es como una virtud ser como tú eres, es algo con lo que se nace… Pero también es cierto que a veces las apariencias engañan…

¿Cómo? 

Él no lo ve, ve a otra parte:

―Eso es algo que tienes que ver en tú interior…

―No le entiendo…

―Con el tiempo lo entenderás…

―Eso no me ayuda…

―No trato de ayudarte, solo de que pienses mejor las cosa…

Se le acerco y lo tomo de la barbilla, luego lo beso ―lo beso― primeramente fue tierno, luego se torno en un beso largo y poderoso, febril, que en instantes sintió un escalofrío que le corrió como la electricidad por todo su ser, sintiéndose que le arranco el aliento y la vida, podría incluso pensarse que de amor, pero sería muy audaz de su parte pensar que Bracamontes lo amara a las primeras: Se quedo allí sentado, solo, saboreando el olor de su sexo que se le había impregnado en su boca, en sus manos, en su piel, su beso que le había dejado su sabor, su esencia, haciendo que todo le corriera como electricidad creándole por momentos una marejada de inquietudes que le embotaban el cerebro.

Pensando en esto ultimo se saboreo su esencia; sería que tendría algo de razón…




Bernardo cogió su mochila nada más sonó la primera diana y sin voltear a hacia ninguna parte salio de la aula, Manuel lo miraba desde una ventana junto a una esquina, Emmanuel estaba sentado muy cercas sonriendo algo satisfecho; el rubiales lo miraba de reojo ―pero por más que quisiera no podía salir detrás de él; calculaba que tardaría unos quince minutos en llegar a la entrada  y unos diez para que su chofer lo recogiera, así que sin más se dirigió por el lado contrario, para salirle al pasó…

Bernardo pasaba por el salón principal de su Sección cuando su celular sonó con el típico sonido de mensajería; solo le faltaba cruzar la puerta principal y estaría fuera de las instalaciones del Real Principal ―sonrío; era cómo si de antemano supiera de quién le había mensajeado― solo al cruzar la gran puerta se le cuajo una sonrisa al ver a un chico a lo lejos, bastante alto y con el cabello negro azabache, piel blanca y con actitud de desenfado; era Bracamontes que estaba en la avenida de los visitantes, estaba parado junto a una Harley Davidson Clásica con ese su desparpajado atuendo, tan alejado del señorío que tenía en sus clases: Chamarra de piel, tejanos raídos, botas enormes, el cabello húmedo y alborotado ―es que si era que le sorprendía sobremanera su carácter de pronto un tanto rebelde, pero por más que quisiera no podía dejar de sonreírse y de que una corriente eléctrica le corriera por la espina dorsal al ver que por lo bajito como él se palpara el paquete por encima de sus ajustados tejanos, al verlo aproximarse ya con su ropa de calle…

Iba casi llegando hasta el guapo motociclista Profesor cuando una voz a sus espaldas lo detuvo un segundo:

―¿Bernardo?

Él sonrío; pero se siguió por donde iba, sin verlo y sin darle atención. Era Manuel que le había dado alcance. Jesús ya lo esperaba montado y con la motocicleta encendida.

Al llegar le dio este un casco pequeño que enseguida se puso. Se monto y se agarro a su cintura, se abrazo a su espalda. Miro un momento al rubio que se quedo de una pieza y con el rostro desencajado. Todavía muy a lo lejos pudo divisar la espigada figura del rubio en su posición original; era claro de que muy adentro de su ser lo había lastimado profundamente ―sin quererlo realmente él también se había sentido muy mal por haberle causado ese dolor; se abrazo a la enorme espalda del Profesor y lloro en silencio, dejando que el viento que les pegaba se llevara su dolor, su pesar, su arrepentimiento…

Ya muy lejos desde donde solo se alcanzaba a ver la enorme estructura que era el Colegio Real Principal y que sus pesares habían quedado ya muy atrás. Ahora iban por la Avenida Proaño estaban por llegar a la Glorieta Benito Juárez, tiempo después habían pasado la Puerta del Sol: Era allí donde comenzaba la majestuosidad de la Ciudad de Montenegro donde se decía qué era donde se tejían los más increíbles negocios, las fiestas más fastuosas y también las intrigas, era allí donde residía el poder y la opulencia de la Compañía Montenegro…

Habían pasado el Hotel Presidente, las Galerías Liverpool, el Teatro de El Gran Bellas Artes, a lo lejos se alcanzaba a ver el Hotel Santa Isabel De Torre Alba. Él le había mencionado que tenía un chalet en la Villa Torre Alba, así que haciendo una derecha tomaron una avenida mucho más pequeña pero igual de fastuosa con jardinera en medio de la Avenida y con árboles a los flancos, primero estaban los edificios, después más allá las Mansiones en diferentes estilos…

El edificio en si era como todos los de esa zona en piedra maciza, cómo lo era el Castillo de los Torre Alba, para no desentonar, quizás seis o diez pisos a lo mucho; eso si fastuoso que daba gusto pagar y vivir, pero nada podía competir con el Castillo, pero no podía decirse que no se vivía bien. Entraron directamente al estacionamiento, ya allí se bajaron y luego luego bajando le dio un beso largo y poderoso que casi lo ahogo, podía sentir como su cuerpo se le venía encima, como su piel reaccionaba a los estímulos de su calor. Su calor, su ardor abrazándole su entrepierna, sus manos en su cintura apretándolo contra su erección dentro del pantalón, su olor escurriéndosele hasta las fosas nasales, ese su olor que se le escurría por todo su ser y que le provocaba vuelcos en no sabe donde y que le hacía sentir unas punzadas en el bajo vientre; podía sentir como su lengua violaba su boca con desespero, cómo con avidez se posesionaba de su ser ―pensó que Jesús era un verdadero sátiro del sexo muy alejado del candor del infantilismo con que se conducía Manuel, Manuel, su Manuelito―; se arrobo por un momento al violento y casi salvaje acto que aquel ser lo estaba llevando en ese estacionamiento, en si casi olvidándose de que eran dos los participes del acto carnal…

Respirando con dificultad se apartaron el uno del otro.

Dice él tomando bocanadas de aire con dificultad:

―¿Estas bien Bernardo?

Él lo miro intrigado.

Dice:

―Si Profesor ¿Por qué?

Él lo miro detenidamente, era cómo si quisiera ver más allá de su ser algo que le dijeran lo contrario. Pero cómo siempre él era capaz de aparentar una inercia exasperante; incluso tenía el cinismo de sonreír apenas, podría decirse incluso que se estaba mofando de él…

Respiro hondo pensando que De la Torre era un individuo difícil de tratar, incluso era un autentico escarnio el tratar de descifrar su temperamento.

Dice totalmente vencido:

―Me pareció que te sucedía algo al dejar a tú amigo con un palmo de narices, allá en el Principal…

Él sonrío apenas evitando ser demasiado obvio: Lo miro fijamente con sus azules ojos brillantes, brillándole malévolos. Levanto la mirada a una altura que solo el podía.

Dice:

―Oh, Profe, por favor, no nos confundamos, en esta vida hay que vivir de acuerdo a nuestras propias conveniencias, no se fíe nunca, no se puede vivir alrededor de un solo objetivo. Y créame Jesús que yo soy un excelente jugador y se cuando, donde, y con quién jugar…

Se le acerco mucho y sin que le diera tiempo de reaccionar le metió la mano por una de las múltiples rasgaduras que tenía el tejano, le cogió la ya dura erección y, sin siquiera inmutase y sin siquiera quitarle la mirada de la suya comenzó un jaleo con la más apasionada de las entregas. Él de momento se entrego a esa su caricia, cerro sus ojos y se dejo llevar por la travesura del chiquillo: Luego sin más de pronto abrió sus ojos y se sorprendió todavía más al descubrir que este ya estaba de rodillas y con su sexo en la boca devorándoselo de un solo todo; respiro profundo al sentir de pronto un cosquilleo correrle como electricidad por toda la espalda al sentir la suavidad y el calor de su boca correrle por todo el vergajo, era tanto su placer que adivinaba que si no paraba terminaría llenándole la garganta con su caliente y viscoso semen…

Rumio.

Dice:

―Mmmm, para ya pequeño, que si sigues chupando de esa manera me correr en tu boca…

El por contestación le dedico una mirada seductora, que lo hicieron temblar y olvidándose de todo volvió a cerrar sus ojos dejándose llevar por las sensaciones que le provocaban el calor y la suavidad de su boca alrededor de su herramienta.

Lo cogió por la nuca y lo hizo ponerse de pie, lo atrajo hacia su rostro. Lo miro con ternura.

Dice:

―¿Dije qué basta Bernardo? ―lo cogió de la barbilla y lo aproximo a su rostro, muy junto a su boca casi como besándolo, luego lo beso con pasión. Él todavía tenía su sexo en su mano que escurría con profusión de un liquido viscoso, este abrazándole con su calor, con su olor que se le escapaba…

Se separaron y se miraron muy detenidamente. Él le sonrío, luego le cogió del hombro, le dice:

―Vámonos al chalet antes de que te viole aquí mismo…

Se acomodo la verga dentro de los tejanos y si apenas podía maniobrarla del todo por la semejante erección ―ambos rieron al ver cómo se le levantaba el enorme bulto en los pantalones, tanto que se les hizo agua la boca; los dos rieron con la travesura.

Entraron en la enorme estancia, que era de techos bastante altos: El chiquillo observo el lugar con algo de sorpresa; sería al ver que el lugar tenía un decorado exquisito. Si que lo sorprendía en todo momento el Profesor de Física Cuántica. Él lo observaba con regocijo por como miraba y admiraba la estancia, parado desde el lugar donde se había quedado a esperar que terminara de observar…

Sonriente le dedico una sonrisa seductora, dice:

―¿Quisieras tomar algo Bernardo?

El no lo miro, camino hacía una gran ventana desde donde se podía admirar el antes Castillo de los Torre Alba, ahora convertido en el lujoso Hotel Santa Isabel de Torre Alba, también cómo el Torre Alba.

El se giro, dice:

―¿Cómo  qué?

El río apenas y no pudo más que estremecerse por esa su sonrisa tan capas de seducir a cualquiera ―era una mezcla entre lo felino que tenía y el hibridismo que llevaba dentro y con el que se conducía a la perfección, pero lo peor que era, que era cómo algo no de este mundo; era algo imposible de descifrar, por lo menos para él que no atinaba a descifrar las cosas esotéricas o quizás solo era su imaginación, fuera lo que fuera era algo que lo estaba tornando muy cachondo, el solo imagínaselo así, le creaba vuelcos eléctricos que le iban a la punta de la verga provocándole sensaciones nunca antes experimentadas y, es que él era un autentico y consumado follador tanto de culos, como de coños…

Sin quererlo se llevo una de las manos a la entrepierna que estaba levantada por una evidente y poderosa erección, estaba que reventaba por la estimulación visual que le provocaba el chiquillo: Y es que el pequeño se había puesto una ropa de por si sugerente; casaca militar y por debajo solo una camisetilla, abajo unos pantaloncitos cortos de mezclilla sin interiores que más que cubrirle le dejasen ver algo mas de lo inusual, podía incluso verle los redondos glúteos y un poco más allá, alcanzándole a ver de vez en vez el botoncito rosado que era su culo, sus huevitos sin vellos, sus piernas torneadas como columnas vivientes, la cintura pequeña y la espalda apenas musculada. Sonriéndole sensual parado junto al quicio de la puerta ya solo con sus botitas militares puestas, sus calcetas hasta las rodillas, totalmente desnudo, con ese su sexo erecto en la mano meneándoselo de arriba abajo, la otra hurgándose por atrás la raja del culo…

Mirándolo detenidamente como se soba por encima del pantalón la contundente erección...

( Un Día de Campo en El Milagros )



Era casi el tiempo de Semana Santa y en que casi en todas partes se dispensaban unos días más de descanso y el Real Principal no era la excepción. Y por eso todos los estudiantes hacían sus días de relajo, también se planeaban eventos y días de campo tales como irse al Lago de los Milagros, hacer excursiones al zoológico y algunos más aventurados hasta irse de campamento por cuatro días también hacia un lugar muy recóndito del mismo Lago, claro con la licencia del Principal y por supuesto del de la Compañía que sin este no se movía ningún dedo.

Estaban todos los Cadetes de la Quinceava Compañía de la Sección 25 en amena reunión en el saloncito, comentando todos los pormenores del la acampada en El Milagros, de lo que cada cual llevaría a la misma. Estaban en pijamas ya que era ya de noche; estaba Manuel y muy cercas Emmanuel, Rodolfo, Rodrigo, el morenazo Octavio, Ángel y muy a lo lejos Bernardo el cual se veía distraído y totalmente fuera de la platica, tenía en sus manos un libro, el que parecía leer mientras los otros comentaban sobre el paseo. Pero muy por lo bajito y de reojo los estudiaba, de uno en uno a todos sus compañeros los cuales desde hacía unos días que poca importancia le daban a su presencia.

Desde el lugar donde estaba podía verlos a todos con total libertad, podía incluso regodearse con el espectáculo que Manuelito le regalaba y si no fuera por que "ese" estaba allí pegado como cual santígüela podría decirse que éste le estaba haciendo ojitos desde hacía rato y como estaba que ni por sus narices que aquel se daba cuenta ―sonreía― a que Manuel, que si no fuera por que lo conocía como la palma de la mano pensaría que solo le estaba dando atole con el dedo. Si, si de algo le valía conocer y estudiar a las personas pensaría que Manuel estaba actuando de alguna manera que mantuviera sus pellejos a salvo; algo lo había echo actuar de esa manera en esos últimos días y aprovechando los acontecimientos que le habían caído como del cielo. Y pero él, y él que no siempre había actuado con honestidad, por el contrario a las primeras se había ido con el primero que se le había cruzado, él que en todo momento lo seguía teniendo en estima, tanto que a pesar de todo, y en todo momento mantenía a raya a todos sus compañeros, al grado de que en ningún momento se metían con él, al grado de olvidarse por completo de que existía nada más cómodo.

Lo miro por encima del libro, lo miro como siempre, con esa su expresión de amor.

Éste también lo miraba, lo miraba con esos sus ojazos verdosos brillantes y para acabarla de aventarle un beso que hízole correrle una corriente eléctrica por toda la espina dorsal y que le fuera a estallar en una poderosa oleada de sensaciones que por poco le hicieron lanzar un sonoro gemido que por momentos pensaría que todos habían escuchado ―pero y que para su suerte solo el rubiales había captado, obvio, lo adivinaba por esa su sonrisita que conocía muy bien― esa su sonrisa que en todo momento tenía en su mente porque por más que revoloteara por otros entornos era en él que siempre pensaba, le gustara o no, el rubio significaba mucho para él, tanto que era capaz de alejarse para que el fuera feliz.

Sonrío algo forzado al ver  que el rubio le coqueteaba a diestra y siniestra y muy despistadamente se sobara la enorme erección que se le miraba a todas luces bajo el calzoncito del pijama ―ese ladino era capaz de aparentar una inercia exasperante que incluso alguien con la sagacidad de él, que era tan capaz de pasar por alto.

Volvió a sonreír, quizás afirmando que ya había entendido su juego. Claro sonriendo como solo él sabía hacerlo, aquel también sonrío y los pactos se había sellado, su alianza se había solidado de alguna manera se había consolidado con ese juego de sonrisas y miradas que solo ellos dos sabían descifrar.

Él en el acto volvió a la lectura de su libro y casi en seguida en que se habían dejado de mirar que el morenazo Octavio se dirigió hacía él, díjole algo burlón, talvez como cómplice. 

―¿Y tú Bernardo que opinas a todo esto?

 Él de pronto no supo que decir. Y luego como que los miro a todos, en especial al rubio.

―No sé, en particular no me importa. Creo que como todos voy a divertirme, lo demás no tiene relevancia, y…

Rodolfo lo miro burlón, dice:

―Será quizás por que su nuevo novio no ira con los grupos y…

Manuel lo miro con una mirada centellante. Se incorporo para verlo todavía más enojado. Dice con esa su voz potente y que se escucho en todo el salón, que era como un trueno.

―¿Y te callas Rodolfo? ―lo miro como si quisiera destruirlo con esa su mirada; que quizás por el enojo que de repente le reventaba por todos los poros de su piel y que la fuerza de todo su ser le corría por todo el cuerpo y le iba a estallar en esa su mirada que le cambiaba el color de sus ojos en un tono todavía más verdoso― Estamos aquí para convivir un rato entre nosotros, no para aguantar tus ínfulas y tus dotes de Mata Hari, que claro, las que ejecutas muy bien…

Éste abrió sus ojos como ascuas y parecía que se iba a lanzar en improperios contra el Rubio. Pero él se puso de pie y lo miro como solo el sabía mirar. Miro a todos de la misma manera y con esa su poderosa voz díjoles a cada uno de los que allí estaban reunidos.

―Regla numero uno de la Ética Militar, no estamos aquí para pelear entre nosotros, pedazos de mierdas apestosas, estamos aquí para luchar hombro con hombro… y si en caso de que un compañero caiga pues a éste se la carga en sus espaldas, con qué  más…

El pecoso se levanto con los ojos encendidos y lanzando chispas por esos sus azulados ojos, y se enfrento al muro que era el impresionante físico del rubiales que para su desgracia estaba henchido como un globo.

Pero la mirada de Manuel lo paro en seco.

Dice:

―Te lo adviento Sánchez, no me jodas más los cojones. No me hagas que me canse y suelte toda la sopa de tú secretito y termine cagandote la existencia…

Éste respiro hondo y lo miro  con sus ojos encendidos y llenos de odio.

―Te juro que te vas arrepentir Manuel, ese y tú…

―No me provocas ni así de miedo. Así como tú yo también tengo con qué ponerte en tu lugar y te aseguro que nadie te salvara. Ahora lárgate de la reunión que ya no perteneces a nuestro grupo…

Volvió a mirar a todos y sobre todo poniendo sus ojos en el asustado Bernardo que estaba que ni pestañeaba. Asustado como todos lo estaban por la semejante convicción que acababa de demostrar el Cadete 1ro.

―Primera y ultima vez que hacen o dicen un comentario soez acerca del compañero De la Torre. Y en especial tú Rodolfo que para la próxima ya no habrá amenazas sino que solo sentirá el poder de mis puños. Y sépanlo de una buena vez, si, si me gusta, me encanta, me requemé encanta que me la chupe ―se cogió la erección con todo el puno y aludió pajearse enfrente de todos, que no salían del asombro de escucharlo y de verlo sin pudor alguno― y si, también me gusta, me encanta comérselo a él, y al que no le gusta que lo diga ahora y le voy a dar a puños…

Miro a un Emmanuel que estaba descolocado y sorprendido, pero aún así tampoco dijo ni hizo nada, simplemente se quedo cómo hecho de piedra, eso si con una expresión de desencanto que por unos instantes lo conmovió, pero al ver a Bernardo que lo miraba sonriente lo desencantaba de todo lo demás, y creería que ya nunca más lo iba a dejar.

Se le acerco un poco lo miro tiernamente, lo cogió por los hombros.

Díjole:

―Escucha Emmanuel, la realidad es que yo quiero a Bernardo, me gusta, me encanta estar con él, tú eres un tipo guapo pero él es todo eso y mucho más, es divertido y me encanta el sexo, me gusta su calor, su olor y… lo amo. De verdad que no quise lastimarte, yo lo siento, lo siento mucho, de verdad…

Él lo miro con los ojos llorosos pero sin derramar aun lagrimas.

―Pero si él anda con el Profesor de Quántica…

Él sonrío.

Dice:

―Tampoco me importa, y si a esas fueran yo también me metí contigo. Es más disfrutamos de esa libertad que nos damos uno al otro y si hubiera oportunidad de hacer un trío no dudes que lo haríamos y créelo que tú serias un buen partido, eres un chico harto cachas. Créeme que a Bernardo le pasas un resto y sino lo conociera como lo conozco pensaría que se relamía cuando tú y yo estábamos juntos, no si así como lo ves Bernardo es bien pijo.

―Pero…

 ―Ya no digas más, nada me hará cambiar, ya nunca más…

Se giro hacía donde lo esperaba Bernardo un poco distraído, solo un poco. Ya todos se habían ido a sus camas. Él miraba por encima de los anchos hombros del Rubio los azules ojos de Bernardo, no burlón sino con ese especie de enigmatizmo que le hizo comprender las palabras que anteriormente le había dicho y luego como era de esperarse este le sonrío de una manera que reafirmo sus palabras, pero por sobretodo todavía tenía una oportunidad de entrar en ese espacio que era la relación de esos dos singulares amantes.

―Manuel, solo algo más ―él volteo solo un poco, solamente cómo viéndolo de reojo, cómo poniéndole algo de atención― no dudes de que yo seré por siempre tú amigo, y por ello ten mucho cuidado con Sánchez y también con la Señora Presidenta…

―Gracias Emmanuel no dudes de que lo haré…

Era ya mediodía del Viernes cuando la caravana de autobuses del Real Principal partieron de los andenes rumbo al Lago de los Milagros por supuesto tomarían la Proaño y después la Autopista Jerez de Garcías Salinas, así hasta llegar a los territorios de Dolores Montenegro. Como desde hacía un tiempo que ambos Manuel y Bernardo se mantenían por razones obvios un tanto separados ese día en especial no sería la excepción, así que cada uno se mantendría a prudente distancia, claro de por muto acuerdo no sin dejar de mirarse como se miraban, nada por lo pronto cambiaria.

El Rubio estaba bastante separado del trigueño y como era sabido por todos, éste era un coqueto incorregible; así que nunca le faltaba la compañía tanto de féminas como de los chicos varones que lo rodeaban por montones y desde hacía un tiempo había una chica que lo acosaba a cada momento: No es que fuera coqueta pero si bastante persistente e insinuadora, él parecía como darle entrada y por ello mismo la muchacha se sentía como dueña de su atención.

Él la miro un momento acariciador. Dice:

―Eres de las pocas muchachas que se atreven a revelarse contra el sistema Kassandra, tanto así que eres de las pocas que ha venido a revolcarse con los machos…

Ella aventó un poco el cuerpo hacía donde estaba él, tanto que se sintió acosado por la insinuante figura que si era como si se le estuviera sirviendo en charola y es que si todo saltaba a la vista, era por no decirlo de una forma poco ortodoxa. Ella con esos sus ojazos grandes y castaños, su nariz pequeña, sus labios gruesos y sensuales y ese su hermoso cabello castaño dorado en ondas, suelto ahora sin esa molesta coleta, pero por sobre todo esa su sonrisa, y esa su mirada insinuante, por esa su fuerza, su poder, su seducción desbordada por todos sus poros que le brotaban a borbotones, por sus gestos como estudiados ―en donde era que había visto a alguien con iguales características, donde…

Lo miro insinuante con esa su mirada acariciadora.

Dice:

―Si, me supongo, sobretodo de los machos ―burlona ligeramente ironica― si, que de esos son de los que abundan mucho aquí, sobre todo…

Él sonríe ante el ironismo despiadado del que se hacía acreedora Kassandra Dumont, de los Dumont de la villa de los Dumont, de esos que hacían los Chardonnay, los Merlot y los Cabernet Sauvignon. Esta niña rica y mimada era conocida por sus dotes por enfrentarse rudamente y con los más rudos de los estudiantes del Colegio era casi como un poco hombruna, claro sin dejar de sentirse hembra, mucha hembra, tan capaz de estar en los equipos de los varones, en levantarse en protestas por no recibir un trato igualitario con los Cadetes masculinos, pelear férreamente hasta ser aceptada en el equipo de béisbol de los varones donde también estaba Bernardo…

Él sonrío un poco desencajado por esa su forma tan directa de echarle encara esos sus gustos. Era como si sospechara, claro era del dominio publico su estrecha amistad con De la Torre, pero eso solo era una amistad nada más, bueno eso era lo que él pensaba; podía alcanzar a verlo en el asiento de al lado con el brillante sol de la muy temprana mañana del viernes, este pegándole en el cuerpo resaltando su cabello negro casi azabache con esa su piel muy blanca casi como la nieve y esos sus brillantes ojos de un azul casi zafiro, que si era como si te traspasaran…

Mientras el autobús en que iban avanzaba por la carretera él podía ver todo tipo de agricultora de una dimensión de hasta que la vista alcanzaba, incluso podía alcanzar a percibir el olor de las múltiples flores, a la tierra mojada del primer riego ―era en si una imagen estremecedora y algo nostálgica, que evocaba de alguna manera los sucesos más desgarradores―, suspirando trato de disfrazar esa su nostalgia arrobándose en un ensueño  y excluyéndose del bullicio que tenían los demás Cadetes, quedándose en una especie de duermevela al grado de no darse por enterado de que habían llegado al idílico lugar, solo hasta que recibió una sacudida en el hombro, él miro  a esa mano que lo sacudía; era una mano blanca con unos dedos largos e inmaculados, también pudiendo ver la parte baja de la cintura, donde se alcanzaba a ver una suculenta prominencia que le apuntaba a la boca y que se le antojaba abrir esos sus labios con ese color y brillo tan sensual ―palpar con esa su lengua ese lugar que por extraño que pareciera despedía ese olor y ese calor característico del macho joven rebosante de salud y sexualidad― sonrío sin querer al darse cuenta de las pelutudeses que estaban pasándole por esa su cabeza, miro hacía arriba para encontrarse con la mirada y la sonrisa de Bernardo qué como que se daba cuenta de ese su desconcierto de tenerlo tan cercas…

Sonriente lo miro con esa su brillante mirada que parecía meterse dentro de ti, dice socarrón:

―Qué será lo que se te perdió en esa parte del cuerpo…

 Él pareció enrojecer de vergüenza al verse descubierto por la brillante e inquisitiva mirada de Bernardo que parecía introducirse hasta lo más profundo de su ser. El cual lo miraba con esa su característica mirada de quién parece saberlo todo, incluso sus más intimo pensamientos, parecía que si hasta podía sentir su estremecimiento, su deseo brotarle por todos los poros, es que si era como si todo le brotaba a borbotones…

El Rubiales trago saliva y se removió en su asiento; le sostuvo esa su inquisitiva mirada y por esa su sonrisa seductora que de alguna manera lo desarmaban.

―Yo…

―Ay Manuel, deja el drama… Y ya vámonos que ya llegamos…

Al salir del autobús la magnificencia del lugar les pego de lleno en el rostro, haciéndoles crecer una infinita admiración: Y es que el lugar era en si de una belleza infinita, en especial esa parte del lago, qué aunque sabían que era un lugar artificial, creado expresamente para el riego de toda la región, nunca creerían que eso fuera posible. Con cuanto poder podían contar que hasta podían construir una magnificencia de esa magnitud…

Manuel todavía más impresionado que Bernardo, quién por supuesto más acostumbrado a las cosas magnificas y por supuesto a las más caras, el Rubiales por supuesto no pudiendo salir de su asombro al contemplar la hermosura del lugar ante esos sus candidos ojos: ―En primera instancia estaba la entrada a lo que era el parque, estando a desnivel sobre una pequeña colina protegido por árboles que llegaban hasta el cielo mismo, luego un terraplén salpicado de árboles, de arbustos y de enormes peñas, también de un pasto muy verde y unos descampados salpicados por aquí y por allá. Aunque el área era también usado como lugar de esparcimiento no era un lugar turístico, sino solo usado por unos cuantos privilegiados. Pero por donde la vista alcanzara había unas pocas cabañas y estas ya contaban con un pequeño muelle, por esta parte del lago era la parte más excepcional ya que pertenecía exclusivamente a los Torre Alba, y a los Montenegro, y ya que después del terraplén, del  descampado estaba la playa esta bien decorada con arbustos, pasto y árboles y una que otra peña por ahí.


4 comentarios:

  1. He comenzado a leerte, mañana seguiré.
    Me encanta tu manera de redactar tan peculiar, tan juiciosa, prosa-poesía, poesía-prosa, ¿Hay alguien qué de más? Me recuerda, Dakota, (no me gustaría que lo interpretaras como una falta de respeto) a escrituras decimonónicas, de maravillosos libros que encuentro en el desván. Como si estuviera sentado sobre la vieja maleta, debajo de la claraboya, con el polvo revoloteando y brillando a los rayos del sol.
    He leído el despertar de Manuel, por la ropa que describes hablas de épocas pretéritas, Pues esa escena, solamente esa escena me ha encendido la lámpara de la curiosidad.
    Te voy a leer, quiero ver lo que me quieres transmitir y lograr sentir lo que tu sentiste al escribir.
    Hiciste un comentario a un relato de mi autoría, te quise contestar en privado y fui incapaz de encontrar el medio. En tu perfil no figura correo alguno. Después te he vuelvo a ver, comentando una nota de Ella y, también, así mismo, ese comentario tuyo, ha despertado mi interés, Por tu comentario he localizado está página que según veo no actualizas mucho y, quizá, éste, mi saludo, se quede aquí dormido, por los siglos de los siglos. Es igual, tus relatos son muy largos, aun cuando no quisieras mirar a los chicos con que los adornas, todos muy guapos, es verdad.
    Alexis, te voy a llamar así, supongo que este es tu nombre. Gracias. Agur

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  2. Lo he terminado de leer, larguísimo, a veces te repites en las descripciones físicas o emocionales de los personajes y hay muchos errores ortográficos, giros que no comprendo y palabras repetitivas, pero, no obstante, me encanta, me gusta un montón. No es extraño que no te dejen publicar en TR, hay lectores y escritores muy críticos en el aspecto de los niños y a los que les gusta la censura, Yo no te considero un pedófilo por lo que he leído, más bien que cuentas lo que en realidad sucede y que es hipocresía ocultar. Por último me ha dado la impresión de relato inacabado.
    Felicidades. Agur

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  3. No amigo Albany: No es que no me dejen publicar a lo que sé es que estoy castigado porque infringí una regla que según ellos no toleran y la que fue es que como perdí mi cuenta me hice una nueva y de allí resulto todo el mitote, y referente a eso de que escribo relatos con menores eso no es cierto, a la mejor en las otras secciones como la de Memorias… Viaje a la Desesperación hay algunos pero nunca menciono edades y siempre tengo la cautela de decir cosas "como era muy joven" por la de niño y cosas así, además todas esas historias están basadas en cuando yo era muy joven y si te fijaras nunca se habla como si fuera un personaje, esta medio complicado de explicarte como esta escrito, lo único que te puedo decir al respecto es que yo respeto más que nada en el mundo esas cosas y para mi son sagradas, incluso si te fijas, si lees con atención a Soldaditos te vas a dar cuenta de que hipotéticamente podrían ser menores pero están descritos como chicos de 18 para arriba, nadie pensaría que Manuel va a tener un pene de veintitantos centímetros o si. Te voy a decir que este echo no lo concebí intencionalmente se fue dando y así se quedo; lo único que dice en algún punto es que están en el tercer grado de secundaria, solo desde ese punto podrías compararlo con un menor por lo demás no se puede apreciar como una historia que conlleve esa situación.

    Referente a que hay algunas partes incompletas, si tienes razón, las ultimas cuatro partes están inconclusas porque como es obvio a veces no tengo tiempo ni cabeza y no me sale nada, que le voy hacer, no creerás que me meto las veinticuatro horas del día a escribir, no soy contante, pero cuando lo hago no hay quién me pare.

    Al otro punto; que es sobre los horrores ortográficos, que puedo decir que ya no lo haya dicho, yo desde que me acuerdo tengo una muy mala ortografía, siempre lo he reconocido y lo seguiré reconociendo: Punto a mi favor es que yo no fui a la escuela, solo hice el 3ro y poquito del 4to y de allí nos movimos para Estados Unidos o sea que no se como escribir con propiedad; no tengo una muy mala gramática pero tan bien me falla a veces, no mucho, nada más poquito solo al conjugar los verbos apropiadamente, pero casi no se nota, el otro punto sería es que los teclados de acá, no tienen tilde y eso lo tengo que hacer manualmente y como siempre sino los hago al momento después ya no los puedo corregir, ya no los encuentro todos ―y vamos soy medio burro y a veces no se cual lo lleva y cual no, así que siempre trato de corregir nada mas los más obvios, tú me entiendes. Por eso yo nunca critico ese punto, yo me voy a lo más profundo de lo que se me quiere decir en la historia, para mi mientras se entienda todo esta bien, las criticas sobre ese punto se los dejo a los que saben…

    Espero haber despejado tus dudas y si tienes alguna otra no dudes en dejármela saber que yo con gusto te la contestare y recuerda que todavía me debes una muy buena explicación por ese final de tú historia, que espero muy pronto charlemos…

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  4. Gracias por tu respuesta Alexis.

    He leído toda tu disertación y comprendo las explicaciones que das, todas ellas razonables y objetivas desde mi punto de vista.

    He entrado en tu página para dejarte la nota de que acabo de terminar de leer el bello cuento, escrito según tu peculiar manera, de las "Mil y una noche" desarrollada en Dubai en lugar de en Bagdad.

    Hace dos años cuando finalicé el máster que realicé en Cranfield UK, estuve a punto de ir a trabajar a Abu Dhabi‎, contratado por una empresa americana. Si hubiera leído tu historia antes, igual me hubiera animado e ir en busca de mi Ali, decidí que era mejor quedarme en UK. Lo que me he podido perder.
    Después de felicitarte en comentarios de El Amante del Desierto he vuelto aquí, con la remota esperanza de encontrarte, de hallar trazas de ti, y mira, que sorpresa la mía que te hallé.

    Me dejas anonadado cuando me dices que solamente cursaste estudios hasta 4º, imagino que se trata de un nivel de enseñanza básico, y esto quiere decir que has sido autodidacta en tu formación.

    Tampoco le doy yo excesiva importancia a como están escritos los relatos, a ver, aclaremos la cosa, prefiero que se entiendan y que, dentro de los posible, se realice un esfuerzo para que resulte lo mejor.

    No soy un estudioso de las letras, todo lo contrario, soy técnico y lo mío son los números y las fórmulas pero me gusta y procuro escribir lo mejor que se y puedo.

    Lo que más me asombra de ti, es el énfasis que pones en las descripciones de los personajes, sus sentimientos y pareceres, aunque a veces seas insistente, la fuerza con la que describes los actos amorosos, que dejas sumergidos en la niebla, resumiendo, me gustas tú, me gustas un montón por el conjunto de razones que te he expuesto y otras que, si me detuviera a pensar, hallaría sin dudar.
    Alexis, imagino que es tu nombre real, también lo veo bonito.

    No te preocupes por lo que te he dicho respecto de la edad de los muchachos, tampoco vería mala intención, si un autor de un cuento o una novela, tuviera un personaje de doce años que, por necesidades del guión, fuera violado, esto no implica que el autor sea de ese pensamiento y pudiera actuar así, por mi tranquilo. Quien escribe una novela donde se mete en la cámara de gas a 4 millones de judíos, no quiere decir que el escritor sea un asesino y los gasee él. Creo que nos hemos entendido
    Un beso para ti, te envío un beso porque imagino que eres gay y, entre nosotros, no vamos a decirnos el consabido saludo de estrecho tu mano.
    Agur

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